
Entre Layín y Haces
+ Peña 2012-2018: enigma PRI (4)
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México, DF. 29 de noviembre de 2012 (Quadratín).-Aunque el PRI parece tenerla fácil porque ganó las elecciones presidenciales del 2012 sin transformarse, en realidad la tiene complicada porque el presidente Enrique Peña Nieto no podrá gobernar sin el PRI como los sistemas óseo, nervioso y sanguíneo del sistema político.
Como todo partido político, el PRI ha cumplido la función de correa de transmisión de la gobernabilidad; los problemas surgieron con la interrupción de la funcionalidad del partido y la conformación de feudos, nudos y tribus dentro del partido, interrumpiendo la permeabilidad social.
Si el PRI nació para servir de instrumento de control político del Presidente de la República, pero su funcionalidad se complicó cuando el jefe del ejecutivo incumplió su función de jefe máximo del partido durante la transición de los gobernantes políticos a los tecnócratas y justo en la coyuntura de la conquista de espacios políticos por parte de la sociedad.
Miguel de la Madrid complicó los mecanismos tradicionales de circulación de las élites priistas con la irrupción de los tecnócratas, Salinas completó el ciclo con un PRI subordinado al neoliberalismo y la reforma que excluyó del discurso priista a la Revolución Mexicana y Zedillo se deslindó del PRI con su argumento de sana distancia. La herencia negativa de corrupción, represión y pobreza se unió al costo social altísimo de la crisis de 1994-1995 y al agotamiento del PRI como la puerta de acceso al poder. La derrota del 2000 fue del PRI.
Los doce años de ineficacia panista en la reformulación del sistema político priista para llevarlo a un sistema político democrático y la falta de resultados en lo social llevaron al regreso presidencial del PRI, aunado al manejo habilidoso de la imagen mediática de Enrique Peña Nieto pero ante la ausencia de figuras de la oposición que reflejaran la posibilidad de salida del vado de la crisis. De ahí la percepción política de que el PRI no ganó las elecciones sino que el PAN y el PRD las perdieron.
La viabilidad presidencial de Peña Nieto va a depender de la relación presidencia-PRI. El principal problema se localiza en el hecho de que durante los ciclos neoliberal y panista, de 1982 al 2012, un periodo de treinta años, los priistas fueron rompiendo su dependencia del presidencialismo y con ello debilitaron el mecanismo de control priista que todo presidente de la república tiene con el cargo. La clase priista estatal ganó una autonomía relativa y con ello minó el control autoritario presidencialista.
La balcanización priista se convirtió en un mecanismo de sobrevivencia del PRI pero también en una fase de desarticulación de la funcionalidad del partido como estructura de representación política regional. A ello se agregaron dos de las enfermedades políticas de los políticos en la fase de la pérdida de identidad de grupo y partidista: el transfuguismo que los hace mudar de partido sólo por alcanzar candidaturas a cargos de elección popular y la piratería de un partido a otro para desfondar militancias.
El PRI que gobernará con Peña Nieto se encuentra en crisis. A nivel estatal, más de la mitad de los PRI estatales se encuentra en crisis, algunos de ellos sin dirigencias por las disputas entre grupos y facciones, casi ninguno con fuerza como para posicionarse de áreas de poder: Puebla, Sinaloa, Sonora, Guerrero, Distrito Federal, Morelos, Michoacán, Tabasco, Oaxaca, Chiapas, entre otros, carecen de un PRI fuerte.
Vicente Fox y Felipe Calderón carecieron de instrumentos políticos de gobierno porque el PAN en realidad nunca fue un partido político sino una cofradía cerrada, casi una congregación. Por tanto, los dos no tuvieron mecanismos de reproducción política de lealtades. En el pasado, la disciplina piramidal priista facilitó la gobernación de la república. Hoy, sin embargo, el PRI carece de las lealtades del pasado, se encuentra en una fase de transición de viejo partido a un indefinido e inesperado nuevo partido y no sabe cómo lidiar con una sociedad fuera de los controles anteriores que fueron eficaces, además de enfrentar una sociedad priista minoritaria.
Sin una reforma a fondo del partido, la gobernación del país se le va a dificultar a Peña Nieto porque los instrumentos presidenciales ya no dan para garantizar la estabilidad. En el fondo, los que se quedaron en el PRI en estos doce años de oposición no fueron por lealtad sino porque era el único espacio para tener acceso a algunos niveles de poder político legislativo o regional. Pero en estos doce años de oposición el PRI perdió la oportunidad de reformarse y ahora enfrenta ese desafío desde el ejercicio nuevamente del poder presidencial.
El PRI enfrenta la urgencia de una reforma ideológica, política y de organización. Le falla el discurso, la estructura territorial, los mecanismos de acceso al poder, el corporativismo decadente de sectores que no inciden en la producción y sí arrastran prestaciones que afectan al presupuesto público, la militancia está extraviada en la confusión y la clase media está lejos de verse representada en el partido. Peor aún, el PRI ha fracasado como aparato electoral en procesos locales donde ha perdido hegemonía.
El gobierno de Peña dependerá como nunca de un triángulo de poder: el PRI, las bancadas legislativas y los gobernadores. Pero tendrá que ejercer un liderazgo si acaso no democrático sí cuando menos político, si es que quiere tener resultados en cuanto eficacia. El PRI requerirá un espacio de autonomía relativa para operar como cámara de descompresión de las tensiones políticas provocadas por la distribución del poder entre tres fuerzas institucionales y una sustentada en el conflicto callejero.
Al final, el PRI tiene el espacio político de reconstruir la hegemonía del centro ideológico frente a las polarizaciones reduccionistas del PAN, del PRD y de López Obrador. Si no, puede terminar el sexenio como el PAN o el PRD.
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