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México, D.F. 7 de agosto 2012 (Quadratín).- Lo que la élite lopezobradorista no ha querido entender es que los problemas electorales en la elección presidencial del 2012 fueron consecuencia de la falta de reformas electorales serias y de fondo en los seis años pasados porque López Obrador se la pasó encerrado en su presidencia legítima.
El PRD nunca ha entendido las fases de la política, quizá porque ha sido educado más para la protesta callejera que para refuncionalizar el sistema de partidos. La transición democrática llegó a su punto culminante con la alternancia panista en la presidencia de la república en el 2000 y terminará con la alternancia priista en el 2012.
Cuando el Partido Socialista Obrero Español –ya sin el marxismo en sus documentos básicos– ganó las elecciones en 1982, la izquierda española sintió que la transición había terminado por el paso del franquismo a la socialdemocracia. Ante esa argumentación el rey Juan Carlos dijo que la transición estaría terminada cuando la izquierda fuera derrotada en las urnas: la izquierda tiene que llegar, estar y salir, y no dejar atrás praderas quemadas.
La victoria priista en el sistema electoral vigente que los partidos se han dado desde la reforma electoral de 1997 representó la prueba de la democracia. Las quejas del lopezobradorismo van a desahogarse sin atender el objetivo final del candidato perredista perdedor: la invalidación de las elecciones para ocultar su derrota.
A lo largo de doce años, el PRD se convirtió en un renegado del sistema de democracia representativa y no supo aprovechar sus bancadas en las dos cámaras para reformar el sistema electoral: se la pasó doce años quejándose de Fox y negándose a reconocer la presidencia de Calderón, pero sin influir en las reformas. Hacia el interior del grupo lopezobradorista ya han analizado el escenario real, no el deseable: en base a las leyes vigentes, Enrique Peña Nieto será reconocido como el ganador y tendrá su constancia de mayoría.
La alternancia del 2000 fue el paso fundamental de la transición: el cambio de partido en la presidencia, en un sistema político fundado por el PRI para eternizarse en el poder. Pero los politólogos saben que una cosa es la victoria electoral aún en el escenario de la alternancia y otra muy diferente en los desafíos subsiguientes. La transición-alternancia nunca ha sido el objetivo final de los tránsitos de regímenes autoritarios a sistemas democráticos de partidos; la fase siguiente es la de la transición-construcción de la democracia. Y ahí fallaron el PAN y el PRD a lo largo de doce años, dejándole al PRI la vigencia del sistema político priísta frenando las reformas.
Doce años tuvieron el PAN y el PRD para aliarse en el diseño de la transición no electoral sino de sistema político. La ruptura de relaciones del PRD con el PAN en el sexenio de Calderón fue el peor error estratégico de López Obrador; primero, porque vio pero no entendió el proyecto de construcción de la imagen de Peña Nieto desde el 2005; segundo porque prefirió el salto al vacío de la presidencia legítima que fue desdeñada hasta por las masas seguidoras del tabasqueño; y tercero porque al PRD y a López Obrador les pasó de noche el principal temor del PRI: la alianza PRD-PAN en la elección mexiquense de 2011 como preludio de una candidatura común en las presidenciales del 2012.
López Obrador puede quejarse todo lo que quiera y acusar a todo el mundo del sistema electoral, pero en los doce años de alternancia consolidó su imagen como líder social llena-zócalos pero se olvidó de que los sistemas de gobierno funcionan a través de la política electoral y la política en México es un juego de poder, no un castillo de la pureza. Y el asunto se complicó más cuando el PRD se vio incapacitado por López Obrador para liderar la reforma del sistema político porque el tabasqueño dedicó el sexenio de Fox a usar los recursos públicos para forjar su candidatura y el sexenio de calderón a sentirse presidente legítimo.
La pasión caudillista de López Obrador le ha cegado los enfoques políticos. La fugaz alianza del PAN y el PRD en torno a las protestas contra Monex realmente preocupó a los estrategas del PRI, pero al final el PRD se dedicó a condicionar en exceso el viaje con el PAN facilitando la decisión panista de mejor buscar –como con Salinas de Gortari en 1988– un papel destacado en las reformas que vienen en el próximo sexenio.
Por como se perciben las cosas en la alianza lopezobradorista, los alejamientos han comenzado a darse ahora como confrontaciones internas; el lopezobradorista Federico Arreola criticó duramente a Ricardo Monreal por su acusación contra Luis de Videgaray en el caso de Scotiabank y los sitios filiales al tabasqueño ya condenaron al sitio El Sendero del Peje como traidor; y en las élites de la coalición neopopulista, sobre todo en los que sí saben de política, de alianzas y de coaliciones para reformas, también han comenzado a tomar distancia del radicalismo lopezobradorista.
Para desgracia de López Obrador, el escenario político del sexenio 2012-2018 estará bastante alejado del proceso electoral y estará dominado por la urgencia de reformas institucionales sobre tres temas centrales: la económica para aumentar la tasa promedio del PIB más allá del 2.5%, la estructural para romper con las limitaciones del viejo estatismo priísta y la funcional para reorganizar el sistema político. Ahí es donde el PAN tiene la posibilidad de retomar la iniciativa política y llevar al PRI a entendimientos reformistas, mientras que es previsible que López Obrador siga hundiendo al PRD de Los Chuchos en el pantano de las quejas y las agresiones contra el sector privado.
El choque del PRD con el sector privado por el caso Soriana y con las instituciones electorales por la apuesta de la invalidación sólo de las elecciones presidenciales han regresado al PRD a los tiempos de la confrontación y le han dejado todo el terreno libre a la alianza PRI-PAN. Las quejas a destiempo saldrán sobrando.
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