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Tareas de Claudia sin AMLO: economía y Casa Blanca
+ Como agua para caldo de pollo
+ Rogozinski: pensamiento cautivo
Para Lulú, otro año, de los tres
México, DF. 20 de diciembre de 2012 (Quadratín).-En medio de una larguísima crisis económica que ha terminado con la derrota conceptual de los extremos populistas y neoliberales, el economista Jacques Rogozinski propone la redefinición del pensamiento económico a partir de la teoría del caldo de pollo.
El caldo de pollo es un platillo universal, con una forma de hacer también universal, pero el resultado final cambia porque los ingredientes y sazones son nacionales de cada país. El problema de la crisis económica que devino en crisis de desarrollo radicó, dice Rogozinski, en el fracaso de la aplicación en diferentes países de la receta de un único caldo de pollo, sin adaptarlas a las condiciones particulares de cada uno.
Encargado de la venta de empresas públicas durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, Rogozinski hizo carrera en la Corporación Interamericana de Inversiones para financiar pequeñas y medianas empresas, articulada al Banco Interamericano de Desarrollo. Y en enero del próximo año regresara a México como director general de Nacional Financiera, institución promotora del desarrollo que operó con dinamismo en el pasado priísta populista, pero que entró en shock en el ciclo neoliberal y prácticamente se desdibujó en el docenato panista.
En su libro Mitos y mentadas de la economía mexicana. Por qué crece poco un país hecho a la medida del paladar norteamericano, circulado por editorial Debate en octubre pasado, Rogozinski rompe con el enfoque tradicionalista de los economistas –siempre rehenes de un economista muerto, diría Keynes– y hace una aportación audaz que sin duda sería la parte de las mentadas: evitar la mezcla del análisis objetivo de las acciones económicas con el deseo personal de los analistas y el respectivo sesgo moral que conlleva.
Como buena parte de las ideas y doctrinas económicas forman una religión o acto de fe, el autor se afirma agnóstico de las religiones económicas y propone divorciar la lectura económica de la moral como el único modo realista de encarar seriamente la revisión de las condiciones para un crecimiento económico sostenido, ser prácticos y hallar soluciones a la medida, no seguir la corriente nada más porque los demás lo hacen u otros lo recomiendan.
Ahí es donde Rogozinski se sale de la ortodoxia y se mete en los terrenos de una heterodoxia maldita por los economistas que funcionan como chefs de alta cocina
con el recetario en mano. Pero las recetas de cocina, insiste Rogozinski a lo largo de su libro, no saben igual de un país a otro por las condiciones locales. El ejemplo que pone es más que aleccionador: la aplicación mecánica del Consenso de Washington para dinamizar la globalización de la economía.
Conocido más como privatizador de empresas públicas que como economista del desarrollo, Rogozinski aporta en su libro enfoques heterodoxos que no pasarían ningún examen semestral en alguna universidad estadunidense o mexicana pero no por la audacia de sus propuestas sino simplemente por salirse de la ortodoxia dominante. Por ejemplo, llama la atención sobre Alemania, con un capitalismo en el que el Estado es más que una rueda de auxilio del mercado y opera como un actor estratégico que incide sobre las necesidades de la economía.
Estos enfoques chocan con las percepciones de la narrativa económica que ha condenado el populismo por gastador y el neoliberalismo por privatizador, aunque con el detalle de que esas fases económicas de México se caracterizaron más por sus vicios que por sus virtudes. Del Estado intervencionista directo en la economía se pasó al Estado ajeno a la rectoría económica. Ahí es donde se localiza el concepto de moralización que señala Rogozinski: importan más las doctrinas que la funcionalidad; de ahí también su propuesta de amoralizar la economía para sacarla de las catedrales del pensamiento económico doctrinario y llevarla al terreno donde debe mostrar su valor: la eficacia en la promoción del desarrollo.
De ahí que Rogozinski tendrá en Nafinsa la posibilidad de aplicar sus lecciones de cocina económica y potenciar a ese organismo como el promotor de una nueva dinámica del desarrollo. ¿Cómo? Con el regreso del Estado pero con otras dinámicas. Rogozinski lo dice en su libro: habrá momentos en que México deba subsidiar sectores y empresas para que maduren mientras asegura que sus consumidores no sean rehenes; liberalizar aquéllos que están listos para una competencia más abierta y fomentar su propio capital en el mercado global. Es decir, lo que Nafinsa hizo en un pasado no muy lejano cuando el Estado potenciaba el desarrollo.
Para Rogozinski –otra herejía– las ideas económicas no son doctrinas sino instrumentos utilizados para fines de crecer y distribuir. En unas negociaciones deberemos jugar la carta proteccionista, en otras la liberal, en otras la mix, y muchas más. Ganaremos en una y perderemos en otras pero siempre será en busca de un balance positivo para la nación. Flexibilidad e inteligencia, adaptar las reglas a nuestra necesidad, la receta a nuestra despensa y capacidades, el proyecto de platillo que deseamos elaborar.
La lección de cocina económica que deja Rogozinski señala el papel clave del gobierno y del Estado en la definición e impulso del desarrollo, sobre todo ahora que el capitalismo dejó de competir con la economía estatal del socialismo, pero, insiste, con la novedad de que el capitalismo debe de tener la conducción del Estado. Ayuda el hecho de que las matrices basadas en el neoliberalismo del Consenso de Washington han sido limpiadas de la mesa por el tsunami de la crisis global.
La propuesta de Rogozinski se presenta como salida del laberinto de los dogmas: no aplicar el recetario sino crear recetas propias al desarrollo. Y Rogozinski tendrá su propia cocina para hacerla de chef: Nafinsa como la potencializadora del nuevo modelo de desarrollo posterior al populismo y al neoliberalismo.
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