
Buenos, hasta que hablan
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México, D.F. 19 de agosto 2012 (Quadratín).- A pesar de que vio perfilada la victoria desde hace cuatro años cuando las encuestas colocaron a Enrique Peña Nieto en un distante primer lugar, el PRI se quedó como varado. Y a pesar de que en estos cuatro años se comenzó a acuñar el concepto histórico de la restauración, el PRI no hizo cosa alguna para ofrecer una nueva imagen.
El PRI nació desde lo profundo del poder por un acuerdo entre las facciones triunfadoras de la Revolución Mexicana y luego de un ajuste de cuentas entre sus élites. Luego se conformó en un pacto de las burocracias políticas. Más tarde quedó atrapado en la maraña de los sectores corporativos que vieron en el PRI un reparto de cuotas de poder. Los neopopulistas carecieron de incentivos para reactivar al PRI. Y llegaron los tecnócratas a deshacer los acuerdos internos de sobrevivencia.
En los doce años en la oposición y sin un liderazgo presidencial, pero con la sabiduría del ejercicio del poder, el PRI se dedicó a tres tareas: impedir la huida, mantener vigentes los sectores corporativos con todo y sus telarañas y evitar con su mayoría cualquier reforma al sistema político priísta. El PAN, con su precaria victoria y sin conocimiento de un partido en el gobierno, tuvo que mantener los tres pilares del viejo régimen: el presidencialismo dominante, el modelo de desarrollo populista y el pacto constitucional.
Pero una cosa fue la sobrevivencia y otra muy diferente será su regreso a la titularidad del poder presidencial. A pesar de conservarse la estructura del viejo régimen priísta, la sociedad ha cambiado; y los sectores que en el periodo 1968-2000 potenciaron la crítica que minó el Muro de Berlín que era el PRI y las Estatuas de Lenin de los poderes presidencial y corporativo hoy están más sueltos que nunca. Por tanto, el dilema del PRI será apostarle a la restauración del funcionamiento del viejo régimen o el salto a una modernización partidista para la que no está preparado porque no se preocupó por renovarse como partido político.
El problema real del PRI no radica en mantenerse a como dé lugar otros setenta años en el poder ni en regresar a las viejas prácticas piramidales de subordinación, sino en entender que su viabilidad en la presidencia dependerá de su funcionamiento como partido político real, de a deveras, ajustado a la nueva movilidad social, política y partidista.
Por tanto, el desafío del PRI radicará en asumirse como partido político con menos del 50% de los votos, en medio de una sociedad mayoritaria no-priísta, con una fama pública que le pesa y con sectores nuevos de la sociedad que han comenzado a agitar la bandera del anti priísmo. Y si a ello se agregan sectores y estructuras priístas que no han entendido la lógica del desarrollo político y que se quedaron anclados en el 2000, entonces el PRI podría perderse de nueva cuenta en el disfrute del poder.
Los partidos políticos en el México actual se legitiman en las urnas, no en las estructuras autoritarias de poder. Lo debe estar entendiendo Peña Nieto con el conflicto poselectoral mediático de López Obrador. Lo ha entendido Manlio Fabio Beltrones al convertirse en el motor de reformas democratizadoras. Pero parecen ignorarlo los priístas que sienten que ya regresaron al poder y que será difícil que los vuelvan a sacar.
De ahí que el principal reto del PRI sea
el mismo PRI.
LOS PROBLEMAS DE LA CRISIS
Mientras el país quiere ser hundido en el debate de los resultados de una elección que fue vigilada por dos millones de ciudadanos, el problema de fondo ha quedado a la deriva: el diseño de una política de desarrollo para sacar al país de la crisis del estancamiento.
La confrontación del PRD-PT-MC y el movimiento lopezobradorista Morena y el propio López Obrador ha llevado al dilema de reconocer el resultado de las elecciones o decretar la invalidez del proceso, designar interino y convocar a nuevas elecciones. Lo de menos son las evidencias del resultado legal; el fondo es reventar un proceso para ocultar las derrotas.
Pero el país necesita desde ya que las fuerzas políticas institucionales se sienten a diseñar las políticas de desarrollo para reformular el modelo de crecimiento nacional y aspirar a tasas de mayor contenido de empleo. Resulta paradójico que en una de las elecciones más vigiladas por ciudadanos se impugnen elecciones por razones del viejo régimen.
Pero así es la democracia. López Obrador no está interesado en participar en las reformas para sacar al país del hoyo recesivo o de bajo crecimiento, sino que busca revalidar su liderazgo social, aún a costa de que la falta de entendimiento entre las fuerzas nacionales condene al país a más años de mediocridad en el desarrollo.
Si López Obrador se niega a aceptar el resultado electoral que dictaminen las instituciones electorales, el país entrará en otro sexenio sin acuerdos para crecer. Lo de menos es que haya candidatos que entren a participar en procesos electorales aceptando las reglas del juego y ante la derrote reclamen trampas que no caen dentro de las objeciones legales. Al final, se trata de liderazgos mediáticos y sociales que dependen de su popularidad y no de las reglas electorales.
Las posibilidades de un nuevo modelo de desarrollo que rompa con las limitaciones existentes radican en un acuerdo plural para las reformas productivas indispensables. Pero para ello se necesitan de fuerzas sociales que privilegien el futuro del país y no sus espacios electorales.
Las elecciones del 2012 fueron la oportunidad para fijar el nuevo reacomodo político; sin embargo, den nueva cuenta, como en el 2006, López Obrador carece de enfoques estratégicos de largo plazo y sólo le preocupa eludir la derrota. De ahí que prepare un larguísimo conflicto poselectoral de seis años en los que el PRD, el PT y MC se van a auto excluir de cualquier reforma nacional.
Lo que queda esperar es si el PRI y el PAN logran un pacto transicional con miras a la modernización o todos se aislarán en los espacios de la mezquindad política.
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