Urgen a actuar ante el cambio climático
A Martín M. Pineda
Las palabras se inventan solas aunque para ello requieran de la energía e imaginación humanas.
Guillermo Fadanelli, Insolencia, literatura y mundo.
Oaxaca, Oax. 13 de junio 2012 (Quadratín).-Vengo de mismo. Una madrugada me habló Michel, el becario: Tengo que presentar un trabajo en la Escuela de Bellas Artes, pero no sé qué presentar. Michel es mi vecino, vive al lado de la casa de Tino, el vendedor ambulante de ropa. Las veces que voy a buscarlo nunca abre la puerta de su casa pero salen los hijos de Tino, el de la casa de al lado, y me cuentan vida y obra de Michel: que despiertan a su mamá, la esposa de Tino, que no la dejan dormir porque llegan en la madrugada y se tienen que trepar a la barda que separa las casas porque no encuentran su llave de la puerta. Que hacen ruido cuando rompen vidrios, escuchan música a todo volumen; asuntos cotidianos de cualquier vecino. Esa información que me proporcionan los niños ya me la había dicho Tino, el vecino de Michel, el que vende ropa en el tianguis: ese cabrón de Michel le da puros malos ejemplos a mi hijo, se coge a su vieja en el patio de su casa y ahí está mi hijo mirando lo que hace, desde la ventana de mi casa. Un día le comenté a Michel esta situación del mal ejemplo al niño: ¿Oye, que coges con tu chava en el patio de tu casa? Michel sólo se encogió de hombros y respondió: Estoy en el patio de mi casa, quien no me quiera ver que no vea. Michel es estudiante de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad, pero no crece en la pintura ni en la poesía. Como quien dice, que cree en los artistas pero que sus obras son sólo el vehículo para conectarse con la gente. Bueno, Michel tiene aire en su cabeza. Estudió cuatro años de Leyes en la Escuela de Derecho pero no terminó sus estudios. Trabaja como mesero de jueves a sábado en el Bar El Central, donde van a tomar mezcales los artistas. Por aquí se dicen artistas los hombres que llevan cabello largo y las mujeres la cabeza rapada; en ambos casos se trasladan en bicicleta y en el morral donde llevan la libreta de sus apuntes siempre saca la cabeza un perro chihuahua. Un día me topó Michel en la calle y me dijo: Te conozco, eres el poeta. ¿Quieres integrarme a la banda del puente del arroyo? Desde ese día se junta con nosotros, los borrachos consuetudinarios que beben bajo el pirú. Esta banda de bebedores la formó Margarito, hace muchos años. Ya se murió, se lo llevó el enemigo. Cuando vivía salíamos a caminar en la madrugada en compañía de un ingeniero agrónomo con especialidad en el reino vegetal, quien nos iba diciendo en nuestro paso resacoso por las calles de la colonia, sobre plantas y árboles que se levantaban e un lado de nuestras sencillas calles. Le dábamos vueltas y vueltas a la manzana. El Inge, que se las da también de químico, dice que hay que caminar porque así eliminamos el alcohol del cuerpo: Le metes oxígeno al sistema y rompes la doble ligadura química del destilado que conocemos como mezcal. Deshaces el metilo. Bueno, eso dice el Inge. También dice que hay que beber el mezcal con agua, que es otra de las formas de meter oxígeno al sistema y de digerir el alcohol; métele agua, dice, es como si le metieras oxígeno a tu cuerpo. Cosas de químicos, pero todos cumplimos con sus recomendaciones y aquí estamos, sin novedad en el frente. Bueno, ya o está Margarito, ni Joaquín, ni Misa; ni El Chato, ni Lucio, ni El Rana. En la madrugada caminamos con la panza vacía de comida y mezcal. Aquí vivimos nuestra propia guerra. Pero estaba con Michel. Me dijo: No sé qué trabajo voy a presentar para que me evalúen en la escuela. Y me dijo también que sus compañeros de grupo iban a presentar dibujos en tela, madera, o papel. Murales de proporciones asombrosas, cosas que habían pintado. Pero que a él no le gustaban esas mamadas. Su tema era hablar sobre la guerra, la violencia a la que tiene que someterse el ser humano ante los demás que lo agreden. Para él era una guerra el tema de la guerra. Y nos sabía qué presentar en la escuela como trabajo final para que le otorgaran calificación en el año de estudio. Fue cuando le dije: Pues lleva a Felipe. No me llevo con ese cabrón, me dijo a manera de disculpas por su inseguridad, o miedo. Felipe también estaba en guerra, contra sus vecinos. Tan en guerra que ya se fue a vivir a la calle, a la banqueta, junto al puente del arroyo. Michel, el becario, se quedó pensando un rato y se rascó la cabeza para aclarar sus dudas. Luego dijo: No estaría mal. A la noche siguiente fuimos a hablar con Felipe para decirle los planes. No está mal, dijo. ¿Qué hay que hacer? Preguntó. Nada, respondió Michel: Nomás te sientas en tu colchón y te pones a beber como todos los días. ¿A poco eso voy a hacer en la universidad? Preguntó Felipe. Sólo eso, le respondió Michel. No voy a decir aquí cómo le fue a Michel y a Felipe en la universidad, en la Escuela de Bellas Artes, por respeto a los muertos, Felipe ya es finado. Me dijeron que Felipe llevó al Licor, el licenciado que llega también al puente del arroyo; que ya ebrios se pusieron a pelear, que alegaron. Estuvieron en su papel, la representación estética de la guerra. Que los compañeros de grupo de Michel lo cocieron a fuego lento y con leña verde con sus críticas: Eso no es una obra de arte. Michel sólo atinó a responderles, me dijo, pues aguanten ustedes el mezcal, a ver cómo les va, porque sobrevivir en esta tierra y en este país es toda una obra de arte. Hasta aquí me quedo, yo también represento mi papel en las artes. No hay día que por el puente del arroyo no pasen los policías municipales y yo con gusto los salude. Pasan los vecinos y les doy el buen día. Pasan los niños y les digo que estudien mucho en la escuela. Aquí me quedo, estar sentado mirando el aire del arroyo también, al final de cuentas, resulta una obra de arte. Como ya dije, vengo de donde mismo.
Foto:Ambientación