
El uso del pasado
Oaxaca, Oax. 10 de agosto 2012 (Quadratín).- Revienta la mala hora del turismo temporalero contra el muelle del puerto mientras las mujeres y los hombres que viven frente al mar buscan amparo en boca de la gente. Son los días del no hay; las mañanas del vente luego en que no se encuentra un alma en la cantina, en la calle, en casa; mediodías del dile que no estoy donde el que adeuda prefiere no haber nacido y pasa las horas con la idea fija en la cabeza de irse a vivir lejos del agua inmensa que atrae moscos, la enfermedad; días en que la reventazón de las olas fondea angustias, pesares.
Lejos quedan los días con billete en la cartera cuando el adoquín hierve de turistas y paseantes, y hay negocio para todos. Los pescadores zarpan en sus pequeñas embarcaciones desde temprana hora, van por atún, dorado, bonito. Navegan por la pieza que adornará la fotografía del gringo en un apartamento de una ciudad lejana y fría. Los acarreadores de clientela de hoteles y restaurantes trotan incansables por la bahía principal. Y en las noches las cantinas hierven de hombres desesperados que intentan calmar el cansancio de sus cuerpos con litros y litros de cerveza, acompañados de mujeres y canciones que escuchan a todo volumen.
En esos días del progreso la mujer del pescador rescatará por la madrugada algunos billetes del naufragio de alcohol, cantos y besos de otras mujeres. Algo quedará para el desayuno, alguna moneda rodará en el bolsillo izquierdo de los pantalones para comprar café y galletas de animalitos.
El pescador lo sabe, su mujer también sabe, el mar amanecerá allí enfrente y le entregará en el amanecer de cada día la posibilidad de ganarse la vida en la pesca, en el recorrido turístico por arrecifes y bahías, caletas.
Los días de la buena suerte de las temporadas vacacionales son recordadas por todo el año. En alguna esquina, al mediar un litro de cerveza, unos tragos de mezcal, dos hombres conversarán sobre el progreso que trae al puerto el turismo, sobre sus días felices. Con la esperanza en el mañana se embriagarán, llegarán a sus barracas a pelear con la mujer y los hijos, a romper los trastos de barro y a dormir a pierna suelta bajo el almendro. Mañana será otro día, mañana el mar dirá la suerte a los hombres.
Pero cuando pega el temporal de los días malos, el que quiera sobrevivir tendrá que agarrarse de lo que pueda.
Cuando se marchan los días del buen turismo frente al mar la población queda a la buena de Dios, y de los empleados del gobierno; que ellos tienen el sueldo fijo y el poder de tratar a la gente como mejor les plazca.
En esos días sin dinero los oficiales de tránsito andan buscando el menor detalle para allegarse unos centavos. Ya que trae rota usted la calavera de la intermitente derecha, ya que su licencia de conducir está vencida, ya que si usted rebasa los límites de la velocidad. Y cuidado, señores, nadie frente al mar podrá conducir en estado de ebriedad.
En los días de la ausencia del billete la gente se pasa el tiempo haciendo trámites ante los empleados de gobierno. Si uno quiere remendar el tejado, impuesto. Si hay que encalar las paredes, necesario pagar permisos. Si uno quiere plantar un árbol, recargos por atentar contra la naturaleza.
La gente sabe bien que con tiempo malo está por demás acercarse a la autoridad, y mucho más delicado resultará dejarse llevar a calentar tabique. Pero a nuestra gente, quién la hace entender, no aprende en cabeza ajena.
Antes de continuar con mi historia quiero decirles que aquí me trajo el doctor Figuero para entretenerlos, decirles algo mientras pasa el tiempo y llega la temporada de turistas en nuestras playas.
El doctor Figuero sabe mucho de la gente, para eso estudió en la universidad, para hacer el bien y para hablar de la gente sin que nadie le diga algo, porque es doctor, bien sabe su negocio.
La historia inició allá por los rumbos de la PP (Porra Peluda), donde Chico Silva preside al grupo y el doctor Figuero sería algo así como el secretario general del mismísimo grupo que preside Chico.
Pues allá estaban en plena sesión en medio de la PP, cuando les trae un amigo la noticia. El Chino había caído en las garras de los oficiales de tránsito, y ya lo conducían a las celdas de la agencia municipal.
Solidarios los dos hombres abandonaron la sesión en la PP, y se fueron a socorrer al amigo no sin antes atravesarse un fuerte, para tener valor y poder luchar con todas sus fuerzas contra los oficiales del orden.
Todo esto pasó cuando el puerto estaba muerto, sin dinero, sin turismo. Chico Silva corrió a la iglesia a sacar a la autoridad municipal de los rezos mientras el doctor Figuero agregó en una gaseosa unos mililitros de pegue, para que el Chino pudiera agarrar valor en medio de su pena. No les resultó difícil cumplir su cometido, por algo Chico Silva es ampliamente conocido entre los notables del puerto.
Juntaron sus fuerzas todos los miembros activos de la PP, y llegaron solidarios otros miembros activos de la capital. Con el pleno y sus refuerzos, sacaron al Chino.
Para celebrar le declararon la guerra a los hombres del uniforme y el tránsito, y dejaron correr el gusto por calles y cantinas de la costa.
Todo esto pasó un día en que la gente del puerto creyó morirse en medio de una hora sin dinero y sin esperanzas de alcanzarlo. Todo esto pasó allá, en ese tres de abril que no se olvida.
Pero yo sólo vine aquí a recordarles que entre las mujeres y los hombres que viven de cara al mar hay días buenos que llegan y se van. Sólo permanece su recuerdo en la boca de la gente. Así transcurre nuestra vida. Vivimos en la boca de la gente. El mismo mar entrega riqueza y la arrebata, así juega con nuestra vida. El mar. La boca de la gente.