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TCL-aranceles con narco: CSP la toma o la derrama
Oaxaca, Oax. 30 de julio 2012 (Quadratín).- Entraron a la ciudad tres changos rapados, dos hombres de goma y el payaso; el elenco completo del Gran Circo de los Hermanos Palillo. Tras los tres monos andaban los tres hombres; y una jaula desvencijada arrastrada por un asno. De su paso por estas tierras sólo nos quedó una rumba que se canta de tarde en tarde más allá del bajo mundo de las casas de cita, bajo los puentes y en las soledades de la playa del río.
Los niños fueron los primeros en descubrir la jaula ilustrada con animales salvajes en pleno combate, un león que atacaba a un tigre, el leopardo tras los antílopes, una manada de elefantes perseguida por cazadores voraces y un avestruz que miraba altivo nuestras calles desde una llanura africana que colindaba con un caudaloso río, y la frase El Gran Circo escrita con letras rojas y amarillas.
Los hombres del circo son hombres de negocios, principalmente. El payaso se dirigió en primer lugar al edificio del Delegado Municipal, para hacer tratos con la autoridad, mientras los dos hombres de goma intentaron convencer a doña Paula, una habilidosa cocinera, que aceptara el canje de diez boletos para la función inaugural por comida.
Por esos días acababa de dejar la costa un viento fuerte que acabó con la pesca y los pocos turistas que visitan las playas; y aun no pasaban los dolores que dejó el mal tiempo cuando ya algunos vecinos suscritos a revistas gringas habían soltado el comentario que aseguraba que en los próximos días esta porción de tierra se separaría del continente mediante grandes terremotos.
Cosas de las revistas gringas que llegan por servicio postal, cosa de la gente que le presta oído a esas cosas.
Por eso la situación no estaba para canjes y doña Paula, con la gran misericordia que le dan sus ochenta y seis años, les dijo: no puedo porque por estos días estamos esperando lo peor, pero si ustedes se acercan a la playa y pescan algo por aquí se lo cocinamos.
El payaso tuvo más suerte con su encomienda. El Delegado Municipal, Ambrosio, lo recibió con desconfianza y al escuchar la solicitud de canjear un compromiso de la autoridad para que hicieran negocio por boletos para la función inaugural, soltó un rápido nana, hermano, aquí no me vengas con esas. El payaso, un hombre delgado con un rostro sin edad y con los dientes picados por la caries, puso su cara de huérfano. Ofreció un trato mejor, los changos pueden dar una función especial para adultos.
Los hombres que detentan el poder terrenal no son hombres, son políticos; ya se sabe. Ambrosio se arrellanó en su viejo sillón y escuchó hablar al payaso. Este espectáculo nunca volverá a ser visto, esos animales se la saben de todas-todas, no en balde de ellos vienen los hombres, dijo con acento de certeza.
Ambrosio aceptó el trato mientras en su cabeza bullían las cifras y los nombres de los notables que pagarían buena plata por ver la rutina artística, para caballeros, de los tres changos rapados.
Empresario y autoridad acordaron que las funciones iniciaran un sábado a mediodía, con una matiné para los niños y por la noche se dieran, a la par, en espacios separados, el espectáculo cerrado para algunos honorables padres de familia y el abierto al público en general.
Los hombres de las mejores familias mandaron a sus esposas e hijos a la matiné, y para ellos se reservaron el plato fuerte. Ambrosio corrió la voz que ya tenía apalabrada a doña Dora, la reina de los congales, para que sus muchachas acompañaran a los changos pelones, y ya las bebidas se habían puesto a enfriar desde el amanecer de ese sábado que muchos hoy no quieren mencionar.
Doña Dora quiso recordar sus tiempos de la niñez y entró a la matiné acompañada de Laurita, la princesa, su nieta; joven mujer de singular belleza.
Los hombres de goma hicieron las delicias de los niños, y el payaso de las adolescentes. Ante los gestos y rutinas de aquel hombre de dientes picados, todos reían con lágrimas en los ojos. Nadie podía apartar de sus ojos ese rostro de hombre sin esperanza de ser feliz algún día. A las viejas les hizo renacer el instinto maternal, y cuidarlo hasta que se pudiera valer por sí mismo; a las recién casadas les recordó a su pequeño de brazos y volvieron a sentir comezón en los pezones; y a las adolescentes les dejó un sentimiento de vacío en todo el cuerpo. Todos se le entregaron en fuertes aplausos.
Doña Dora quiso poner el ejemplo a las mujeres más honorables de la localidad, invitando al payaso a comer a su casa, al siguiente día, domingo.
Ese fue el principio del fin porque las otras mujeres siguieron el ejemplo maternal de aquella reina de la mala vida.
De la función que brindaron los changos pelones, nada se supo. Será un secreto que se llevarán a la tumba los notables, como muchas otras cosas que acontecen en la tierra y en que participan muy activamente.
Pero de lo que se enteró todo mundo fue que el domingo el payaso comió en la misma mesa en que come la reina. Desde la cocina, nos dijo la negra Matilde, seguía los movimientos del payaso. Cuando terminaron de hacerle los honores a las viandas, cerdo relleno con papas, costillas de cordero fritas en salsa verde, dulce de almendra y lechecilla con duraznos almibarados, el payaso anticipó que se retiraba no sin antes agradecer la generosidad de su anfitriona; debía atender asuntos de la administración del mundo del espectáculo.
Esa fue la última vez que lo vieron por estas tierras, y también a Laurita.
Algunos afirman que en la destartalada jaula se escondió la princesa para huir con el hombre que le había robado el corazón; otros dicen que los changos rapados no eran changos, sino brujos, y que ellos se habían encargado de trastocarle el pensamiento a la princesa; nadie sabe.
La reina montó en cólera y en cada ocasión que llega a tratar con huérfanos, los manda a matar no sin antes invitarlos a desayunar a su casa donde ríe y llora con ellos. Luego los desaparece.
Algún viajero dijo que en Santa Dolores del Cobre existe por estos días un negocio próspero de un hombre sin edad que se hace acompañar por tres changos rapados y dos hombres de goma; que han ganado mucha plata porque hacen bailar en el fondo de una botella a una princesa, para regocijo y admiración del público en general.