
Los datos no garantizan éxito para la elección judicial
Suave centella: silencioso paseante de mis venas.
Efraín Bartolomé, Jaguar
Oaxaca, Oax. 01 de octubre de 2012 (Quadratín).-Este sueño lo olvido, lo voy a olvidar: ahora no me persiguen, nadie quiere matarme. Nadie en este mi sueño para agredirme, para acabar con mi vida a pedradas por una calle, donde en el sueño sé que habito. Es de noche, en este mi nuevo sueño. Me encuentro en un establecimiento ubicado contra esquina del atrio de la iglesia de Santo Domingo, en la ciudad de Oaxaca. Es de noche. También, como en el otro sueño donde me persiguen para matarme, una multitud me aguarda. Llegué aquí, frente a toda esta gente, en esta noche, para leer poemas. El motivo de nuestra reunión es presentar un libro de poemas de mi autoría. Algunas personas intervienen antes de mi lectura, me presentan. Hablan de mis libros, mis poemas. El atrio de la iglesia de Santo Domingo está oscurecido. Como en otros sueños la oscuridad impera. No percibo los rostros de las personas que aguardan mi lectura. Mientras espero el momento de mi intervención, bebo largos tragos de mezcal. La bebida me hace recordar mis sueños, en este sueño. Escucho a la gente que habla en voz baja, frente a nosotros, junto a la mesa que ocupamos. Recuerdo los otros sueños, nadie me persigue para agredirme como en los otros sueños. Nadie viene aquí para acabar conmigo. Afuera, en la noche, no está el jaguar que me busca en otros sueños para matarme. Ni la multitud que pretende lapidarme, en una calle donde habito. Ahora, en este sueño, donde también es de noche, donde también me aguarda una multitud, alguien dice mi nombre. Antes de incorporarme en este sueño observo junto a mí unos viejos que no conozco. Beben mezcal, visten de blanco y en sus manos llevan bastones hechos con caña de bambú. Me incorporo. Salen las palabras de mi boca. Digo: buenas noches, los invito ahora a todos a beber mezcal. Afuera, en el atrio de la iglesia de Santo Domingo, acecha el jaguar de noche.
Mansión de los jubilados
Ya no guardo humor para estos perros. Hay que entregarles tantos cuidados. Darles de comer a sus horas. Limpiar todo lo que tiran. Bañarlos cada tercer día. Jugar con ellos de tarde en tarde porque de lo contrario padecerán el terrible estrés. No guardo humor para estos perros. Ensucian lo que uno limpia. Rompen todo lo que uno ocupa. En la noche, cuando salgo al patio a serenar el agua me ladran como si yo fuera un delincuente. No guardo humor para ellos. No permiten que salga. Si salgo no dejan que entre. La casa es de ellos. Se adueñaron de todo nuestro esfuerzo. Todavía hay que bañarlos, sacarles las pulgas para que no las vayan regando por todas partes. No les guardo humor, pero de tarde en tarde me tiro al pasto con ellos, juego, les hago cariños. Los quiero, como en los días de mi niñez.
Generales
Sobre el hombro izquierdo, donde se carga al amor, el hombre luce un enorme tatuaje en forma de corazón partido en dos por una afilada jara. En el primer segmento atravesado por aquel rudimentario mensajero de la muerte está escrita la letra X, en el segundo la R. El hombre porta con agrado su tatuaje de amor eterno. Sus señas generales, su documentación de viaje, sus documentos de marino se complementan con la clara imagen de un tiburón perfectamente dibujado en el muslo derecho. El escualo, feroz, navega con la dentadura de tres hileras dispuestas al ataque con buen tiempo, libre, hacia los mares de júbilo de la ingle. Con estas señas particulares que le grabó en el cuerpo algún amor, el hombre bien sabe que regresará a su casa, que alguien lo traerá de vuelta, porque será identificado con suma claridad aunque lo agarre la borrasca, el mal tiempo, en el mar o la cantina o la muerte.
Foto:Web/ambientación