
El Legado de Francisco
Oaxaca, Oax. 19 de noviembre de 2012 (Quadratín).-Trato de recordar en esta tarde de frescura y sombra la fecha en que me puso en contacto con determinados poetas. Quién fue la persona que me puso en la lectura de estos, cuál era mi circunstancia de existencia, qué maldición me acechaba; en fin, cómo pasaba la vida.
Esta tarde me lleva a la figura del inmenso Kostandinos Kavafis, poeta nacido en Alejandría en el año del Señor de 1863, quien viviera un exilio interior conformando y redefiniendo un arte que habla con honestidad de atormentados deseos pasajeros.
Los novelistas Lawrence Durell y E. M. Forster lo dieron a conocer en Inglaterra, donde el propio Cavafis vivió por un corto tiempo. La difusión de su obra en Londres le dio la oportunidad al autor nacido en Alejandría de llegar a ser traducido a muchos idiomas en distintos continentes; hasta que llegó a esta América descalza, con hambre, a este sur que se niega a dejar de existir.
De la vida de los poetas griegos no se sabía nada en aquellos años de finales del siglo XIX, sólo existían para el gran público en sus libros de poemas, de donde nadie podía traspasar hacia la vida del hombre de carne y hueso.
Fueron los ingleses, con verdadera visión de futuro quienes se encargaron de realizar las biografías de los poetas griegos, para que el mundo conociera con sano juicio la vida y la obra de quienes hicieron posible versos memorables.
Esta fue la visión de Robert Lieddel, quien en el año de 1966 se dedicó a entrevistar a los contemporáneos de Kavafis, a indagar en archivos y bibliotecas públicas y particulares para iniciar su obra biográfica: Kavafis, una biografía crítica.
Inicia así su trabajo: Yorgos Seferis estaba muriendo cuando me invitaron a escribir una vida de Kavafis; por ello mi sensibilidad era mayor ante lo que él había dicho. Kavafis, fuera de sus poemas, no existe. Y creo que, una de dos: o seguiremos escribiendo charlas académicas sobre su vida privada, continuando con los bons mots propios de una agudeza provinciana, para recoger, naturalmente, lo que hayamos sembrado; o esto, partiendo de su característica básica que es la unidad, nos fijaremos en qué dice realmente su obra, en la cual, gota a gota se plasmó a sí mismo con todas sus sensaciones.
Tengo lsa biografí de Kavafis de Liddel a la mano, revisó algunos capítulos ya leídos. Tengo la obra completa de Kavafis a la mano, libro esencial al que recalo en más de una ocasión por año.
Pero en esta tarde de frescor temprano no alcanzó a recordar quién me recomendó la lectura de este autor originario de Alejandría, que llevaba su homosexualidad con la frente en alto, en los muelles del puerto y en las oficinas del gobierno.
Así es nuestra memoria, falsa y esquiva, inventada.