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Oaxaca, Oax. 12 de diciembre de 2012 (Quadratín).-Las librerías de viejo han sido catalogadas por los escritores como una versión bastante satisfactoria del paraíso sobre la tierra. Nada más cierto.
Recorrer en la Ciudad de México el centro histórico, las calles de Donceles o Cinco de Mayo le alegran el día a uno. Tantos y tantos libros. Libros de otro tiempo, de otra gente.
En una librería de viejo descubría Borges, Historia universal de la infamia. En mis tiempos de estudiante, tiempo de apasionadas lecturas y de pocos ingresos, recorrer Donceles era realmente entrar al paraíso.
Un libro usado, de segunda mano, no sólo te muestra al autor y al tiempo en que fue publicado el volumen. También te entrega esos hábitos del lector, la lectora, que con paciencia o ansiedad recorrieron páginas. La forma en que otro cuerpo agotó el texto, sus subrayados, los entrecomillados propios, el doblado de algunas páginas. Con alguna añadidura: un recado escrito al margen, una opinión de lo leído, una cita.
Otra cuestión interesante resulta ser el navegar por las dedicatorias de autor. Quien escribe un libro, al tener contacto directo con su lector busca retenerlo desde la dedicatoria misma. Esto marca un tiempo y un espacio determinados. Cuando un extraño, otro lector, revisa esas letras de puño y letra encontrará el estado de ánimo, del alma, del escritor.
El lector de viejo sabe perfectamente que comete un acto de infidelidad, tan atrayente y repulsivo como toda acción cometida en el amor por un amante poco confiable, cuando comienza a leer: Para Justín, con amor. O: Para Emilio, por su educación. Y el tercero en discordia, podría decirse, el lector de viejo, siente que al leer esas letras se mete en un trayecto privado de pensamientos y sentimientos por obra y gracia de la letra impresa.
Otra cosa resulta percibir el olor que traen los libros de viejo. Es como cometer un acto degenerado, oler una prenda íntima de la amada. En los olores se aprehende el alma humana. Como recostarse después de angustias y trabajos en el seno de la amada y percibir el olor ligero de su axila.
Un libro de viejo te dice de la pobreza que padeció el autor y el lector. Traen escritas las fechas de la angustia y la carencia que los llevó a despojarse de un bien tan preciado.
En fin, leer un libro usado es como si esa otra persona, u otras personas, que antes agotaron lámparas ante el libro hubiesen escrito para ti, para guiarte al momento de la lectura. Subrayar libros es el acto más generoso que puede realizar el ser humano: prepara el terreno para un próximo lector.