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¿Lealtad a quién?
Oaxaca, Oax. 02 de julio 2012 (Quadratín).- El triciclo rodó por el empedrado, cuesta abajo. Rodar sobre una superficie irregular le producía a Dominga una agitación que subía desde sus nalgas puestas en el pequeño sillín de cuero hasta sus cabellos; y desde la palma de sus manos que se aferraban a barra del manubrio a sus pezones, que terminaban erguidos el recorrido de más de cien Dominga no contaba con más de quince años, pero desde muy pequeña hizo su negocio con la venta de verduras y frutas por las calles de la ciudad. En un primer momento arrendó un triciclo, de esos que se usan para vender por las calles pinos de hielo. En las tres ruedas acomodó tomates y cebollas, naranjas y peras, pepinos.
El día de Dominga iniciaba en las tardes, cuando en el mercado de Abasto los hombres que traían a la ciudad el producto de las huertas recogían sus toldos. Lo que vendieron a buen precio durante la mañana era su ganancia; en la tarde remataban lo que sobraba, para no regresar con basura a sus tierras. Ya en su casa, en la loma del barrio del Sapo que colinda con el mar, envolvía en papel periódico la fruta, las manzanas y las peras, los duraznos.
El mango verde era puesto a madurar en ollas de barro negro. Antes de confiarlos a la oscuridad ponía agua en un gran cazo y hacía pasar la fruta por el agua, para quitarles la leche que ennegrece la cáscara. Luego secaba pieza por pieza con papel periódico y las metía en la olla.
Una tarde, luego de secar un mango petacón tomó la hoja del periódico donde venía la reseña de un desfile de modas de París. Pudo ver a las mujeres altas y delgadas, muy delgadas, que caminaban por una estrecha vereda y a sus pies hombres y mujeres atentos a sus pasos con la boca abierta. Era la sección de moda y estilo. Arrojó el papel al canasto de verduras y allí quedaron las mujeres delgadas con la ropa, en la página informativa, arrugada.
Otro día, al envolver una papaya, descubrió a su vecino Juan tras las rejas. Era la imagen del mismo hombre que la otra tarde golpeó a su mujer y a sus hijos luego de celebrar con una fiesta de quince años de su hija. Acarició ese rostro y colgó la imagen en la parte posterior de la puerta.
Con el papel que utilizaba para poner a madurar sus frutas Dominga comprendió primero que la gente del barrio del Sapo, sus amigos, aparecían en la prensa luego de celebrar casamientos y cumpleaños, la primera comunión, en la nota roja. Y que los gobernantes de este país privilegiaban la política de cortar listones y los políticos el recurso de la declaración pública. Así midió los días de inauguración de obras en la república y se inició en los escándalos entre grupos rojos, amarillos y verdes.
En esos días de marzo el mar trajo una reventazón violenta. Por las noches se escuchaba claramente en la loma el respirar agitado de la playa. Por esos días también nos azotó una lluvia de estrellas y el firmamento quedó limpio, nuevo, con los luceros muy encendidos. El calor era más fuerte y en las tardes, cuando bajaba la temperatura de la tierra y soplaba la brisa fresca, en la loma se recibía el olor a caño y excrementos de todo el puerto.
Dominga siguió envolviendo la fruta cada tarde sin percibir aquel olor a mierda fresca. Al extender le periódico topó, de frente, con una columna política. Ahí se mencionaban las obras que pensaba realizar la administración estatal en la playa.
Resaltada con letras negras venía la información de los millones de pesos que se aplicarían en la construcción de un embarcadero para turistas.
Sin pensarlo dos veces Dominga salió de su casa para comentar con sus vecinos la buena nueva, el embarcadero para turistas. La negra Antonia la escuchó con atención y luego sentenció: ¨la mierda llama a la mierda¨.
Luego vino la primera piedra, y la noticia la leyó Dominga con muchos días de retraso. Pero ya la realidad había llegado al barrio del Sapo. Después de que el mandatario pusiera la primera piedra las obras iniciaron y la playa se llenó de hombres con camiones pesados y maquinaria que hacían un ruido ensordecedor las veinticuatro horas del día. Al mediodía de la primera jornada de trabajo los hombres pidieron de comer, y las mujeres improvisaron comales. Los trabajadores que no llegaron a tiempo para comer el caldo de huevo, un cocido con tomate, cebolla y chile al que le arrojan huevos de gallina criolla, fueron con Dominga para aplacar su hambre. Ella vendió toda la carga del triciclo y la playa se llenó de cáscaras de naranja.
En seis meses de terminaron la obra. Los trabajadores, como llegaron, sin avisar a nadie, se fueron. Se llevaron sus camiones y sus máquinas a otra parte, se llevaron el ruido que trajeron. Alguna mujer del barrio permaneció entre nosotros para recordar al hombre con el vientre hinchado. Alguna mujer del barrio siguió a esos hombres para improvisar comales junto a ellos, nunca más supimos de esa gente que se fue y con toda seguridad nunca más sabrán de nosotros. Luego vino el mandatario a cortar el listón inaugural del muelle.
En la loma, las tardes continúan con brisa fresca y un fuerte olor a mierda. Dominga tiene que pedalear cada día más para terminar su carga de frutas. Con las ganancias que le dejaron los hombres que construyeron el muelle compró un triciclo nuevo, que cada día lo siente más pesado. Ahora se para en las calles del barrio de la Tristísima esperando que alguien compre peras, manzanas, naranjas.
¨Este negocio no da para más¨, dijo Dominga. Pero envolvió esa tarde del sábado un canasto más de fruta verde. En el periódico que utilizó para secar el mango leyó la noticia de las estrellas que caen en la montaña. Ya anunciaban por ahí en alguna columna política los proyectos del gobierno de hacer carreteras y hoteles para que los turistas de todo el mundo pudieran llegar a ver el espectáculo. Se hacían cálculos de inversión y de ganancias. Ya el mandatario hacía una declaración, ¨basta de depredar nuestros litorales, ahora el negocio del turismo está en la montaña, con las estrellas¨.
-Mierda-, dijo Dominga y metió los mangos a madurar en la vieja olla de barro.