
Pecados y virtudes
Oaxaca, Oax. 28 de septiembre de 2012 (Quadratín).-Este árbol le debe su nombre a un francés que vino de Francia, y del que nadie sabe qué mano tan grande lo hizo adaptarse a estas soledades de arena, viento y sal. Ese extraño nos dejó su árbol que florece antes de las lluvias, cuando el sol más lastima a la tierra, y que sirve para que el olvido escriba nuestra historia en encendidos pétalos que se lleva el aire.
Todo el tiempo que lleva esta gente pisando la tierra, este lugar, este sitio, ha gozado de la compañía de una buganvilia.
Los niños más pequeños saben que en el puerto la palabra buganvilia cuenta con tres acepciones: la que denomina a la flor que se da entre los cercos de carrizos y entrega su belleza a la casa de la gente pobre del barrio; otra, figurativa, cuando la emplean los jóvenes para enamorar a las mujeres: el hombre entrega un ramo de encendida buganvilia y compara la belleza de la mujer con la belleza de esa flor que parece hecha con pliegos de papel de China; y aquella que nombran los léperos cuando van al burdel más popular de la región: vamos a la buganvilia.
Ostionero
El buzo que se arriesga en la madrugada a sumergirse bajo el rompiente de las olas para sacarle a las piedras a punta de barreta racimos de patas de cabra, ostras, lenguas de perro, arriba a la playa a media mañana con la bajamar y su costal de delicias.
Comercia su captura en la arena, y luego marcha decidido a la cantina a buscar mujeres, alcohol. Llega solo este pobre trabajador del mar, no conversa con nadie. En la sombra de moscas y alcohol recuerda la oscuridad de las profundidades del mar. Tiene metido en los huesos el rugir del agua al chocar contra las piedras. Bebe callado su alcohol.
Al mediodía alguna mujer se acerca a quitarle los pocos pesos de la venta. El hombre bebe en silencio. Entrecierra los ojos. Se sumerge en otras aguas menos turbulentas.
Perpetuidad
Las mujeres del puerto conversan en grupo con sus muertos. Dicen de sus días, la vida, al ausente. Les gusta tener bien conservada la sepultura de aquél que compartió sus vidas. Buena pintura sobre los herrajes. Todo limpio y lavado. Flores frescas. Asisten por la mañana a derramar algunas lágrimas, luego se marchan en grupo en medio de estruendosas carcajadas.
La escritura
Escribo un sueño: salgo de un lugar donde imparten clases de música a jóvenes a partir de las diez de la noche. Es de noche. Durante el día, el mismo espacio es ocupado para vender productos de artesanía mexicana. Estoy en una ciudad que no conozco. Entro en la noche a este sitio, pregunto a unos jóvenes que en ese momento llegan por los precios de las artesanías que se exhiben en los estantes. Me responden con agresividad que esas no son horas para vender artesanías, que no sea impertinente. Este no es momento de vender artesanías mexicanas, dicen con voz alta, de noche son horas que se ocupan para dar clases de música. En el fondo del corredor donde nos ubicamos, escasamente iluminado, advierto la presencia de un perro que me observa. Pido disculpas por mi interrupción y con pasos apresurados trato de llegar al zaguán de madera pintado en tono verde limón. Camino junto a espacios divididos por una pared de carrizos. Adelanto mi mano derecha para abrir la entrecerrada puerta del zaguán verde. Al hacer el movimiento de levantar mi mano no advierto que el perro me da alcance y que clava sus afilados dientes en mi mano izquierda. Despierto, junto a mi cuerpo duerme una niña. Sobresaltado enciendo la luz y sólo observo almohadas y sábanas apiladas en mi cama. Transpiro en la media noche.