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Oaxaca, Oax. 21 de septiembre de 2012 (Quadratín).-Desde muy temprano dos hombres se sientan en la banqueta de la calle principal de la colonia a observar la vida. A sus pies se levanta, diminuto, un envase de refresco. Está vacío.
La conversación de estos dos hombres transcurre con calma y armonía. Con movimientos lentos cambian de posición. Se incorporan y vuelven a sentarse con todo el tiempo de mundo. No les corre prisa, existen como si el tiempo no pasara, no urgiera a vivir.
Frente a ellos pasan camiones del servicio urbano raudos, veloces, que van a ninguna parte. Uno de ellos dice: La vida en esta ciudad se llena de sin sentido, resulta habitar aquí una verdadera locura.
Desde el muro de la casa que les brinda sombra sale el sonido de la radio, en noticiero: atacaron a tiros a un hombre que salía de su casa. Matan a oficial de policía en el parque público, secuestran a empresario.
Los hombres son parte del paisaje: una colonia popular de esta ciudad: en un extremo de esta calle está la escuela primaria y secundaria. La calle se llena de estudiantes desde muy temprano. Padres que conducen a sus hijos a la escuela con cara de preocupación, angustia. Adolescentes que marchan a instruirse como si fueran a la guerra.
Camina la mañana a uno de los extremos del día, es la hora del ingreso a clases en la primaria. Como presidiarias en la reja del penal las madres de familia se recargan a la reja de la escuela. El horario es estricto, quien llega con retraso no entra. Nadie sale de las instalaciones: la escuela como una cárcel o un cuartel, para menores infractores, para adultos delincuentes.
La manos de los dos hombres en la banqueta buscan en envase de plástico que mantienen en sus pies, de tanto en tanto. Los mototaxis rompen el silencio de otro tiempo: Se extraña el pasado, cuando este terreno sólo era un campo de labranza alejado de la ciudad, dice uno.
No corre prisa, no van a ninguna parte. Las vecinas que regresan de ir a dejar a sus hijos a la escuela los saludan: Buenos días, buenos días. Agachan la cabeza para negar su presencia ante lod dos hombres que se encuentran sentados en la banqueta de la calle, junto al pirú del arroyo.
El mundo existe porque sigue proyectando sombra el árbol de pirú. De cuando en cuando, esta mañana, los dos hombres hablan de los muertos. El finado Margarito salía a caminar muy temprano en la mañana, así hasta que murió.
Conversan inconexamente, brincan de un tema a otro sin guardar formas de lenguaje o de conversación entre dos personas sensatas.
Llegan otros hombres y se unen a ellos. De sus ropas sacan botes de refresco vacíos. En el interior. Sin logotipo de la empresa refresquera. Durante semanas o meses han conservado estos envases.
En ellos guardan mezcal que les venden en la ventanita, en la casa que está al fondo de la calle. Cada cierto tiempo alguno de ellos se incorpora, toma el recipiente vacío y lo conduce hasta la casa que vende mezcal. Ahí lo atiende, desde la ventanita, una mujer entrada en años y carnes que cuelga sus pantaletas en el patio, en un tendedero que está abierto a los ojos de todos.