Todos ustedes
1.
Oaxaca, Oax. 30 de noviembre de 2012 (Quadratín).-El limonero apenas tiene flor en este tiempo de calores, extravíos y desgracias. Faltan días para que llegue a dar sus frutos, para que tengamos limones con qué preparar limonada que detenga esta angustia que acarrea la sed. Me acerco al trasto donde escribo con la esperanza de perder el tiempo, que el reloj inscriba en una carrera de velocidad a sus manecillas. Pero no. El reloj que cuelga de la pared está artrítico y parece que ya se jubiló de aquellas competencias juveniles. Llegan malas noticias por la prensa que dejan en el zaguán de mi casa. Habrá una sequía terrible, habrá más calor. El mundo ya cambió y no nos damos cuenta. Habitamos un universo de hace 100 años cuando se amarraban a los perros con longaniza. La lucha por la conservación del entorno ecológico solo sirve en estos días para dar empleo a burócratas y políticos en las oficinas encargadas del ramo. En tanto, todos a sufrir y a meterse como auténticos perros del mal bajo los puentes para refrescar el cuerpo y el alma. En tanto, a padecer delirios y angustias por el calor y la falta de una sombra. Arde el alma con los calores y un olor a tierra quemada invade el espacio. La contaminación en plenos poderes. Mi hija se compadece de mi dolor y me alcanza un poco de agua de naranja para mitigar la sed y la desilusión de este tiempo de mal gobierno y peores curas.
2.
Habito en la calle de Las Rosas, al pie de Monte Albán. En una esquina de esta calle una mujer atiza la lumbre para que arda el comal. Hace tortillas inmensas, blandas y clayudas. Junto a ella florece un floripondio. En la otra esquina, desde la madrugada, una mujer vende atole y tamales bajo una buganvilia. Al mediodía pasa el nevero montado en su triciclo. Al atardecer una anciana llega a la puerta de mi casa a vender flores: alcatraces, gladiolas, nardos. Mi sueño lo guarda Monte Albán, detenido en su corona de nubes.
3.
Amo Oaxaca a las 10 de la mañana. Sus calles se abren, limpias, a un cielo que retiene todos los colores de la esperanza. A esta hora uno puede transitar a lo largo y ancho de la ciudad, a pie o en auto, con plena felicidad. La gente es fraterna, solidaria. El valle levanta con ilusión sus muros, las iglesias, el Palacio, el Fortín. Cuando llega el mediodía Oaxaca se convierte en siniestra, se llena de hijos de puta; gente que vocifera y delinque, que lleva sus manos al claxon por cualquier motivo. A esta hora uno prefiere estar muerto o en la oficina o en un cuarto de hospital. Las calles de la ciudad se convierten sólo en sombra de cárcel o manicomio.
4.
Todo se da bajo la luz: el sonido de la banda de música atraviesa las flores y los guisos bajo los arcos de los portales. La música se la lleva un viento ligero que acaricia rostros y cuerpos, aromas que impregnan a personas y cosas, bestias: caballos y perros, iguanas y armadillos. La misma música que llevan en el cuerpo las mujeres en su andar cotidiano, bailarinas. Viento que remueve las hojas del cuaderno en estas primeras horas del año, viento que agita cabelleras ensortijadas y acaricia las sombras que se escurren en el suelo, viento que besa el rostro de la mujer como quien se inclina a besar la lápida de su madre. El viejo reloj Olvera enmarcado por un mercado centenario; este espacio. Las mujeres andan como navíos de gran calado en medio del océano, sandungueras. Ramos de flores rojas en brazos de adolescentes. Hombres que se reparten como hermanos entre los frutos de la tierra mientras un cielo sin nubes los observa y bendice con su memoria que registra todos los actos de los hombres. Me detengo a descansar en una banca del parque público municipal luego de ese asalto de imágenes que sufrió mi alma, mis sentidos. Unos amigos me reconocen y saludan mientras yo, muy apenado, escondo entre mis ropas esta libreta de apuntes.