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Periodistas del New York Times podrán utilizar IA de forma legal
Para Óscar S.
Oaxaca, Oax. 12 de octubre de 2012 (Quadratín).-Sabor del mezcal y el olor a pantaletas. Sus manos se crisparon sobre la mesa. Eran días de transparencia y democracia, tiempo en que el ciudadano peatón deseaba con toda el alma que llegara a ser gobernado por santos o demonios. Pero no, eran los días de lo políticamente correcto. Una abominación. Tiempos en que la tierra ya no era la tierra. Tiempos en que toda la maldad humana se expresaba en mensajes transmitidos en cadena nacional por el presidente de la república. Sabor a mezcal y olor a pantaletas. Todo un camino en la vida, lo que los antiguos llamaban vocación. Lo demás era asunto del gobierno, la policía o la familia. Sí, el sabor del mezcal era todo un destino, una vida. Empuñó la pluma: olor a mezcal y olor a pantaletas. Sabor del mezcal y sabor de pantaletas, diminutas y con encajes.
Una calle
En la esquina de la calle está una banca sola. Junto a ella pasan mujeres conduciendo autos lujosos. Mujeres que llevan el signo de pesos cocido a los párpados de sus ojos. Ellas lucen muy bellas con pestañas negras y largas que enmarcan los ojos enormes, de un negro profundo. Ojo de águila. A esta banca nadie la mira, nadie recibe su invitación al descanso. La calle se llena de jóvenes que laboran en expendios de comida rápida, en tiendas de abarrotes de la colonia, en locales donde se venden muebles rústicos, de madera y piel. Llevan en el rostro una sonrisa eterna pero su cabeza está en otra parte: en los números de una cuenta impagable, en el perfume de cierta mujer, en aquellas zapatillas blancas. La banca permanece desocupada mientras las horas del día avanzan.
Hojas de un cuaderno
Las hojas del cuaderno se agotan. No hay espacio para escribir todo lo que acosa al que escribe. Como la vida misma, nunca se agota lo que debe ser escrito. Siempre existirá alguna razón para empuñar la pluma: el cansancio del cuerpo, un amor. El desamor, la esperanza, el sueño, la muerte, la enfermedad. Un sueño. Pasan hechos y personas a nuestro lado exigiendo que uno les preste atención, que se escriba sobre ellos. Y esta vida no da para más. Todos se confabulan contra el que escribe. El cuerpo mismo, las horas. No hay tiempo para escribir, la letra demanda un poquito de calma, de tranquilidad; un poco más de fuerza. Pero el cuerpo se niega a obedecer al hombre que empuña su pluma contra el mundo entero. Para colmo de males las horas de este cuaderno ya se agotan.