La continuidad en manos de Claudia
1955/ Un hombre en un andén
Oaxaca, Oax. 14 de marzo del 2012 (Quadratín).- Andenes, taquillas, terminales.- De nueva cuenta a recorrer taquillas, andenes, terminales. De nueva cuenta a fijar rostros y tratar de interpretarlos para después dejarlos en el olvido. De nueva cuenta a iniciar conversación con taxistas mientras llego a la terminal de autobuses y ponerme a hablar del clima, la lluvia, el tiempo o aquello de que la gente tiene que respetar las reglas de manejo y vialidad.
De nueva cuenta a esperar el camión en esta sala con puertas abiertas, cristales muy bien pulidos desde donde se observa el mar mientras en una estructura de acero ladran en el televisor los avances de las noticias del día.
Me siento a observar el rostro de la gente y trato de adivinar la vida que llevan estas mujeres, estos hombres. Entre los avances de las noticias que salen del televisor y la cara de la gente existe un silencio de finado tierno.
Este ejercicio de interpretación lo aprendí en las horas de la juventud cuando esperaba el camión que me conduciría a la ciudad de mis estudios y mataba el hambre lejos de la pluma y la libreta que tanto me protegen y cuidan por estos días.
En los años que he recorrido por terminales de autobuses del país nada cambió en mi existencia: sigo pegado al hambre y a la vagancia; observo con descaro a las mujeres que viajan. Y a los zapatos y maletas de aquellos que me acompañan en la sala de espera con cara de velorio o de muerto fresco que espera la hora en que cuatro escuálidos lo levanten con inseguridad y lo depositen en la sepultura.
En tanto vienen por mí para depositarme en otro sitio, escribo. La pluma que me acompaña a la playa es de un gris metálico, bañada en oro. Destaca el punto blanco de la insignia de la casa que la produce. Tiene un andar ligero y preciso por las hojas de esta libreta; el color de la tita es firme.
La pluma fija ideas y pensamientos, sentimientos sin oponer el menor esfuerzo: mantiene claro y transparente lo simple. A la manera del viejo Buloswki: Mantén sencillo lo sencillo. Nada más. Esta es la pluma del andén, la que me acompaña en mis horas junto al mar.
Mario Jesús.- En este café de gallegos nadie sabrá que acudo con puntualidad de viudo, llueva o truene, Navidad o días de guardar, a cumplir con mi escritura para doblegarme a la voluntad del otro, mi hermano Mario Jesús, muerto hace muchos años recién nacido en algún puerto pesquero del Pacífico mexicano. Hasta antes de su nacimiento yo era el benjamín de mis padres. Luego del anuncio del embarazo de mi madre, ya mayor ella, crecieron en mi persona instintos asesinos. Mi madre se dedicaba a las labores del hogar, al cuidado de sus hijos. Mi padre era marino militar. Nunca quise mirar a mi hermano Mario Jesús recién nacido. Un día después de un viento fuerte enfermó. Aquella tarde se quedaron en el puerto marineros y barcas, redes y grampines. Sólo se hicieron a la mar láminas del caserío, palmas con racimos de coco, puertas y ventanas, sábanas y la ropa del tendedero. La enfermedad de Mario Jesús empeoró, no hubo médico que lo devolviera a la vida. En la noche de su velorio me acerqué a su cajita blanca adornada con pliegues de satín. Una tapa levantada dejaba ver a quien quisiera mirar el pequeño rostro del muerto recién nacido. Un cristal delgado separaba a nuestro mundo de viento fuerte y mar de las manos arrugadas del muerto. Desde aquella noche de su velorio converso con mi hermano Mario Jesús, quien me acompañó por islas y océanos, mares y cantinas, callejones y campanarios; ciudades e iglesias, parques y moteles: vecindades. Para él escribo todos los días, para aplacar su ira de recién nacido muerto. Por él me acerco a este café de gallegos y gente sin patria.
Juchitán.-Un niño observa la calle desde la habitación de un cuarto de hotel. Pasa el viento fuerte y hasta su ventana le entrega un sombrero. En niño sonríe, le agradece el obsequio. En la calle, pasa una mujer morena tratando de bajar con los brazos su falda. El niño observa su esfuerzo. Abandona su puesto y camina al buró de la habitación. Toma papel y lápiz. Regresa a la ventana. El niño escribe una oración al viento, su amigo: Viento fuerte haz que se levante la falda de la morena hermosa que camina bajo mi ventana. Quiero mirar sus piernas. Viento fuerte, amigo. Con hábiles manos hace un avión de papel. Lo arroja al viento mientras sus labios repiten con fervor la oración escrita.
Datos generales.-Sobre el hombro izquierdo, donde se carga al amor, el hombre luce un enorme tatuaje en forma de corazón partido en dos por una afilada jara. En el primer segmento atravesado por aquel rudimentario mensajero de la muerte está escrita la letra X, en el segundo la R. El hombre porta con agrado su tatuaje de amor eterno. Sus señas generales, su documentación de viaje, sus documentos de marino, se complementan con la clara imagen de un tiburón perfectamente dibujado en el muslo derecho. El escualo, feroz, navega con la dentadura de tres hileras dispuestas al ataque con buen tiempo, libre, hacia los mares de la ingle. Con estas señas particulares que le grabó en el cuerpo algún amor el hombre bien sabe que regresará a su casa, que alguien lo traerá de vuelta porque será identificado con suma claridad aunque lo agarre la borrasca, el mal tiempo, en el mar o la cantina o la muerte.