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Oaxaca, Oax. 1 de enero de 2013 (Quadratín).-El ser humano rige su vida, sus actos, por su memoria auditiva: recordamos el sonido del amanecer, por eso despertamos: los pasos de mi mujer por la casa, las voces de mis hijos, el trino de algún ave insomne hacen que abra los ojos, estire los brazos y salga de las sábanas a enfrentar el día.
Hace muchos años un amigo muy apreciado, Pepe Elorza, me comentó que existen dos tipos de personas: las que poseen una memoria auditiva y las que guardan una memoria visual, gráfica. Podría ser, Elorza es compositor de música.
En realidad no sabemos hasta dónde nos conducen los sonidos, hasta dónde rigen nuestra vida. Por ejemplo: a veces, cuando caminamos por la calle nos asalta un sonido, una música, que inmediatamente nos traslada al tiempo de la tierra de nuestros padres, a los días de la infancia y a esa canción que cantaban los hermanos mayores en aquella hora en que el dolor y la muerte, la desgracia, estaban muy lejos de nosotros.
Pasados determinados años de vida, la canción que uno elija poner en el reproductor no será más que su deseo de combatir la infelicidad que nos acecha. Esa canción, quizá, no sea más que la búsqueda de la voz de nuestra madre; la canción escuchada desde la vida prenatal.
Esta mañana mi mujer puso algo de música. En la canción el intérprete decía: ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Claro cuando escuché esa canción por primera vez la muerte estaba muy lejos de mis diecinueve años, la enfermedad era una referencia tan insignificante: eran los días de vinos y rosas y lecturas.
Pero ahora, en este tiempo, nadie a estos años se atrevería a pedir conscientemente que le lleve la muerte: nadie, digo, con todas estas enfermedades que acarrea el cuerpo y nunca se podrán dejar arrumbadas en un rincón.
Pero esas canciones de juventud algo tendrán de sanadoras, algo restablecen en nuestro organismo, y el día alumbra mejor: hace posible que nuestro cansado cuerpo se incorpore y recobre al menos por un instante, sus sueños y anhelos y salga a la calle a buscarlos.
Esa renovada voluntad en nuestro ser no es más que el efecto de la memoria sobre el despojado ser: De pronto, sin que se sienta, la memoria realiza el efecto mágico: que uno recobre fuerzas.
Como decía el maestro Elorza: la memoria musical fija la vida y, con esta condición, vamos por el mundo recordando sonidos y efectuando actos que conllevan un poco de esa juventud violenta, aterradora y cruel que hace mucho tiempo nos pobló.
Faltaría decir aquí esa otra parte, aquella de los que conformamos el grupo de personas con memoria visual, no auditiva o musical: tardamos más en recordar la imagen de un tiempo feliz, el detalle que nos hizo vivir ilusionados: el rostro de una mujer, una hilera de dientes blancos, el sexo de nuestra amada habitado por nuestro amor.
Los que poseemos memoria visual somos un poco más obvios, más burdos, le tomamos un sentido más desgraciado a la vida: somos infelices. Y es que contamos con pocos elementos gratificantes e inmediatos para recordar y habitar de nueva cuenta las horas felices de nuestra vida.