Educación para el desarrollo
Oaxaca, Oax. 28 de marzo del 2012 (Quadratín).- Las revistas literarias se vuelven un referente obligado en nuestra memoria, de alguna manera hacen las veces de estatuas de bronce en el parque central de los recuerdos.
Y retomo aquella idea con que arranca Julio Cortázar su libro de ensayos y críticas en la obra de Edgar Allan Poe. La idea que retoma Cortázar de Ramón Gómez de la Serna cuando este habla de ese otro Poe de Francia, Baudelaire: Él es la estatua de bronce en la plaza central de nuestra memoria.
Ciertamente. Toda la historia de la literatura universal nos llegó, hasta el siglo pasado, a través de revistas: esos espacios públicos que aglutinaban a escritores y artistas y expresaban la percepción estética de su tiempo con determinada periodicidad.
En el caso del Istmo de Tehuantepec nos tendremos que remontar a inicios del siglo pasado con la revista Neza Cubi, que creció a la sombra de autores que hoy gozan de reconocida fama: Andrés Henestrosa, el más notable.
Luego vinieron otros intentos que nos demostraban que hasta esta esquina del mundo se podía manifestar la palabra en cuentos, relatos, leyendas. Que los autores de estas muy municipales tierras podían dominar la palabra escrita y salir a la plaza pública con nombre y apellido, dar la cara a sus vecinos.
Así, con el ánimo de dar la cara y conocernos, vivir en civil, apareció la mítica Iguana Rajada, aventura que comandó el hoy célebre y ciudadano distinguido Víctor de la Cruz.
Las revistas literarias llevan a quienes las dirigen a comandar a una turba de locos y desadaptados sociales, el grupo de buenos para nada que hacen albergar en el corazón de sus madres los mejores deseos para imaginar el futuro de su hijo que se queda toda la santa tarde mirando el cielo por la ventana sin dejar de tener una sonrisa de bobo eterno.
Pero los directores de las revistas tienen multitud de mujeres y hombres que los siguen.
En su mayoría son gente joven que va tras la aventura de ver su nombre multiplicado por mil o cinco mil veces, el número del tiraje de la revista.
Las revistas literarias, en todos los tiempos, en este país y en nuestra querida Oaxaca, son casi religiosas, ven la luz cada que Dios quiere. Por eso sus directores tienen que aplicar los mejores años de su existencia en concretar ese sueño llamado revista.
Por eso será que son escasos los locos que las comandan, mucho más locos que sus seguidores y los que participan con sus trabajos. Quien haya pasado por el corretear a un poeta, un narrador o algún pintor y pedir que entregue su material para la publicación del próximo número, me dará la razón: resulta un acto de una locura total.
Quienes encabezan los esfuerzos de realizar una revista literaria con publicación periódica, merecen estar en ese jardín de la memoria de quienes escribimos. Ese del que habla Cortázar y Gómez de la Serna.
Son mujeres y hombres que habitan en la santidad de entregar su trabajo para que su nombre no aparezca, pera que luzcan otros. Si es que alguno de aquellos dementes que se dicen escritores llega a contar con tiempo y suerte para sobrevivir a los años del insano juicio en que cada autor participa de buena gana en la elaboración de una revista.
El nombre de los directores está destinado a sobrevivir en alguna cita biográfica perdida entre la obra del futuro gran autor.
Por eso se celebra que en Juchitán vea la luz una revista como Bicunisa. Debemos dar gracias a la voluntad de Soid Pastrana, loco mayor, que intenta hacer posible lo imposible: que nuestros políticos acepten financiar una revista de poemas, cuentos, leyendas y dibujos; que contradigan con su acto solidario de autoridad municipal el cuento aquel que los abruma y ahoga, persigue: ver su rostro publicado al momento de cortar el listón inaugural de una obra pública.
Porque una revista literaria no es obra pública. No es medible ni en este ni en otros tiempos la difusión de ideas estéticas, propuestas literarias, al interior de la sociedad en la que vivimos; dicen los políticos del gobierno.
Pero contra todos los signos en boga una revista literaria debería ser una obra pública municipal, ahora más que nunca. En este México de secuestros y violencia, de crimen y malos políticos y peores curas. También lo que tengan que decir los escritores debería importar en este país nuestro. Lo que se tenga que decir sobre esta vida que nos hacen llevar los que nos gobiernan.
Para entender nuestro presente debemos saber nuestro pasado, lo dicen los estudiosos de todos los tiempos. Así vislumbraremos nuestro futuro. Pero nadie mejor que una revista literaria para saber nuestro presente. Porque ahí se registra la forma en que aman y anhelan, sueñan y se desengañan nuestros jóvenes. Nos brinda la oportunidad de palpar las visiones que tienen sobre este mundo.
Por eso la importancia de que se destinen recursos públicos a la producción de medios impresos donde se refleje la realidad sensible de nuestro tiempo.
Elaborar una revista literaria requiere de mucho valor. Talento y bolas: los dos elementos esenciales para la sobrevivencia de la especie humana.
Pero será necesario que todos salgamos en la defensa de las revistas literarias. Que dejemos a un lado los argumentos del gobierno: la literatura y las artes no sirven para nada. Lo que es peor. Contagian de ideas raras a nuestros hijos.
Salgamos con orgullo al encuentro de nuestras locuras, así lo llaman pueblo y gobierno al acto de escribir. Vayamos en su búsqueda. Para que los dineros públicos sean en verdad los recursos del pueblo que demanda algo más allá de información con nota roja en que sumieron nuestra cotidianidad quienes mal gobiernan nuestra tierra. Para que vayamos en la información más allá del corte del listón inaugural.
Y para que seamos solidarios con aquellos desdichados que les tocó dirigir la revista literaria, esa aventura.