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Oaxaca, Oax. 30 de septiembre de 2012 (Quadratín).- A todos nos puede parecer muy evidente que existe un abismo profundo entre nuestros gobernantes o clase política y el pueblo en general. Los gobernantes mexicanos nos parecen cada día más distantes, no parecen ser ciudadanos sino dioses del Olimpo; son a lo menos cortesanos privilegiados, son para ser más claros otra raza, otra clase; Hay una palabra en zapoteco que los pueden definir muy bien: bene shtil.
Lo peor es que ya no nos parecen gobernantes, es decir, personas que nos pueden conducir hacia el bien común en condiciones de libertad e igualdad, más bien son los administradores de los intereses de los grandes señores del dinero, sea nacional o mundial, son los capataces de las nuevas haciendas de la producción de mercancías.
Esta realidad nos debe conducir a replantearnos de los fines o del fin que debe tener un gobierno que sea digno de llamarse de esta manera.
Así, de los cinco elementos de la virtud política planteada por Platón, es decir, la sabiduría: que debe ser la virtud de la clase gobernante pues implica el conocimiento más perfecto de la población que gobierna. La valentía para imponer la observancia de la ley bajo cualquier circunstancia. La templanza para sostener el orden público. La justicia para garantizar el equilibrio del Estado y la piedad para ser condescendiente con los más pobres de riqueza y del alma. De estos cinco elementos habría que destacar la rectoría de la justicia dentro de las demás.
Todo gobierno de cualquier signo que sea, debe tener como virtud principal a la justicia y evitar su contraria: la injusticia. Si un gobierno no tiene esta virtud como objetivo sustancial, como lo planteó San Agustín, la realización de la justicia, o sea de una ordenada convivencia humana, es el fin esencial de la sociedad política o república. La sociedad política o también llamada Estado es aquella asociación humana cuyo vínculo consiste en la noción de lo justo y la común utilidad.
De esta idea arranca San Agustín de que la ausencia de justicia reduce a la República o al Estado al nivel de una cuadrilla de malhechores. A esto, desgraciadamente estamos llegando en nuestro país.
Nuestros gobernantes son cada día más injustos y quieren parecerse más a una cuadrilla de malhechores, tal como lo definió San Agustín.
Debemos de señalar que una primera acepción de la justicia se refería como represión de cuanto infringiera el orden establecido; porque se consideraba que romper el orden de la polis o del Estado, siendo este justo era una injusticia. Sin embargo, esta idea primaria de justicia se amplía y pronto se referirá con la idea de una armonía, de un equilibrio en las relaciones humanas e incluso de un orden en la sociedad sancionado por un orden divino. No es extraño entonces que la idea de justicia tuviera relación con el orden del cosmos, así, el orden del cosmos, el orden divino fuese considerado como un acto de justicia propiamente. La armonía del cosmos se relacionará con el respectivo orden y armonía de las conductas humanas. Cuando no hay orden en nuestra conducta o no hay armonía la justicia será entendida como aquello que uno sufre por algo.
La justicia en la idea de armonía se vinculará, desde luego, con la idea de igualdad, pues en una relación de igualdad siempre se deberá de buscar la correspondencia, por ejemplo de la injuria se buscará reparación, de la prestación una contraprestación, etc.
Una concepción religiosa de la justicia nos dice que en la vida de los individuos y de los pueblos, es voluntad del creador que impere la justicia, porque mantiene cada poder dentro de sus límites y controla con eficacia la demasía y el orgullo.
La justicia también se puede derivar de la idea del bien; es de todos conocido que en la vida del hombre existe una jerarquía de bienes mediante los cuales encuentra una felicidad transitoria hasta encontrar el bien sumo, el bien final. Para alcanzar este bien final, Platón, plantea que se debe buscar a través de la contemplación de la verdad. Para alcanzar esta verdad y el bien final el hombre debe de buscar, a través de la virtud. Este está regulado por la razón. Platón nos dice que hay dos clases de virtudes: virtudes intelectuales y virtudes morales. Las dos clases de virtudes consisten en disposiciones que resultan de los esfuerzos del hombre por someter sus actos a la razón y a los fines supremos de su naturaleza. Las virtudes intelectuales son enseñables y las virtudes morales se realizan en su práctica. En este sentido, la justicia implica el ejercicio de todas estas virtudes.
En consecuencia, es en la justicia en donde se aplica y tiene realización el principio de igualdad como fundamento para la práctica de la cohesión y armonía en la sociedad. Así, del principio de igualdad surgen dos maneras de la concepción de la justicia: la justicia distributiva y la correctiva, que a su vez se subdivide en conmutativa y judicial.
La justicia distributiva tiene como propósito el reparto de los bienes en la comunidad y busca que se realice de acuerdo a los méritos de cada quien. El Principio de igualdad a alcanzar implica una desigualdad en el trato puesto que los méritos son diferentes, los bienes deben ser distintos. La justicia distributiva debe ser una regla fundamental en el ejercicio gubernamental que se olvida muy fácilmente.
La justicia correctiva mide impersonalmente los beneficios o los daños que los hombres pueden experimentar a partir de la valoración de las cosas y los actos en su valor efectivo. Para ser más claros, la justicia distributiva ordena las relaciones entre la sociedad y sus miembros, la correctiva ordena las de los hombres entre si. La correctiva es conmutativa cuando interviene la voluntad de los interesados; se llamará judicial cuando se impone la voluntad de uno de ellos, por decisión de un juez.
La idea de justicia no será completa sin la idea de equidad, pues esta implica que la generalidad de la ley deberá buscar su concretización a las exigencias de la vida, de la realidad, en aras de una justicia lo más natural posible. Por eso, para hacer justicia a los indígenas o a las mujeres será menester de una justicia equitativa y este será un arte para los gobernantes.