Aunque lo nieguen, sí hay terrorismo
OAXACA, Oax. 23 de marzo de 2014 (Quadratín).- Una condición indispensable que debe tener cualquier gobernante, de acuerdo a la experiencia de Julio César, no castigar nunca por cólera. Jamás ceder al arrebato. Aguardar siempre la ocasión propicia y golpear habitualmente cuando menos se teme, buscando siempre ponerlo todo en el estado más favorable a sus intereses, sin despertar recelos, sin que pareciera una venganza. Castigar, pues, misteriosamente y cuando menos se espere, primero, por preservar la reputación y no aparecer como movido por la cólera, luego, para que nadie estuviera prevenido por algún presentimiento, o tratase de perjudicarle antes de ser castigado.
Esta regla de la política o del arte de gobernar, es muy provechosa, porque nacen de ella varias enseñanzas, entre la cuales se pueden considerar las siguientes: Primero, es mala consejera castigar por cólera, por arrebato, sin conciencia plena de lo se está haciendo, pues implica aparecer ante los gobernados como un gobernante poco inteligente, dominado por sus pasiones. Segundo, es conveniente no atraerse la antipatía del pueblo, a este, no le gustan los déspotas, los arbitrarios o los locos de poder. Castigar sí, pero sin que se note, en el momento propicio y cuando se salga ganando con el castigo. Tercero, nunca poner en alerta al o a los sujetos merecedores de castigo pues las consecuencias pueden ser muy graves para el gobernante. Cuarto, en política no caben las venganzas, un político vengativo tiene muy mala imagen, el político, en los castigos, hace aumentar su poder, en cambio, en las venganzas, siempre disminuye ese poder.
El político que busca el poder y la gloria, debe ser capaz de abandonar aquellas costumbres que no le ayudan para alcanzar el éxito y someterse a la más ruda disciplina. En el año 61 antes de nuestra era, a los 40 años, Julio César decide cambiar de vida.
Durante dieciocho años había llevado en Roma una vida fácil y brillante, en medio de fiestas y banquetes, derrochando millones con una prodigiosa desenvoltura, coleccionando amantes en todas las clases sociales, regodeándose en sutiles intrigas y saboreando refinadas venganzas. Ahora se le ve, transformar bruscamente toda su vida. Él, que se hacía llevar en litera ante el menor desplazamiento en Roma, cabalga ahora durante horas por caminos casi intransitables sobre un fogoso y rebelde corcel que monta con extraordinaria soltura, nos dice Gérard en su libro biográfico sobre el César. Él que se sentía incómodo cuando llevaba demasiado apretado el cinturón, ostenta ahora una soberbia y maciza coraza y soporta alegremente su peso y desde ahora formará parte integrante de su vestimenta. Él, que no se atrevía a tocar su cabellera por miedo a alterar su cuidadoso arreglo, expone ahora sus cabellos al viento y al sol durante todo el día y no se preocupa de ocultar de las miradas de sus soldados su calvicie cada vez más pronunciada. “En el umbral de la nueva carrera que se abre ante él, César abandona sin vacilar todas sus viejas costumbres que podrían entorpecer su marcha desenfrenada hacia la gloria.”(Walter, Gérard. Julio César. Edit. Biografías Gandesa. Barcelona, 1962, p. 92).
Muchos políticos modernos no son capaces de cambiar sus cálidas costumbres por otras que impliquen sacrificios, trabajo, disciplina, orden y lograr otra imagen para obtener, con éxito, el poder. Ejemplo de esto son los 50 mil kilómetros de campaña de Álvaro Obregón y el recorrido de Andrés Manuel López Obrador de la totalidad de los municipios del país. Obtener el poder implica realizar un trabajo intenso y constante, muy lejos de las áreas de confort que los políticos están acostumbrados y no quieren cambiar.
Otra de las cualidades que deberá tener el buen gobernante es, es saber adecuarse o adaptarse con extraordinaria rapidez a las circunstancias más difíciles y más imprevistas. En política no existen caminos reales, sino veredas muy escabrosas, las situaciones, de un momento a otro, se complican, por ello, habría que reaccionar con rapidez. Los planos tampoco existen en el gobierno, siempre es sobre contingencias. Estar preparado para todo es una devisa gubernamental. Los planes de mediano y largo plazo, son requerimientos de administración y no de la política.
No siempre un gobernante tiene que dar muestras de clemente, hay que demostrar que se puede ser cruel y despiadado cuando la ocasión lo amerite. No se puede permitir la desobediencia en los gobernados. Parecer benevolente es bueno, sin embargo, habría que hacer sentir que se está dispuesto a emplear a toda la fuerza del Estado en caso necesario. Muchos gobernantes han pasado a la historia como buenas personas, pero, pésimos gobernantes. El gobernante tiene que demostrar que es de recursos inagotables.
Dentro de estos recursos, necesariamente, deben contarse, rapidez en las decisiones en los momentos críticos y la precisión de las medidas. Esta precisión ayuda a la rapidez y a la falta de razonamiento por la velocidad de la toma de las decisiones.
En las decisiones del gobernante, debe de prevalecer el conocimiento de la ocasión. Aprovechar la mejor ocasión es una cualidad del buen gobernante. Este aprovechamiento de la mejor ocasión, es sin duda alguna, una estrategia de gobierno. Los grandes gobernantes son proclives a esta estrategia, regularmente no falla. Por ejemplo, hay que responder siempre astucia con astucia, de lo contrario se puede fracasar en esta ocasión, por no usar la táctica adecuada.
No hay nada más gratificante para el gobernante, al final de su carrera, decir las palabras del César: “Por lo a mí respecta, llegué, vi y vencí.”. Esas deben ser las palabras del buen político, con eso habrá cumplido con su carrera al final de sus días.