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¿Lealtad a quién?
Oaxaca, Oax. 16 de diciembre de 2012 (Quadratín).- A raíz de la llegada a México de la competencia electoral, que ha permitido el cambio de élites gobernantes, es decir, la alternancia en la conducción del gobierno, gran parte de la ciudadanía tiene la sensación de que la política ha sido prostituida. Hoy en día se busca el poder político y lo que conlleva, para satisfacer requerimientos de dinero o de poder económico. Los grandes negocios se hacen al amparo de la política, sin rubor, sin precaución, cuidado o simplemente sin moralidad. Hoy la ética y la política están cada vez más distantes entre sí. Panistas, priístas, perredistas por igual, salvo excepciones, se distinguen por utilizar los recursos del poder público como bienes privados. Esta situación hace que las luchas electorales sean cada vez más cruentas, más complicadas, más caras, más mañosas y más científicas. Para ganar no importan los principios, la ideología, la ética; incluso se llega a las componendas con los enemigos históricos, por ejemplo.- PAN y PRD. Hoy entrar a la política es entrar a los negocios altamente productivos, a la corrupción y a la búsqueda del reconocimiento fácil.
Se habla de la democracia mexicana, confundiéndola con simple competencia electoral. Lo único que ha producido esta competencia es la desesperanza de millones de mexicanos; la existencia de más pobres en toda la historia política de nuestro país. Hoy como nunca vemos y observamos la baja calidad moral de nuestra clase política. La gran pregunta es ¿qué debemos de hacer los mexicanos ante esta situación?
Para mi gusto no queda más camino que volver a los principios más elementales de nuestra asociación política. En primer lugar, constituir una asociación del bien común, que buena falta nos hace, los ciudadanos debemos de empezar por nulificar la bestia que cada uno de nosotros traemos en nuestra vida, debemos controlar nuestras pasiones, nuestros deseos, nuestras ambiciones. Debemos de buscarnos más en nosotros, y menos en lo exterior. Desgraciadamente el mundo de las mercancías nos impone su terrible maquinaria manipuladora para convertirnos en bestias consumidoras.
Nuestra conciencia y nuestra personalidad intelectual y moral deberán ser alimentadas para no preocuparnos por nuestro cuerpo, ni por las riquezas, ni por otra cosa. Seamos virtuosos porque de aquí nace la riqueza de la asociación política y del ciudadano individual. Recordar que somos los ciudadanos los que constituimos los gobiernos y no los gobiernos constituyen a los ciudadanos. Ser esclavos a los designios del mercado es perder la libertad por autonomasia. La cura es el método del autodominio, es decir, el dominio de sí en los estados de placer, dolor, fatiga, en la urgencia de las pasiones y los impulsos. El autodominio, sustancialmente significa dominio de la propia racionalidad sobre la propia animalidad (Giovanni Reale y Darío Antíseri. Historia de la filosofía. Filosofía pagana antigua. Edit. UPN. México. 2007). En este sentido, se gana libertad al dominar la animalidad por la racionalidad. Sin embargo; el ejercicio del autodominio no basta, es menester que nuestro orden político y de su institucionalización sean instrumentos de poder para limitar las pasiones humanas. Necesitamos de buenas leyes, de gobernantes eficaces y de un orden institucional que inhiba el florecimiento del nihilismo humano presente. Tiene razón Aristóteles cuando sostiene: no hay, pues, buen gobierno sino donde en primer lugar se obedecen las leyes, y después, la ley a que se obedece, está fundada en la razón (Aristóteles. La Política, Edit. Época. México, p. 205).
Aquí, en este párrafo, descubrimos uno de nuestros grandes males, los mexicanos somos muy renuentes a obedecer a las leyes, o las utilizamos para expoliar a los ciudadanos, además dicho sea de paso, tenemos demasiadas leyes y muy malas, elaboradas por legisladores casi analfabetas y sin conocimiento de nuestra realidad. Las leyes en nuestro país se elaboran por ensayo y error. En nuestro país, la falta de aplicación de la ley o de su manipulación ha creado una red de impunidad que hace daño a la República.
Los mexicanos, desgraciadamente, no tenemos el hábito de la obediencia y respeto a las leyes. Se nos puede decir, ¡cómo podemos hacerlo si nos cambian cada rato estas leyes! Hay mucha razón en este reclamo, las leyes para crear hábito necesitan de mucho tiempo. La ley se tiene que hacer uso y costumbre ciudadana.
Un segundo principio al que debemos regresar, es lograr la eficacia de la administración pública. El aparato público mexicano se ha convertido, en los últimos tiempos, campo privilegiado de incapaces, incompetentes, inexpertos, corruptos, inmorales, antinacionalistas, burócratas en el peor sentido de la palabra, tecnócratas sin sensibilidad política, patrimonialistas, ignorantes, mitómanos, facciosos, etcétera. Necesitamos integrar un cuerpo de servidores públicos con formación adecuada al desempeño que deben realizar. Habría que recordar que la administración pública es aquella actividad del Estado que acompaña al hombre desde que nace hasta que muere, aún después de la muerte vela por sus sueños, esto parafraseando al gran pensador español Manuel Colmeiro. El dato que nos acaba de ofrecer el presidente del Partido Acción Nacional es más que elocuente: más de la mitad de la militancia del partido abandonó ya sus filas, pues eran simples busca chambas. Con esta falta de principios e ideología pobre México.