Aunque lo nieguen, sí hay terrorismo
-Fortaleció el valor del Nobel
-La economía le interesaba
OAXACA, Oax. 21 de abril de 2014 (Quadratín).- Esta semana un texto de mi hijo David Horacio, doctorado en filosofía, con estudios en Lovaina y Barcelona y hoy en la Universidad de Columbia, en Nueva York, me emocionó y motivó a hacer una breve reflexión sobre lo que ha significado para mi generación la obra de Gabriel García Márquez, ciudadano latinoamericano nacido en Colombia, que vivió en Cuba y muchísimo tiempo en México, donde falleció. Era un ciudadano universal. Les comparto:
Escribe David Horacio, que “se murió Gabo. Se murió y yo me puse a recordar las inagotables alegrías que su lectura me dejó, su importancia incomparable durante mi juventud. Recordé los primeros libros que leí, como Funerales de la Mamá Grande y La increíble y triste historia de la cándida Eréndira, y tras esto todos los cuentos que pude encontrar. Para entonces estaba ya en el año en me que me quedé en Oaxaca y frecuentaba la biblioteca del IAGO, donde pude encontrar los libros que no teníamos en casa, si bien recuerdo muy bien las ediciones que teníamos, algunas seguramente primeras ediciones. Dos libros de él, como a todo lector, me marcarían para siempre y decidirían en gran medida mi vocación: Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera. El primero, como le contaba a Nicole, fue una de las experiencias estéticas e intelectuales más intensas de mi vida. Me asomé a él con la zozobra de acceder a algo que será único e irrepetible. Lo leí casi en trance, pero cuando lo solté supe que no iba a poder leerlo de nuevo pues esto supondría preparar un tiempo especial, desconectado del tiempo cotidiano. 17 años después no lo he vuelto a abrir. Me pasó algo distinto con El amor en los tiempos del cólera, que ni siquiera sé cuantas veces he leído. Es que, durante varios años, técnicamente nunca lo dejé de leer. En particular un año, mi primero, en Bélgica, dediqué todo rato muerto y cada noche a leerlo. Leía a veces dos páginas, a veces treinta, y cuando se me acababan las páginas lo comenzaba de nuevo, sin parar. Así durante un año. Como sabe, es una historia redonda, pero sometida a la lectura que le di se volvió una historia cíclica, que recomenzaba, como el mundo, y en cada comienzo se agolpaban ya las formas que la narración iba a proyectar. Desde entonces no he vuelto a leerlo (salvo su librito ese de vejez, que leí en Barcelona cuando salió). Y todavía no sé si tendré el coraje de leer Cien años de soledad de nuevo. Ahora, que el viejo maestro se murió, creo que será un mínimo homenaje permitir que esa forma resplandeciente de la alegría nos recorra de nuevo”…
Yo conocí la obra de García Márquez en los sesentas, cuando estudiaba en la Preparatoria Uno, motivado por haber escuchado y visto en una Conferencia en el Colegio Nacional a Carlos Fuentes y Octavio Paz. El segundo era un clásico entre los jóvenes de ese tiempo, por su Laberinto de la Soledad, así como Fuentes después por su texto sobre los sucesos de mayo en París, donde decía “seamos realistas, exijamos lo imposible”. Los chavos de la prepa leíamos por el interés de leer, teníamos nuestros clásicos, como Herman Hesse, Aldous Huxley, Carlos Castaneda, Lobsang Rampa, Kafka, entre otros. En esa época la Revista de la UNAM publica un ensayo sobre el boom latinoamericano, por lo que al aparecer Rayuela de Julio Cortazar y Cien años de Soledad de García Márquez, pude adquirir las primeras ediciones de ambos textos, que hasta la fecha han marcado parte de mis motivaciones existenciales.
Cien años de Soledad, es la novela que mejor he leído, anotaba cronologicamente la aparición de los personajes, tanto me gustó que igual que David Horacio no la he podido volver a leer, deseándolo, pensando en lo limitado del tiempo para hacerlo correctamente. Por supuesto Crónica de una Muerte Anunciada, el Amor en los Tiempos de Cólera, la Historia de la Cándida Eréndira y su Malévola Abuela y Mmorias de mis putas trists. Leído muchos de sus cuentos y algo sobre su vida, la precariedad con que empezó, sus relaciones con Fidel Castro, Julio Scherer, Jacobo, incluso Vargas Llosa, y su estadía en México. Sólo una vez estuve cerca de él, fue en casa de mi amigo Juan Manuel Abad Medina, colaborador entonces de Don Fernando Gutiérrez Barrios.
*Ha sido Presidente del Colegio Nacional de Economistas.