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Oaxaca, Oax. 11 de febrero de 2013 (Quadratín).- Asombrado por la frialdad con la que hoy se observan la serie de acontecimientos públicos, decidí cuestionarme como ciudadano mexicano qué nos está pasando como sociedad.
Al realizar la rutinaria revisión en los medios de comunicación y las redes sociales corroboré una sospecha: nos hemos acostumbrado a las malas noticias. Atestigüé que con una inquietante frialdad hoy se comentan muertes, torturas, hambre, robos y abusos sin causar mayor impacto en el ánimo ciudadano, y mucho menos genera consternación. Algo así como si nuestra capacidad de asombro estuviera de vacaciones.
Padecemos una especie de epidemia de trivializar todo lo que sea posible, como si fuera un mecanismo de defensa contra la vida cotidiana y sus difíciles retos que enfrentamos. Pareciera que pocas cosas nos pudieran sorprender, el egoísmo y la incredulidad son el común denominador, todo se replica de manera superficial en una marea de titulares tendenciosos y amañados. Los ejemplos sobran: ahí esta el fantasma del atentado detrás de los 38 muertos de la tragedia de PEMEX y la consecuente incredulidad ante la versión oficial; los más de 2 mil ejecutados en estos primeros dos meses de la administración federal, de los que ya no se habla, por no ser parte de la nueva estrategia presidencial; o el uso de la mentira para escudar la voracidad de los grupos en el poder que pretende mutilar el espíritu nacionalista de nuestras leyes y consumar sus proyectos privatizadores; o la ausencia de efectividad de los gobiernos que se evidencia con los grupos de autodefensa que se proveen de lo que el gobierno guerrerense es incapaz de garantizar (seguridad); ahí está la corrupción e irresponsabilidad de gobernadores que incrementan la deuda de sus estados para enriquecerse y andan campantes bajo el velo de la impunidad; o la misma descomposición de instituciones que debieran ser equilibrio de poder y actúan por consigna con absoluta negligencia léase consejeros del IFE e IFAI-; o todos aquellos administradores públicos que hacen de sus deberes la mejor oportunidad para perpetrar sus pillerías para resolver su problemas económicos personales, y después se desvanecen amparados en la retahíla de los trágicos acontecimientos que vivimos todos los días y ante los que nos mostramos impasibles.
Nuestro entorno esta viciado por esa costumbre de justificar todo y ser indolentes ante el padecimiento del otro. Habrá quien lo explique evidenciando el tratamiento que se le da a la información, regularmente manejada de un modo banal y manipulador. Sin embargo, la causa es estructural, está ligada con el modelo económico neoliberalismo- que los últimos gobiernos han usado para conducir a nuestro país. Aquel portento que se adoptó por indicaciones de los organismos económicos internacionales (como resultado del Consenso de Washington) para encarar el proceso de globalización y que nos ha traído muy malas cuentas como Nación. No sólo redujo al Estado mexicano para efectuar los latrocinios que han cometido, ni les bastó con flexibilizar nuestras leyes para hacer legal lo ilegal y acrecentar la desigualdad y el empobrecimiento de nuestra población; sino que también, este modelo introdujo un fenómeno terrible en el ciudadano contemporáneo: el individualismo.
Ese enfoque economicista e irresponsable nos ha lastimado mucho como sociedad. Nos venden la idea de que la modernidad que dictan los cánones del proceso de globalización (extensión de los mercados y el desarrollo de las comunicaciones) justifica sus engendros. Se promueve desde el duopolio televisivo la idea de fomentar el consumo y enlazarlo a la felicidad, ellos manipulan las conciencias, creencias y preferencias, su estrategia se basa en construir escenarios ficticios en los que desentendernos de la realidad cumple una función de entretenimiento que distrae y relaja al colectivo. Las televisoras mexicanas participan activamente en el desarrollo y cumplimiento del modelo porque forman parte sustancial de la élite que se beneficia de tal perversidad.
No es casual que nuestros políticos estén acotados a las reglas que les imponen las televisoras, se desenvuelven en la arena mediática viciando desde el origen sus responsabilidades. Así lo señala el escritor Eduardo Galeano en su libro de los abrazos (1989): la cultura y la política se han convertido en artículos de consumo.
Ahora bien, asumiendo responsabilidades, los periodistas debemos informar, airear, revelar y propiciar reflexión bajo un criterio equilibrado; pero también debemos abordar las causas que generan los problemas que relatamos. Un germen de ellos es nuestra actitud hacia el exterior, por lo que resulta un imperativo en redoblar esfuerzos como sociedad para romper la cadena perversa que se inicia con gobernantes abusivos y que se completa con la indolencia ciudadana. Nuestro país necesita una recomposición desde la base, desde la auto apreciación de nosotros mismos, para reinstalar a la empatía y la solidaridad colectiva como código general de conducta. Empecemos por reconocer que nuestro país también está secuestrado por nosotros mismos, porque hemos perdido sensibilidad y la voluntad de organizarnos para poner fin a los privilegios insultantes que resguarda a políticos deshonestos y enviciados empresarios.
Amigo lector, me resisto a aceptar que la manipulación pueda llegar al grado de hacer de una tragedia un espectáculo y de nuestras vidas un reality show. Recobremos conciencia.
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Twitter: @juandiazcarr
Abogado, economista y periodista.
Foto: Ambientación