Mantén el ritmo…
Si quieres que tu experimento funcione de manera distinta, tienes que cambiar el paradigma. Albert Einstein.
Oaxaca, Oax. 29 de octubre de 2012 (Quadratín).-De cara a las definiciones electorales por el gobierno de los Estados Unidos de América (EUA) que coincide con el arribo en nuestro país de un nuevo Gobierno de la República, cabe el reconocimiento de los paradigmas que han fracasado. Uno de ellos que se mantiene en las agendas de ambas naciones como prioritario, son los asuntos que derivan del consumo de las drogas y los efectos que éste fenómeno ha generado para ambos países.
Para referirnos a uno de los asuntos más acuciantes de la vida nacional necesitamos situarnos en la desafortunada experiencia que nos hereda la actual administración que fenece en 4 semanas. Es de todos conocido que motivado por la polémica victoria electoral del 2006, Felipe Calderón, decidió emprender una guerra contra el narcotráfico sin diagnóstico previo, ni cálculo de consecuencias, ni mucho menos, concertar con las principales fuerzas políticas del país para celebrar un acuerdo nacional que permitiera una coordinación eficiente con el vecino país del norte. Nada de eso pasó. A diferencia de otras administraciones en las que el gobierno de Norteamérica presionaba a los gobiernos mexicanos para que combatieran éste fenómeno con beligerancia, en esta ocasión, obsequiosamente Calderón brindó está absurda guerra como el acto inaugural de legitimación en el poder. Las consecuencias saltan a la vista: No sólo el consumo de las drogas aumentó en relación con el capital invertido; los carteles de la droga son cada vez más fuertes; y la violencia no bajó en este sexenio, ya suman 71 mil muertos (semanario Zeta), 10 mil los desaparecidos y cerca de 270 mil los desplazados. Todo a cuenta de la consecuente debilidad del Estado mexicano.
VÍCTIMAS DE UNA GUERRA AJENA. Es hora de reconocer que enfrentamos una guerra de los Estados Unidos librada en territorio mexicano. Fiel al doble discurso que los norteamericanos utilizan -particularmente cuando de seguridad regional se trata- y haciendo valer su popular estrategia maniquea, han tergiversado el concepto del combate a las drogas situándolo en un contrasentido: allá se consume la droga y también se suministra el dinero y armamento a los narcotraficantes mexicanos, y aún con ello, se erigen como los buenos; mientras que acá, los que la producen y transportan para consumo de ellos son los malos y deben bañar en sangre su territorio, para eslabonar su redituable negocio del armamento. Para nadie es una sorpresa que siendo una guerra que implica a los dos países solamente hay víctimas de nuestro lado y ninguno en suelo norteamericano. ¿Porqué si en nuestro país el porcentaje de adicción es del 0.45%, muy por debajo del 3% de los EUA, aquí nos matamos? Una primera explicación esta ligada a la inhumana y deleznable óptica de este gobierno para enfrentar este problema. Me niego a resignarme a esta perversión que justifica muertes con cifras; en una sociedad democrática no debe morir ningún ciudadano, ni tampoco ningún criminal, pero la irresponsabilidad y la doble moral se expone con elocuencia en este controvertido asunto binacional.
La proximidad de la siguiente administración emplaza a dejar de lado la hipocresía y poner el dedo en la yaga. Para enfrentar un tema compartido se necesitan coincidencias de ambas naciones en el enfoque del problema, que rebasen el discurso diplomático y que materialice la voluntad de ambos países. Es un absurdo que en estados de la unión americana se discutan la legalización de la marihuana incentivando el negocio del narcotráfico, y en nuestro país sigamos con la visión achatada de seguir poniendo la cuota de sangre. También es incoherente pretender combatir con ficción el problema, puesto que en EUA la venta de armas esta legalizada.
SALUD PÚBLICA. Calderón se equivoco en mezclar el combate a la venta de las drogas igual que el consumo de estupefacientes con un matiz punitivo. Es diferente luchar contra los daños a la salud que causan el ingerir drogas que combatir con el crimen organizado. Desde el punto de vista de la salud pública el camino es reducir la demanda, en congruencia con la calidad de la educación, la conciencia social y el reforzamiento de las campañas gubernamentales de previsión. Tenemos que reconocer que aunque ha crecido el número de adictos en el país, aún es de manera marginal. A nuestro favor corre que al cerrarle el paso al fenómeno migratorio de Centroamérica buena parte de la droga ya no se queda en México, lo que ha permitido que los adictos a la marihuana ronden la cifra de los 450 mil, los de cocaína cercanos a los 220 mil y los de la heroína poco más de 110 mil (según datos OMS, 2011).
El aspecto de la violencia también tiene que ver con cambiar de visión el problema y enfocar el aspecto del consumo a un asunto de corte social. En las naciones más desarrolladas del mundo han logrado romper el paradigma y reconocen el consumo como un hecho social, semejante a la prostitución y el alcoholismo, que implica que alguien va a comprar y alguien vende. Ante esa situación, ellos se han concentrado neutralizar al máximo los efectos colaterales perversos de esa realidad comercial: la corrupción y la violencia. Lo que hace que los delincuentes no tengan que hacerse de un ejercito para reñir con la policía, ni de dinero para corromper a las autoridades. Se trata de reconocer la realidad social y dejar de lado esta siniestra simulación.
Abogado, economista y periodista.
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