El episcopado ante el segundo piso de la 4T
Itinerario político
En política y, sobre todo en la política mexicana, resulta cada vez más común que las víctimas de un sátrapa en el poder –un sátrapa como López Obrador-, terminan enamoradas o atrapadas por su captor, por su victimario o, de plano, por aquel que los ha destruido, denigrado o, incluso, aplastado.
Y al fenómeno de los políticos y servidores públicos que terminan por enamorarse de su victimario se le llama “Síndrome de Estocolmo”; emblema de la claudicación de la conciencia y los principios.
Y para empezar por el principio, vale decir que el síndrome de Estocolmo es un término utilizado por primera ocasión en Suecia, en 1973 –luego de un famoso asalto bancario-, por Nils Bejerot quien de esa manera describió lo que en su momento parecía un fenómeno paradójico que, al ojo público, vinculaba de manera afectiva e inexplicable a un rehén o una víctima, con sus captores o victimarios.
Desde entonces, el síndrome de Estocolmo fue identificado como aquel fenómeno psicológico que convierte a las víctimas de una atrocidad –un secuestro, un chantaje, un crimen o una extorsión-, en serviles y amantes del secuestrador, el chantajista, el criminal y/o el extorsionador.
Así, como se pueden dar cuenta, estamos hablando del mismo fenómeno que vivió el líder del PRI; el señor Alejandro Moreno, a quien el gobierno de López Obrador no solo amenazó, persiguió, difamó, calumnió y extorsionó, sino que políticamente secuestró.
El mismo político que luego de gritar a los cuatro vientos que no se rendiría y no se doblaría ante sus secuestradores, terminó doblado y rendido ante el mayor secuestrador de los mexicanos, el sátrapa llamado López Obrador, el mismo que despacha en Palacio.
Por eso, de la misma forma que el síndrome de Estocolmo atrapó al político profesional y líder nacional del PRI, Alejandro Moreno, de esa misma manera Alito Moreno terminó no sólo “doblado”, sino enamorado de la dictadura de López y hasta cayó en brazos de su perseguidor, su extorsionador y su violentador, el presidente mexicano López Obrador.
Y es que, en efecto, para todo aquel ciudadano con “dos milímetros” de frente o con “un gramo” de “sentido común”, lo que está pasando con el líder nacional del PRI –con el señor Alejandro Moreno-, no es otra cosa que un trastorno de personalidad política.
Se trata de un líder extorsionado, chantajeado y doblegado por el poder.
Es decir, que el político campechano que fue víctima de uno de los más feroces ataques del Estado mexicano –un ataque del propio presidente, de la gobernadora de Campeche y de la fiscalía general “carnala” de AMLO–, terminó por apoyar las prácticas dictatoriales del gobierno de AMLO, el sátrapa que persiguió al jefe nacional del PRI.
Y esa persecución –y posiblemente una larga cola que le pudieran pisar al jefe del tricolor–, provocaron en la conciencia de Alejandro Moreno un efecto idéntico al que padece todo aquel que se enamora de sus victimarios; sean secuestradores, perseguidores o victimarios.
Y por todas esas razones, el jefe nacional del PRI, motejado como “Alito” Moreno, pasó de ser un potente opositor a la dictadura de AMLO, a un faldero que, a cambio de impunidad, no solo “lame la mano del amo”, sino que hace todo aquello que el amo le ordena.
¿Cuál fue la moneda de cambio que llevó al señor Alejandro Moreno a los brazos de López Obrador?
¿Por qué el cambio radical de Alito, quien despotricó contra la tiranía de AMLO y terminó avalando al tirano presidente?
La respuesta la conocen todos.
Porque se presume una larga cola que pudiera ser pisada por el poder presidencial; un poder que mandó presa hasta a su madre política, la señora Rosario Robles.
Pero tampoco es una novedad la traición de Alito.
¿Por qué?
Porque desde su llegada al PRI el viejo partido empezó la debacle de sus gobiernos estatales y municipales.
¿De verdad existe algún ingenuo que cree, imagina o piensa que las derrotas en los estados de Hidalgo, Oaxaca, Sonora, Sinaloa, Nayarit y otras entidades, fue producto del poder imbatible de Morena?
No, señores, Alejandro Moreno pactó esas derrotas y esas entregas.
Si, el campechano pactó gobiernos estatales por embajadas; una negociación de párvulos.
Por eso, lo que viene en el 2023 y el 2024, no es la derrota del PRI, sino la caída de Alejandro Moreno.
Al tiempo.