Mantén el ritmo…
BITÁCORA DE GOBIERNO (I)
Las sesiones ordinarias del Congreso del Estado se parecen mucho a la santería: están llenas de una exagerada devoción por el pueblo, salpicada de cierta dosis de diabólica hipocresía.
Cuenta la historia, que hace unas décadas, un humilde estudiante universitario esperó tantas horas para entregar una petición de su pueblo en «propia mano», que al final del día, casi jura que sintió hablar con Dios y el diablo al mismo tiempo.
Y es que la costumbre política es citar a las sesiones legislativas por las mañanas para comenzar por las tardes, aunque para el sufrido pueblo, el precio a pagar está más relacionado en depender del tiempo de los demás.
Pero también está el camino corto, ese que significa entregar el documento, recibir la copia sellada y firmada por el empleado del gobierno y regresar semanas después para conocer el estatus de la gestión.
Ese día -cuentan los que saben-, el líder del Congreso del Estado había concluido sus labores, dos horas antes de la media noche. Su particular -así le dicen a quién le ordena la vida pública y guarda silencio de la privada- entraba y salía de la oficina para desahogar los trámites del día.
Sin embargo, tenía un caso que todo lo había hartado tanto, que se dio por vencido. Frente al líder soltó una hoja de papel como si fuera un pesado bulto y dijo:
-Afuera hay un muchacho que quiere que le recibas su petición. Tiene desde la mañana.
-Dile que te deje el oficio- ordenó el líder.
-No quiere. Ya le dije. Dice que tiene que entregarte el documento en «propia mano»…-insistió el particular.
-Dile que se deje de chingaderas. Le firmas de recibido y nos vamos- volvió a ordenar.
-Te digo que no quiere. Dice que tiene que entregarte el documento en «propia mano», que así lo decidieron en la asamblea de su pueblo- machacó con un tono sufridor.
-Entonces hazlo pasar… ¡Y ya nos vamos !
Y como si se abrieran las puertas del paraíso o el infierno, un joven indígena, asomó su cabeza cuando abrió la puerta y con sobrado asombro entró a la oficina.
En un juego de miradas, al menos media docena de colaboradores del líder parlamentario, que se encontraban dentro de la oficina, se enfocaron hacia el joven y volvieron a su mundo inmediato: el de la grilla.
En ese momento, el líder le dijo:
-A ver, dame la petición para que la firme y regresas después para ver cómo va…- y después de agachar el tórax , tomó una pluma. Hizo un garabato y se dirigió a su secretario particular :
– Mañana mandas eso temprano. Te lo encargo.
Y regresó su mirada al joven:
-¿Cómo te llamas?- le preguntó.
-Armando…Armando García.. -respondió.
-De dónde vienes?
-De una comunidad de la Sierra.
-¿Y qué estudias?
-Estoy estudiando mi primer año de Derecho en la UABJO.
-¿Y cómo vas de calificaciones?
-Voy bien, muy bien…-respondió el universitario.
-Mañana le traes tus calificaciones a Héctor, mi secretario, y él te va a dar un dinero.
-Pero licenciado, yo no vine a pedir para mí. Yo vine porque la asamblea del pueblo me mandó a entregarle en «propia mano» esta petición. Si saben en el pueblo que me va a apoyar me corren. Van a creer que vine a pedir para mí – dijo con temor y agregó- Mejor ayúdeme con mi petición…
Y el líder corto de tajo cualquier pero y tentó al santo varón:
-Lo de la obra de agua potable, Héctor lo va tramitar y veremos que se haga. Y de lo otro, es asunto mío. Trae tus calificaciones para que te den un apoyo, pero si veo que repruebas una materia te lo quito. Ahora ya vete a descansar.
El joven escuchó la orden como si acabara una misa. Estrechó la mano del líder, recibió su oficio firmado y sellado, y caminó rumbo a la salida del edificio.
Dicen los que saben, que en medio del silencio, vieron que el joven que entró libre de pecado, salió con una sonrisa distinta como si esa noche hubiera hablado al mismo tiempo con Dios y con el Diablo.