Día 22. Palacio perdió dominio de la agenda de la crisis
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de enero de 2020.- Con un buen “clavado” en los archivos de la otrora Dirección Federal de Seguridad, Jorge Fernández Menéndez reconstruye el asesinato del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada y muestra, con documentos desclasificados del Archivo General de la Nación, que el gobierno de Luis Echeverría sabía, con más de un año de anticipación, quiénes y dónde planeaban su secuestro.
El libro, Nadie supo nada, publicado por Grijalbo, es la versión actualizada del volumen que apareció en 2006, con el atractivo de añadir documentos inéditos y presentar los recientes homenajes y reconocimientos a los asesinos.
Rubén Cortés sacó, bajo el sello de Cal y Arena, Cuba sin ti, una trilogía que nos cuenta a Cuba antes de la Revolución y durante la construcción de la Gran Utopía, hasta el fracaso y la decepción narrados magistralmente desde el peor de los exilios, el interior.
Al mejor Rubén Cortés lo vemos en Un bolero para Arnaldo (contenido en Cuba sin ti), cuando–en mi opinión- un acontecimiento familiar le cambió definitivamente el mundo y la vida: “Puse las manos sobre el cristal del ataúd que dejaba ver el pecho, el rostro y la cabeza de mi padre. Mis tres hermanas le habían dejado en la boca un palillo de vara de coco de esos que usaba todos los días desde su juventud; le habían puesto su gorra de pelotero del equipo Industriales. La sala funeraria estaba llena de moscas atraídas por la atmósfera espesa, húmeda y eterna del Caribe”.
Cada uno refleja a la perfección su estilo en cada libro. Jorge Fernández, el periodista acucioso que revisa y coteja cada dato, exclusivo y valioso, antes de embonarlo en el sitio exacto de su texto, con precisión de relojero silencioso y solitario.
Rubén Cortés, de narrativa desbordada y fantasiosa de cubano y pinareño, que en sus textos llega a sincerarse y adelgazar el sentimiento hasta dejarlo en una tenue y aguda nota de bandoneón.
Dos excelentes libros que vale la pena leer.
En Nadie supo nada, Fernández Menéndez empieza por ponernos cara a cara con la contradicción de funcionarios que pregonan “abrazos y no balazos”, al tiempo que “desde el poder se justifica a los más violentos, diciendo que los narcotraficantes no son criminales sino pueblo, que no se les debe reprimir, al mismo tiempo que esos criminales asesinan soldados, policías, a miles de personas cada mes”.
Durante una reciente ceremonia celebrada en Los Pinos para premiar, por parte del gobierno federal, a ex guerrilleros que nunca se retractaron de sus crímenes ni de la lucha armada, “Cilia Olmos (uno de ellos), declaró que el asesinato de Garza Sada se debía a que era el representante de la oligarquía en México y que en aquellos el país estaba en guerra”, apunta Jorge Fernández en el prólogo.
En su tarea, el periodista revela que “encontré documentos que permitían confirmar que la muerte del presidente de Cervecería Cuauhtémoc y líder empresarial del Grupo Monterrey, ocurrida el 17 de septiembre de 1973 tras un frustrado intento de secuestro por una célula guerrillera, había sido una acción consentida, conocida previamente y realizada con el visto bueno implícito del gobierno en turno, que encabezaba Luis Echeverría”.
La primera parte de Cuba sin ti, llamada ¡Cuba, Cuba!, que nos recuerda al autobiográfico ¡Tierra, Tierra!, de Sandor Márai, Rubén Cortés agrupa nueva historias “dedicadas a quienes no se fueron de la isla, revela cuántos años van los cubanos a la cárcel por matar una vaca, por qué los niños ya no reciben en Cuba los nombres tradicionales en los países hispanos, cómo viven unos búfalos que le regalaron los vietnamitas a Fidel Castro (así como, según esa narrativa desbordada del periodista cubano naturalizado mexicano, unos peces con bigotes traídos de Indochina que caminan verticales por la noche), qué fue del hombre nuevo que soñó el Che Guevara”.
Su infancia en la Cuba revolucionaria está en Un bolero para Arnaldo, y en los Nómadas de la noche reseña “la destrucción de toda una forma de vida y una cultura edificadas desde 1902 hasta 1952, con ocho elecciones presidenciales libres y una prosperidad económica establecida en el más valorado y humano de los códigos: el honor al trabajo”.
Habrá quienes discrepen de ambos libros por cuestiones ideológicas, pero incluso a ellos les conviene leerlos, porque son dos esfuerzos honestos por contar, y bien contar, sucesos que nos dejan lecciones para disfrutarlas en el papel, y para no vivirlas jamás.