Llora, el país amado…
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 13 de octubre de 2019.- De las diferentes interpretaciones sobre la exitosa película, El Guasón, de Todd Philips, aquí interesa la perspectiva de la crítica social y jurídica, y la evocación de Los Chicoarotes, de Gael García.
La historia de El Guasón se ubica a inicios de los años 80 del siglo 20, en Nueva York, Estados Unidos.
Desde entonces, la degradación ya es notoria en la infraestructura urbana de una de las ciudades simbólicas del país, el mal desempeño del gobierno hasta para lidiar con la basura, la falta de oportunidades, la exclusión y la desconfianza interpersonal que incentiva la violencia y el crimen.
No se trata solo de las disfunciones biológicas o psicológicas que aquejan a un sujeto cuyas reiteradas frustraciones le activan sus peores instintos asesinos.
Se trata de un sistema social maduro que facilita el abuso de una mujer a manos de un político poderoso cuyo hijo negado, El Guasón, se burlará y cobrará venganza justiciera de las personas y la propia sociedad que lo produjo.
Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol pues los peores criminales en la historia se (de) formaron en el seno de condiciones familiares y sociales igualmente disfuncionales.
Mas ahora, llámese capitalismo tardío y sociedad consumista, de masas o posmoderna, el punto es que las instituciones que funcionan son más las de control y represión, que las promotoras y emancipatorias.
La opresión que las figuras de autoridad ejercen sobre los subordinados convierten a estos en un artículo más de uso y desecho, de monitoreo exhaustivo y sanción de sus actividades, de registro minucioso de sus datos personales sensibles y la operación de la «microfísica del poder» (concepto acuñado por Michel Foucault) sobre cuerpos y mentes.
Una sociedad así intoxicada encuentra en la rebelión, la venganza y la anomia la válvula de escape a sus pulsiones neuróticas y psicóticas de clase o grupo discriminado y vulnerado.
Puede cometer actos vandálicos, saquear y hacerse justicia por propia mano. Puede eso y más, pero no sin consecuencias.
En efecto, la lección de inicio y final de esta impactante obra de arte cinematográfica es que, pese a todo, las instituciones de control, en este caso la policía y la clínica, prevalecerán y permanecerán.
Hoy, casi 40 años después del escenario imaginado en el que actuó El Guasón, las condiciones que lo gestaron parecen haber empeorado.
Al mismo tiempo, lógica y visiblemente, la policía y la clínica –el Derecho en tanto orden y sanción– debieron especializarse en la misma proporción para garantizar el control social.
El Guasón podrá ganar una batalla pública y asesinar a su psiquiatra en privado dentro de la clínica, pero ésta y el Estado lo retendrán y diluirán en su interior.
Por duro que pudiera ser, ese es el mensaje que transmite El Guasón a la sociedad posindustrial contemporánea.
El otro, en el contexto de sociedades periféricas presumiblemente modernas, según mostró Los Chicoarontes en el caso de un pueblo (San Gregorio Atlapulco), ubicado en los márgenes de la gran Ciudad de México, es que el Estado no es tan fuerte como para hacer efectivo aquel mensaje.