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Consejo de la “caricatura”, Servil al Gobierno
Etnocidio en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca
La destrucción del último edificio público tradicional de Juchitán, su Lidxi Guendabiaani’, sigue su marcha. La inconformidad manifiesta de creadores de arte, de profesionistas juchitecos, y de los partidarios de las expresiones de la COCEI, no han movido un ápice el capricho y necedad del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y del presidente municipal de Juchitán.
Quienes insisten en borrar de nuestra memoria este edificio público, no terminan de entender que es un monumento histórico, una herencia cargada de un mensaje espiritual del pasado, cuya arquitectura representa la concreción de la sabiduría binnizá acumulada a lo largo del tiempo en el manejo de materiales y técnicas de construcción, un testimonio vivo de nuestra historia que debemos preservar para transmitir su riqueza de autenticidad a las generaciones futuras.
Los istmeños no debemos permitir que destruyan este último edificio público monumental, histórico e identitario de la cultura del Istmo, modificar los pilares de ladrillo por “horcones”, altera drásticamente el concepto arquitectónico y sistema constructivo tradicional de la Casa de la cultura, que es un espacio de convivencia cultural istmeña que apreciamos e identificamos como un símbolo importante de Juchitán.
Con toda razón José Saramago sostenía que “La dignidad no tiene precio. Cuando alguien comienza a dar pequeñas concesiones, al final, la vida pierde su sentido”. Tenemos que honrar nuestra dignidad defendiendo nuestro patrimonio cultural, no podemos permitir que destruyan este monumento histórico por una propuesta ajena a nuestra cultura, por más moderna y bonita que sea, puesto que técnicamente es posible restaurar y reforzar el edificio con materiales adecuados, sin alterar sus características arquitectónicas.
La justificación engañabobos del INAH y la Fundación Harp Helú para destruir la Casa de la cultura (por seguridad estructural ante futuros sismos), nos recuerda la justificación del dominico Francisco de Vitoria para esconder la explotación y desmanes que ejercían los españoles sobre los pueblos conquistados: “Esos bárbaros, aunque, como se ha dicho, no sean del todo incapaces, distan, sin embargo, tan poco de los retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una república legítima dentro de los límites humanos y políticos”.
Con esta mentalidad colonizadora, quienes destruyen hoy la Casa de la cultura de Juchitán, mañana nos exigirán que por seguridad dejemos de hablar nuestra lengua diidxazá, que hablemos español o inglés, que son lenguas que brindan seguridad de estudio y trabajo.
Tendrán el poder y el dinero para seguir con su proyecto de destrucción de la Casa de la cultura, comprar periodistas, callar la boca de personajes convenencieros ligados a la cultura, pero jamás tendrán la razón. Muchos en Juchitán dicen que está mal lo que hace el INAH, la Fundación Harp Helú y el presidente Emilio Montero Pérez, pero callan por seguridad en el trabajo o por una palmadita de ayuda en el hombro. Otros sugieren que, en vez de protestar por la modificación hecha a la arquitectura original de la casa, los inconformes debieran besar, en agradecimiento, la mano del inversor privado y rendirle obediencia ciega por su bondad. En Juchitán y en el Istmo por suerte sigue habiendo gente digna, que no se va de boca por cuentas de vidrio, además, un inversor privado realiza obras públicas no por bondad, sino como una forma de elusión fiscal: invertir en obras públicas para pagar menos impuestos.
A los que hasta hoy no han levantado la voz contra este etnocidio, les decimos, tenemos que tomar partido, hacer examen de conciencia y decidir si estamos de acuerdo o no a que se siga minando y destruyendo nuestra cultura. Si dejamos pasar por comodidad, o porque creemos que no nos afecta de manera directa, esta alteración grave a nuestra arquitectura tradicional, luego, ¿qué más arruinarán?
La Casa de la cultura de Juchitán es un bien común, una herencia arquitectónica istmeña, y como tal será defendida por los que respetamos nuestra historia y cultura. EXIGIMOS QUE SE RESPETE LA ARQUITECTURA ORIGINAL DE NUESTRA CASA DE LA CULTURA – LIDXI GUENDABIANNI’, Y SE REVIERTAN LOS DAÑOS COMETIDOS CON MOTIVO DE SU RECONSTRUCCIÓN.
Víctor Terán,
Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, noviembre de 2021.