Cortinas de humo
CIUDAD DE MÉXICO, 7 de enero de 2021.- Iluminados por los tibios rayos de un sol mediterráneo en la isla Ischia en Italia, los secretarios de Estado de las siete naciones del Grupo de los Siete se reunieron en octubre de 2017 con los titanes del nuevo mundo informático (Google, Facebook, Microsoft y Twitter) para solicitarles su cooperación en una tarea urgente:
“Reconocemos la importancia de construir confianza mutua con las compañías proveedoras de servicios de comunicación y redes sociales para alcanzar una alianza estratégica orientada a identificar y remover contenido terrorista de plataformas en línea, en congruencia con nuestros derechos fundamentales y nuestros valores. Deseamos seguir trabajando con estos aliados del sector privado para implementar medidas necesarias en la prevención de la radicalización, el reclutamiento terrorista y la planeación operativa de estos grupos vía Internet”.
A tres años de aquella reunión, Twitter, Facebook e Instagram finalmente han decidido bloquear las cuentas del presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump. Es un acontecimiento sin precedentes, pero no está fuera de la lógica de poder que siempre busca obtener más poder, controlar más relaciones con el que tiene, participar en los mecanismos de transferencia de poderes entre quienes valida o, como recurso desesperado, bloquear las posibilidades de los oponentes.
La segunda mitad del siglo 20 y las primeras décadas del 21, todos los líderes norteamericanos han aceptado y ordenado intervenciones políticas, diplomáticas, militares, golpistas y económicas en todas las regiones del mundo bajo la convicción de que aquella nación es la única en el orbe que no ha padecido ni tiranías ni dictaduras. La intervención militar junto al patrocinio golpista y el bloqueo comercial han sido el lado oscuro del ejercicio del poder geopolítico cuasi imperial de los Estados Unidos.
Lo acontecido el 6 de enero en el Capitolio de Estados Unidos revela que la caída postmoderna de la democracia termina donde comenzó. Las obsesiones por el control desmedido del poder mediante los mecanismos más cuestionables que la tecnología y la ingeniería social permiten surgieron justamente en las altas esferas de la política norteamericana.
Todas las estratagemas políticas para obtener o mantener el poder fueron utilizadas por cada fracción de las altas esferas en los Estados Unidos y han sembrado correligionarios alrededor del mundo. Fuera de todo principio ético o moral, acciones como la manipulación distrital (gerrymandering), la presión social (push polls), el hackeo psicológico del electorado en medios (marketing de segmentación psicográfica) o las acciones políticas como el miedo al extranjero, la falsa indignación social o la autopreservación de privilegios nacieron y fueron patrocinadas por los hombres y mujeres encumbrados en el poder.
El asalto al Capitolio y la muerte de civiles son solo consecuencias de un debilitamiento democrático largo, lento, progresivo y que tomó carta de ciudadanía justo el día en que murió el siglo 20: el 11 de septiembre del 2001.
Desde entonces, poco a poco, los Estados-nación en búsqueda de garantizar su seguridad y statu quo han permitido la incursión de modelos de operación que paulatinamente encumbraron sistemas de poder que trascienden regímenes o ciclos democráticos, que prescinden de la voluntad social y a los que simplemente no se les puede llamar a rendir cuentas. Este sistema que facilitó a Trump llegar al poder ha sido, paradójicamente, el que le ha arrebatado el único poder que le quedaba: el de expresarse en sus redes sociales. El bloqueo de las cuentas del mandatario es el recurso desesperado de los titanes del nuevo mundo por controlar aquel monstruo que ellos ayudaron a crear.
Hay que dejar cosas en claro, Trump es un fenómeno que trasciende la persona y es peligroso para la convivencia social, para la cultura y para la política. Todo lo que el trumpismo ha tocado ha sido corroído por el veneno de la discordia. Y, sin embargo, quizá tengan razón aquellos (como el presidente López Obrador) que muestran su preocupación ante el bloqueo mediático impuesto al magnate: aplaudir el bloqueo a Trump es, en el fondo, una declaratoria formal de que los imperios mediáticos (donde la democracia por supuesto no tiene lugar) deben controlar el núcleo de toda organización humana.
Sería, por desgracia, la capitulación de la siempre trabajosa y controversial libertad democrática ante el idealizado mundo perfecto de los datos. Me viene a la mente la dura reflexión de Czeslaw Milosz: “Y creyeron estar a salvo sin darse cuenta de que lo que los golpeará madura en el interior de ellos mismos”.
@monroyfelipe
*Director VCNoticias.com