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CIUDAD DE MÉXICO, 6 de agosto de 2020.- El peligro de la radicalización política por vía de ciertos grupos o líderes pseudo religiosos se acrecienta en medio de una larga crisis social, sistémica y cultural. Prácticamente en todos los rincones del mundo emergen personalidades y grupos disruptivos de ambiguos valores humanos y ambivalentes principios espirituales que, desde el empíreo de sus certezas, dinamitan tanto a las instituciones democráticas como a las propias organizaciones religiosas a las que dicen pertenecer o a las que aseguran querer salvar.
Donald Trump, por ejemplo, es el epítome de este complejo fenómeno en el que también reconocemos a otros líderes como Recep Erdogán (Turquía), Jair Bolsonaro (Brasil), Jeanine Áñez (Bolivia) o al propio López Obrador. Aunque no solo a ellos, sus más férreos malquerientes también se encuentran en el mismo espectro de radicalización pseudo religiosa de intenciones pragmáticas y electorales.
El pasado 4 de agosto, mientras daba una entrevista a la cadena de televisión católica EWTN, el presidente Trump -en plena campaña de reelección- cerró su intervención con el siguiente comentario: “Creo que cualquiera que tenga que ver francamente con la religión, especialmente con la Iglesia católica, debería estar con el presidente Trump. Cuando se trata de ser provida, cuando se trata de todas esas cosas. Porque esa gente va a quitarles todos sus derechos, incluida la Segunda Enmienda; porque, ya sabes, a los católicos les gusta su Segunda Enmienda, así que la rescaté. Si no hubiera estado yo aquí, ustedes no tendrían una Segunda Enmienda. Y si ser provida es para ustedes importante no van a estar en ese lado del tema. Les garantizo que, si la izquierda radical, porque van a hacerse cargo, lo empujarán como si no fuera nada”.
La intención del mensaje compensa la falta claridad. Trump básicamente asegura que, de ganar las elecciones, la izquierda radical empujaría temas como ‘quitarles el derecho a los norteamericanos de portar armas de fuego’ (la Segunda Enmienda); por ello, para el mandatario, los creyentes -especialmente los católicos- deberían apoyarlo porque son pro armas.
De inmediato y ya casi como costumbre, han sido las instituciones católicas formales las que han salido a rechazar la idea de que la cristiandad o la catolicidad busquen en sus principios la portación de armas. El problema, sin embargo, no es que los líderes formales católicos se desmarquen de las ideas de Trump sino que ciertas bases pseudo católicas radicalizadas ya no confían ni escuchan ni siguen a sus obispos o pastores, y son capaces de amenazar con un arma de fuego a decenas de manifestantes pacíficos desde el patio de su casa después de haber pasado 45 minutos en misa, como sucedió el 29 de junio durante una marcha de Black Lives Matter en Missouri.
Cuando las instituciones sociales y formales modernas comienzan a fallar, las raíces emocionales e irracionales toman un papel preponderante en la vida comunitaria, en especial el sustrato religioso que se encuentra en el fondo de la identidad, la psique y la realización del ciudadano promedio. Para estos grupos pseudo religiosos de intereses mundanamente políticos parece no importarles la carga racista de sus candidatos mientras gobiernen con la Biblia en mano, ni el desprecio por la vida de los migrantes si son activistas antiaborto, ni la falta de transparencia si se porta un ‘detente del Sagrado Corazón’, ni el lenguaje vindicativo y pendenciero si se externa desde lo que entienden como su ‘misión profética’.
Para estos nuevos grupos pseudo religiosos no importa que las representaciones icónicas más importantes del puente civilizatorio entre el cristianismo de oriente y occidente sean vergonzosamente cubiertas mientras ellos puedan tornar en mezquita un recinto que les trasciende; no les importa que las mujeres negras embarazadas corran dos veces más riesgo que las mujeres blancas embarazadas gracias al racismo estructural cuyo presidente apoya aunque se declare provida; no ven contradicción en un liderazgo cristiano que dice buscar la democracia dando la espalda a la asamblea popular mientras cede el poder a los militares; ni ven conflicto en que se utilice la figura de Jesús como un promotor de la portación de armas o al cristianismo como precursor del eslogan para la transformación de la vida pública de la nación.
En México debería importarnos este fenómeno porque se acerca un proceso electoral sumamente complejo. En primer lugar, debilitado por la vulnerabilidad de las instituciones de promoción y defensa democrática; y en segundo, porque las instituciones religiosas formales no conectan ni pueden atemperar a la grey radicalizada que utiliza cierto lenguaje religioso para promocionar sus peculiares y antievangélicas agendas políticas.
Es el caso de uno de los liderazgos más visibles del movimiento antilopezobradorista, Gilberto Lozano, quien ha dicho sin pudor al mandatario: “La fe va a hacer que lo quitemos a usted del puesto muy pronto”; al tiempo de mostrar ‘la cabeza’ de López Obrador en una bandeja mientras clama porque “ojalá aparezca el héroe nacional que se lo eche”.
Estos grupos pseudo religiosos reclaman democracia mediante golpes de estado, piden el respeto de la vida humana a toda costa aun si fuera necesario asesinar al presidente, convocan a cierta ciudadanía a unirse a su causa de libertad porque otra cierta ciudadanía es ignorante y lo ha demostrado eligiendo libremente a quien consideran un pésimo presidente.
Por desgracia, estos grupos no están solos; viejos liderazgos religiosos que ven con pavor la pérdida de la influencia política de sus homólogos contemporáneos también radicalizan sus palabras y pensamientos, confunden perversamente el comunismo con política pública social, alertan de demonios escondidos en los palacios y acusan de falsos profetas a efímeros funcionarios.
Estos grupos apuestan por un conflicto insensato en nombre de unos tergiversados principios morales y religiosos que sus propios pastores e instituciones religiosas no comparten. Y son a estos últimos a quienes más daño hacen estos radicales porque desoyen y desprecian las orientaciones y documentos formales que les piden mesura y prudencia. El escenario es incierto, pero para las instituciones religiosas formales es necesaria una definición: ¿Insistirán en atemperar y formar a estos grupos políticos pseudo religiosos o sucumbirán ante ellos y avalarán sus confusiones dogmáticas para obtener resultados políticos de su interés?
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe