La Constitución de 1854 y la crisis de México
CIUDAD DE MÉXICO, 12 de febrero de 2018.- Francamente, analizar los dislates de Mr. Trump es tarea semejante a la disección de una rana: a nadie le gusta y a nadie le importa. Pero si esto es así, ¿de dónde diablos los ríos de tinta, los bosques de papel y los millones de locuciones que la comentocracia aplica a querer explicar(se) al 45º presidente gringo?
No tengo una respuesta. Quizá la razón profunda sea que los analistas parten de creer que Trump se toma en serio, cuando las evidencias apuntan a que vive entre aterrado, aburrido y guasón en una silla que no imaginó ocupar. Se equivocan quienes piensan que lee los comentarios y análisis de The Atlantic, The New York Times, The New Yorker o Juego de ojos. Como en el caso de la rana, ni le gustan ni le importan… y no los entendería. Donald se la pasa hipnotizado por Fox News, The Hustler y USA Today. Como dice E. Robinson en el Post, el rudo y petulante hombre-niño en la Oficina Oval está cada vez más fuera de control: es Bratman.
Y como me acongoja ver que sus berrinches tienen en vilo a nuestros columnistas y estadistas, suspendí mi voto de no practicar el columnismo político y en busca de luz leí Fire and Fury, el inefable best-seller de Michael Wolff que pone como lazo de cochino al presidente, a su clan y a la caterva de asesores que los rodea.
Aunque mis menguados poderes hermenéuticos sirven cuando mucho para navegar por la familia Burrón y el libraco no dice nada nuevo ni diferente a lo que hemos escuchado y leído sobre Trump desde el día en que subió a la tribuna para roznar que los mecsicanous somos violadores, ladrones y traficantes de drogas, me inquieté. ¿Por qué al leerlo, Donald reaccionó como el capitán del Lusitana cuando vio a estribor la estela de los torpedos del U-20?
Para entender esto recurrí a una categoría de la ciencia política mexicana que reza: “pa’ los toros de El Jaral, los caballos de allá mesmo”. Esto me permitió poner al descubierto que Michael Wolff y Donald Trump son mellizos, comparten el ADN de la superficialidad, la frivolidad y el desprecio por los otros, uno en columnista y el otro en presidente. Se consumen en la misma hoguera de vanidades: el New York Times reporta que en su primer año de gobierno el presidente mintió en 2,140 ocasiones y el grafococo se regodea por ser el hombre más odiado entre los republicanos.
Imagino el escalofrío que POTUS sintió desde la coronilla hasta donde la espalda pierde su casto nombre cuando leyó -y entendió- Fire and Fury y supo que sus 62’979,879 votantes también lo iban a entender. Por eso intentó prohibir el libro, algo que no se veía desde que en 1921 Warren Harding proscribiera el Ulises de Joyce con una “ley contra materiales obscenos” (cochinadas, pues). ¿Saben los lectores cuál era el grito de guerra de Harding? “¡Estados Unidos primero!” Dios, dame paciencia.
Gracias a otra herramienta analítica, que postula que “Ahogado el niño a tapar el pozo”, puedo vaticinar que Trump intentará desviar la atención de los los daños del torpedo Fire and Fury con una nueva andanada contra México y que ésta muy probablemente se apoye en las tesis de Herring y Bemis, según un dossier confidencial en mi poder.
De acuerdo a estos científicos sociales, como los mexicanos son bandidos, andan empistolados, hacen el amor a la luz de la luna, comen picoso, beben fuerte, son flojos, son comunistas, son ateos, viven en chozas de adobe y tocan la guitarra el día entero, ha llegado el momento de custodiar la valiosa bodega de recursos naturales (léase TLCAN) llamada México, “país al que Estados Unidos dispensa una tolerancia galiléica”.
Así que a la divisa “America First” que expropió al 29º presidente, Trump añadirá la cereza de lo que todo gringo nace sabiendo: que está por encima de cualquier mexicano.
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