Economía en sentido contrario: Banamex
OAXACA, Oax., 4 de diciembre de 2016.- La calificación a Gabino Cué Monteagudo de ser el peor gobernador de los últimos tiempos de la historia oaxaqueña, seguramente le dolió a nuestro personaje, no es menor ser calificado de esta manera.
En realidad, todo político no puede esperar gratitud de su pueblo, no es sano que lo desee, a lo más que pueda desear es que se le reconozca, si el resultado de su gestión es buena para la población. Claro está que el concepto bueno es muy relativo, es una percepción de momento, sólo al transcurrir de los tiempos se obtendrá una mejor valoración de la realidad.
Sin embargo, para desgracia de Gabino Cué Monteagudo, la percepción negativa de los ciudadanos estuvo en relación directa con las expectativas que generó, así como de los resultados negativos de su gestión en los diversos rubros de su gobierno, comparándola con otros Estados o comparándola con gobiernos anteriores, que con menores recursos obtuvieron mejores resultados, que a pesar de ello, tampoco obtuvieron el reconocimiento esperado.
A la distancia y por los magros resultados del gobierno de la Alianza, a los últimos gobernadores priístas se les está reconociendo virtudes, como por ejemplo, a José Murat se le reconoce no haber endeudado al Estado y a los ciudadanos oaxaqueños.
El agradecimiento debe ser del gobernante por la oportunidad brindada, si se tienen los merecimientos necesarios, no confiarse de la gratitud del pueblo, que casi siempre veleidoso, olvida pronto a sus bienhechores. Lo que es propio del buen gobernante es su satisfacción personal del deber cumplido a pesar de la falta de gratitud del pueblo. Recordando a Fidel Castro, siempre deberá esperar la absolución de la historia. La felicidad del pueblo es el más bello de las realizaciones del buen gobernante.
Es a todas luces inocultable que Gabino Cué Monteagudo conquistó el poder político en Oaxaca, lo tuvo y abusó de ese poder, en razón de ello, fue perdiendo autoridad moral. Tuvo el poder político pero sin autoridad moral para su ejercicio. Esta falta de autoridad moral no le permitió enfrentar con éxito los grandes desafíos de su administración.
Cuando Gabino Cué Monteagudo asume el poder gubernamental oaxaqueño, el estado de ánimo del pueblo oaxaqueño estaba en lo más alto, estado de ánimo y gobierno formaron una simbiosis difícil de destruir.
Sin embargo, esa empatía se quebró como un cuerpo de cristal, se hizo añicos, se hizo polvo, el gobierno no fue capaz de mantener ese estado de felicidad constante, A través de las diversas acciones y no acciones del gobierno de la Alianza durante el sexenio, el ánimo fue perdiendo fuerza hasta llegar al estado de un verdadero desánimo. Gabino Cué Monteagudo no tuvo la capacidad de mantenimiento de esa fuerza extraordinaria para su gobierno, la dilapidó, como dilapidó la confianza, el dinero público y el poder ganado.
Perder contacto con el sentir de los ciudadanos, es además de estupidez política, una irresponsabilidad del gobernante. No se trata de “pueblear” o de “callejear” sino de ser sensible, atento, eficaz para otorgar respuestas oportunas, entender sus humores, sus malestares. El asunto radica en tener plena conciencia del estado de ánimo del pueblo, la ausencia de esa conciencia pueden conducir a la soberbia del gobernante, quien actuará con neblina en los ojos.
La conciencia del estado de ánimo es una luz que alumbra el sendero, señalando los obstáculos y las mejores alternativas para la consecución del proyecto a conseguir. Movilizar las emociones de los pueblos es tarea primordial de los buenos gobernantes.
Terrible realidad en Oaxaca, Gabino Cué Monteagudo se encerró en su soberbia, con un dejo de irresponsabilidad se prestó, fue cómplice, a la acción de unas de las partes del régimen político, a la coacción, al uso del poder, a la administración, en su sentido literal, de los recursos públicos, al abuso de esos mismos recursos y olvidar a la otra parte de todo régimen político, al gobierno movilizado, a la gestión con el pueblo, a la búsqueda constante de la felicidad de la gente.
Coacción y movilización son las partes más importantes del ejercicio gubernamental, lo uno no es posible sin lo otro. Para algunos analistas Gabino Cué Monteagudo estuvo ausente en ambas partes.
La ausencia del Ejecutivo se fue agravando al paso de los años del sexenio, al final del régimen, los ciudadanos estuvieron desnudos, inertes, el poder público y su administración se habían extinguido, el caos vial, los reclamos de adeudos, la ausencia de los trabajadores del Estado, la falta de recursos para atender los hospitales públicos, sólo eran las más visibles expresiones de la orfandad de la sociedad por la ausencia del gobierno.
El éxito de un proyecto político depende en mucho, de algo muy simple, de sentido común, de la naturaleza de las cosas, del orden natural, de que el gobernante integre y coordine eficazmente a un grupo de trabajo. El talento de un hombre pueda que sea importante para el logro de los objetivos de gobierno, sin embargo, la suma de los talentos de un equipo de trabajo, alcanza la gloria. La norma indica que los seleccionados por el gobernante, deberán ser superiores en talento al del propio gobernante en cada una de las áreas, la mediocridad de éste se refleja en la selección de hombres de menor capacidad.
Es preferible que el talento brille en el equipo porque hombres que se distinguen por sus propias ideas son muy útiles para la República. Integrar un grupo talentoso implica esperar de ellos lo mejor, sobre todo, crítica y autocrítica.
El “sí señor desaparece del vocabulario gubernamental y el sometimiento se va al cesto de la basura. Hombres con criterio propio son leales al proyecto, por tanto, serán confiables, pues en el momento, al instante de cualquier desvío del mismo, serán capaces de abandonar al sujeto por su abandono al proyecto.
Es indudable que Gabino Cué Monteagudo no fue capaz de integrar un buen equipo de trabajo, la mediocridad campeó en su decisión, el talento brilló por su ausencia, el compromiso, la lealtad personal, sustituyó al mérito. El trabajo de coordinación de ese equipo de trabajo por parte de Gabino Cué Monteagudo fue deficiente por no decir nulo.
Los conflictos intersecretariales fueron del dominio común, el deseo de por lo menos dos personajes por sustituir la falta de coordinación del gobernador, el cambio constante de los servidores públicos expresó esta situación. En suma, en palabras del excandidato a gobernador del 2016 de la Alianza, José Antonio Estefan Garfias, “una orgía de ambición descompuso el gobierno de mi amigo Gabino Cué”(Periódico Tiempo, 28 de noviembre 2016).
Es sencillo deducir que bajo esta problemática administrativa no se podía esperar más que el fracaso del gobierno y de su administración. Si fue un problema que se manifestó desde los primeros meses del régimen, bien se pudo dar un golpe de mano y corregir, sin embargo, Gabino Cué Monteagudo fue preso de sus propias decisiones y jamás se quiso liberar por el bien de su gobierno.
Fue enteramente consciente de la situación y no quiso remediarla, por tanto, es culpable por su irresponsabilidad ante sus electores, por quienes no tuvo gratitud y respeto alguno.
Se evidencia que el gobernador oaxaqueño no tuvo la fortaleza emocional, para corregir a tiempo sus errores y torpezas. Para Gabino Cué Monteagudo y sus acompañantes, la victoria era el fin, derrotar y sacar al PRI de palacio de gobierno fue la gloria, de aquí en adelante, el infierno.
Ya nada importó, ya nada se razonó, nunca se pensó en pagarle a los electores su preferencia, pero sí pagarle al grupo, a los acompañantes, a los amigos. En resumidas cuentas, Gabino Cué Monteagudo no supo ganar, como ahora, no sabe perder, esa es la cuestión.