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Despolarizar sociedad mexicana, clave ante inflexibilidad de Trump
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología
A la memoria de dos maestros:. Francisco Toledo e Immanuel Wallerstein, seres atemporales.
OAXACA, Oax., 8 de septiembre de 2019.- El siglo 20 se distinguió por el paulatino abandono de la creencia en que hay esencias o fundamentos inmutables en los cuales justificar las ideas y la acción.
Llámese religión, fe, razón, ciencia, soberanía o código, todo referente estable y perdurable fue hecho añicos por las dos guerras mundiales y los conflictos y cambios subsecuentes, hasta el fin de la Guerra Fría en 1989-91.
En cada esfera de acción u orden institucional moderno, en unos países más que en otros, a partir de entonces registraron transformaciones profundas y sin retorno, a la vez que la hermenéutica y el pragmatismo rebasaron a las filosofías positivistas.
Ejemplos. El sujeto colapsó su identidad y adquirió múltiples adscripciones a otras tantas comunidades, ya políticas, religiosas, culturales o sexuales.
El género dual hombre-mujer fue reemplazado por la diversidad de orientaciones y preferencias. El transexualismo es posible como nunca.
El matrimonio y la familia ordinaria formada por hombre, mujer e hijos propios cedió espacio a otra variedad de modalidades sustancialmente legítimas.
La explosión de credos, formas de organización social y prácticas cotidianas en las relaciones colectivas e interpersonales ha fragmentado y vuelto frágil, si bien ha intensificado la experiencia vital.
La universidad y el denominado conocimiento científico otrora hegemónicos aparecen desafiados por circuitos y saberes alternos, antes subalternos y despreciados, como los de pueblos y comunidades indígenas.
Las instituciones políticas, nacionales e internacionales han sido impactadas por estas nuevas condiciones, o bien por tecnologías super-corporativas globales.
La ciudadanía se desdobla en múltiples dimensiones: comunitaria o étnica, societal, binacional, cosmopolita, a la vez que se perfecciona o se deteriora y degrada.
Los partidos se debilitan y comparten sus antiguas funciones de agregación y representación de intereses con otros actores: medios tradicionales y redes sociales, organizaciones civiles, movimientos sociales y más.
Parlamentos, gobiernos y poderes judiciales, instancias de control y garantía como los órganos autónomos, entran al mercado político y social convertidos en un actor más pero no lo pueden regular y conducir como antaño.
El poder se ha difuminado entre una miríada de actores formales e informales e ilícitos cuyas interacciones lo desbordan.
En estas condiciones de fragmentación, dinámicas fluidas e incertidumbre las demandas sociales y ciudadanas sobre el Estado y sus añejos poderes y organismos no encuentran satisfacción suficiente.
Según se advertía hace tiempo, el Estado se hizo demasiado grande para resolver problemas ordinarios y pequeño para afrontar los más grandes y complejos. Sus líderes quieren pero no pueden.
La rueda del tiempo gira sin cesar y la fortuna de la elección periódica y el acceso al gobierno resulta un ritual para la colonización de poderes cuyo ejercicio es más o menos inútil.
Con frecuencia, no queda más que administrar el discurso y las acciones apostando a que el largo plazo llegue pronto, mejore la fortuna y no se pierda de más la credibilidad y la legitimidad para la siguiente elección o designación.
Así, al menos se podrá incidir en el relevo de la mejor forma posible y filtrar, acaso, la continuidad antes de que otro valiente, más o menos populista, renueve el ciclo.
Si la condición posmoderna ha hecho mutar las contextos sociales y culturales sobre los que opera el poder gubernamental, las instituciones políticas modernas deben ser adaptadas a ese cambio de época.
Es aquí en dónde el México de hoy encara su principal reto, si es que la 4T será viable: reponer el valor de las instituciones de la modernidad nacional re-convirtiéndolas lo necesario para alinearlas al servicio de la sociedad posmoderna, no de los intereses de siempre.
El constitucionalismo contemporáneo o posmoderno ya ha apuntado propuestas pertinentes que podemos conjugar.
Una nuevo equilibrio entre valores liberales y sociales, republicanos, comunitarios y populares.
Una serie de conceptos como ciudadanía e identidades con adscripciones múltiples. Estado abierto, real y virtual, pragmático y de derechos. Soberanía y gobernanza multinivel. Democracia representativa pluralista, integral, integra e interactiva. Federalismo cooperativo corresponsable y flexible.
Controles jurídicos y extrajurídicos mixtos –verticales, horizontales, transversales y sectoriales– a los poderes formales e informales, ya sea de personas en el sector público, privado o social, dentro o fuera del territorio nacional; entre otros.
Si el Estado moderno no se «posmoderniza» el nivel de su insuficiencia seguirá creciendo.
Hay seres singulares como Toledo y WAllerstein ante quienes el tiempo se inclina y declina.
Nos hicieron comprender que el Estado y sus instituciones no gozan de ese privilegio excepcional.