
Es clave Memo Ochoa en empate del AVS con el líder Sporting
OAXACA, Oax., 7 de junio de 2021.- Con un año de retraso, pero los Juegos Olímpicos están a la vuelta de la esquina. El 23 de julio la llama olímpica llegará a Tokio en una de las citas marcadas en rojo en el calendario de los amantes del deporte y las competiciones internacionales. Esta edición es especial, no solo por toda la situación vivida en los últimos meses, sino por presentar novedades de peso.
Varios deportistas representarán a Oaxaca en Japón, una experiencia que todo profesional quiere vivir. No solo por lo que significa luchar por la medalla de oro, también por convivir con compañeros y rivales en una ciudad que no es la habitual y con gente con los mismos intereses e inquietudes.
De las famosas villas olímpicas han salido todo tipo de relaciones: amistad, esporádicas, amor, rivalidad… Pero son todo un fenómeno y un creador de grandes anécdotas; un espacio donde los deportistas conviven y se entretienen, llegando a practicar actividades de ocio muy variadas, que no solo relajen los músculos, sino que también la mente. Dos deportistas de nuestro estado, como mínimo, tendrán la suerte de vivirlo.
Por primera vez en la historia, las Olimpiadas acogerán deportes que hasta ahora no eran reconocidos como olímpicos: el surf, skate, karate, beisbol, escalada y softball. En dos de ellos, Oaxaca tendrá representación de peso. Jhonatan Enrique Prewitt Corzo, de 19 años, originario de Puerto Escondido, es el favorito para representar México en el estreno del surf como deporte olímpico. Lo mismo sucede con Xhunashi Caballero, de 31 años y originaria de Ixtepec, una de las karatekas mexicanas más laureadas del país.
Pero más allá de la cita deportiva, los Juegos Olímpicos son mucho más, son orgullo de país y un escaparate al mundo. En esta edición, Oaxaca tendrá un rol simbólico especial: los mexicanos han votado que la tehuana oaxaqueña sea la inspiración del traje de gala que utilizarán los atletas mexicanos durante la ceremonia de inauguración. Se trata de una versión del huipil muy colorida y con referencias a la naturaleza, trajes hechos a manos y bordados por tehuanas.
Este traje no es una simple vestimenta más, es una de las piezas que caracterizan la tierra de México y que la han catapultado al mundo. Hacemos un breve repaso a su historia.
Llevar este vestido es un recuerdo a generaciones anteriores, que reivindica el papel de la mujer en la sociedad y muestra con orgullo los rasgos diferenciales de su región como por ejemplo su lengua, el zapoteco.
Nació en el país en la etapa prehispánica y durante la conquista tuvo un gran valor simbólico. Llegaron telas de varios rincones del mundo y estas se fueron añadiendo a los trajes tradicionales de la población oaxaqueña, de ahí la gran cantidad de colores. En el siglo XIX dio un salto de popularidad gracias a la política y empresaria Juana Catalina Romero, que hizo popular la tehuana oaxaqueña. A partir de entonces dejó de tejerse únicamente en las casas para pasar a ser un oficio y una modalidad de escuela de arte.
En los años 50 y 60, comercialmente la vestimenta evolucionó. Los bordados se hicieron más tupidos, tenían mucho más trabajo detrás, y se convirtió en un objeto diferencial y muy cotizado. Normalmente se lucen en ocasiones especiales y son un símbolo de clase vestirlo públicamente con orgullo en fechas señaladas.
La tradición de la tehuana oaxaqueña marca que según que ocasión, el traje debe responder a unas características u otras. Un breve repaso: Para el uso cotidiano, suele ser de terciopelo morado y sencillo. Más colorido, amarillo y rojo, es el traje de gala o de fiesta que suele ir acompañado de piezas de oro que representan el poder adquisitivo de la familia.
Para la boda, como sucede en muchos países del mundo, el color elegido suele ser el blanco. Combina con elementos naturales como hojas y flores y se completa con joyas. Finalmente, también hay una vestimenta exclusivamente para el luto. Es de terciopelo negro, muy sobrio, cuyo punto de color solamente lo da el blanco. Según la tradición, la viuda los tenía que vestir durante su primer año de luto. Una tradición que perdura en México y que será protagonista en los Juegos Olímpicos.