Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
En la navidad de 2019 preparábamos en la familia, una navidad diferente. Esa vez sentíamos la necesidad de encontrarnos, de abrazarnos y darnos consuelo entre todos. También sentíamos mucha incertidumbre, la muerte de mi prima Rhonita sabíamos nos había marcado para toda la vida.
Era un momento de decisiones, muchos tomaron sus cosas y se fueron, más allá del temor, yo creo por la legítima aspiración de seguir viviendo en paz. Somos una comunidad de la que se ha hablado mucho, pero es mucho más el mito que nos rodea, que las verdades.
No somos cerrados, nos gusta recibir gente. La muestra es la reciente Feria de la Amistad, que nos marca perfecto. Son días de encontrarnos, de hacer las actividades que nos gustan, de que mujeres y jóvenes sepan que siempre habrá una comunidad que quiere estar unida.
Amamos y agradecemos ser mexicanos. Amamos y agradecemos tener raíces, familia y terruño en Estados Unidos. No sabemos de fronteras, sabemos de que en todos lados hay gente buena y con ella nos gusta relacionarnos.
En aquella navidad dimos gracias, de estar los que estábamos. Dimos gracias de haber tenido la fortuna de haber conocido a los que ya no estaban. Y no sé si haya sido en el cobijo de esos hogares, cuando se tomó una decisión, que la masacre, a todas luces injustificadas, no fuera en vano.
Ahí comenzó a marchar y a caminar mi tío Adrián LeBarón, padre de Rhonita quien fuera masacrada con sus hijos. Por todo el país comenzó a recibir miles de abrazos, cada pésame era una inyección de vitamina para conseguir justicia; ahí junto con mi tía Shalom, su valiente esposa, han visto que la justicia va más allá de tener a gente presa en las cárceles, pasa porque cada niño y madre tengan en México un cálido refugio, y todos sean libres.
Admirable el esfuerzo de mis primas Melissa, Adriana, Ruth, y muchas hermanas más que dan vida a la Fundación Rhonita Vive, que sigue el mismo espíritu de apoyar a las víctimas del crimen organizado, y en cada acción le imprimen mucho amor.
Mi primo Julián que es ejemplo de una lucha que lleva años, también se paró en primer plano. Fue el primero en llegar al lugar de los hechos y con la irreverencia y pasión por la justicia, que lo caracteriza, pidió que se esclareciera el caso. Han sido años de caminar de Julián, buscando justicia para su hermano Benjamín, asesinado, ayudó a que un gran movimiento fuera tomando forma.
Pero nos dimos cuenta de que no existen causas ajenas. Cada vez se nos acercaban más víctimas, gente que buscaba apoyo, y ahí me di cuenta que si nos respaldábamos entre todos, encontraríamos esa paz que cada quien buscaba a su manera.
Así nos fuimos a Chilapa, Guerrero, a Tamaulipas, a Baja California, etc. Fuimos ayudando a más víctimas. Hace poco supe que mi llamado era ser parte de la fuerza que apoyara a más, porque no hay esfuerzo pequeño, pero sí aislados que muchas veces se pierden. Supe que el caso LeBarón nos daba para inspirar, pero quería ir más allá, y hemos logrado alianzas muy bonitas como ayudar a padres de niños con cáncer, mujeres y hombres injustamente encarcelados, mujeres en condiciones vulnerables, periodistas desplazados, etc. Aprovecho para mandar un abrazo al cielo a varios amigos, a Pedro Carrizales “el Mijis”, refrendando todos los días la promesa de hacer “Un México más chido”; a Abel Murrieta, abogado y amigo de la comunidad, a quien le guardamos gratitud. A Mancilla, un aliado que, sin su esfuerzo, quizá ya estuviéramos como una estadística más.
Quise recordar en estas fechas, porque es en esas cenas, tan sentidas, tan emotivas, cuando llegamos a grandes decisiones. Para nosotros nunca fue irnos a una cueva a escondernos y lamernos las heridas.
Los invito a que disfruten esa cena de navidad, con quienes estén, con lo que haya sobre su mesa, dando gracias y haciendo la promesa de que van a hacer un pequeño cambio para alguien más.
Por más mínimo, porque hacen toda la diferencia. Gracias por no dejarnos solos, gracias por dejarnos ayudar.
Feliz navidad. Dios los bendiga.