Cortinas de humo
OAXACA, Oax. 12 de enero de 2020.- Conviene tener presente que el Derecho significa la institucionalización de la fuerza y que las garantías jurídicas no son sino la posibilidad de hacerlo eficaz para controlar el poder, que siempre abusará del más débil en cualquier ámbito, desde el familiar, el sindical, empresarial o el gubernamental.
En las épocas como en la que vivimos, cuando instituciones antiguas se tornan obsoletas y las innovaciones aún no aparecen o no han madurado en su proceso de implementación, el Derecho se debilita y su función social entra en crisis.
Así, por ejemplo, en las confrontaciones internacionales que incluyen asesinatos de personajes prominentes (caso Irán) prevalece la fuerza desnuda sobre el Derecho Internacional y ello parece formar parte de la normalidad.
En sudamérica, la remoción del presidente Evo Morales, cuyos errores también han sido evidentes, lo mismo se observa el predominio de la fuerza sobre el marco jurídico.
Los arreglos jurídicos apenas son capaces de normar algunos procesos políticos complejos como en el caso de la nueva coalición de izquierdas que alcanzó a formar gobierno en España en días recientes.
Pero hechos de ese tipo se ven oscurecidos por la migración, la violencia y el crimen que continúan su curso de manera al parecer incontenible y sin que el Derecho pueda limitarlos. En nuestro país, en varias entidades federativas este fenómeno es más que notorio y los gobiernos y sus órganos de policía, procuración y administración de justicia, así como el sistema carcelario lucen claramente insuficientes y disfuncionales, no obstante algunos logros que deben ser reconocidos.
El caso es que la situación contemporánea requiere nuevas reflexiones y acciones. Exige entender que las instituciones son garantía de los derechos y los deberes, de las personas y de los grupos sociales, y no instrumentos de dominio de los poderosos sobre los vulnerables.
Según testimoniaron una treintena de delincuentes a una brillante investigadora mexicana, Karina García Reyes (ver el periódico El País) se trata de ser más inteligentes y sensibles para asumir que la delincuencia y la violencia son fruto amargo de las propias sociedades y sus comunidades que continúan excluyendo y vetando a un elevado número de congéneres.
Es imperativo que las agendas y procesos legislativos forjen, actualicen y renueven los arreglos jurídicos con un sentido garantista de los derechos y que los congresos se encarguen de vigilar que se cumplan.
Es indispensable que los poderes ejecutivos jueguen su papel de coordinadores entre poderes independientes pero cooperantes y lo hagan aun en relación con los órganos autónomos y que orienten la política nacional y local, en sus respectivos ámbitos.
Resulta urgente que se reajusten las garantías de los derechos y se ofrezcan resultados a la gente y al electorado.
Es crucial que los gobiernos e instancias que impulsan la Cuarta Transformación rindan mejores cuentas y que si van a consumar un cambio de régimen no olviden que sin cambiar estructuras y mentalidades todo cambiará para seguir igual.
Los opositores deben actuar como tales y mostrarse leales con su propia agenda y la del país.
La agenda del país está escrita en los textos constitucionales y en los tratados internacionales, es decir en el Derecho.
Las prácticas políticas deberían favorecer y no obstaculizar la acción de las garantías jurídicas e institucionales que protegen y tornan eficaces los derechos.
Si las garantías no son eficaces hay que modificarlas.
Los derechos civiles y políticos, los derechos económicos, sociales y culturales, y los derechos colectivos de pueblos, comunidades y otros grupos vulnerables son garantías básicas de la libertad, la igualdad y la justicia.
Hace falta que la sociedad civil y la sociedad política se comprometan más con los cambios necesarios para reponer la preeminencia del Derecho sobre el Poder tanto económico como
político, y desde luego sobre los poderes fácticos y salvajes, incluidos los privados y los transnacionales.
Mientras ello no ocurra seguiremos presenciando y resintiendo como víctimas en diverso grado los efectos de los círculos viciosos que no nos atrevemos a romper para provocar el renacimiento del espíritu y el valor de la dignidad humana sobre la razón instrumental, el egoísmo y la muerte, ya en Torreón, Coahuila o en localidades Oaxaca, de Estados Unidos, Irán o Bolivia.
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología