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Este domingo, en que tantas peregrinas y tantos peregrinos comenzaron su camino espiritual para visitar a la Inmaculada Virgen de Juquila, que celebra su día el próximo viernes 8 de diciembre, reflexioné sobre la fe que mueve tantos sueños, tantas ilusiones y tantos deseos del pueblo de Oaxaca. Lo hice acompañado de una música que me llega al alma y me llena el corazón: comencé escuchando el Ave María de Schubert, en dos interpretaciones magistrales, la de la soprano estadounidense Jessy Norman y la de la soprano rusa Aida Garifúllina, y me seguí con el monumental oratorio de Joseph Haydn, La creación, inspirado en el Génesis y el Paraíso perdido de John Milton.
Diciembre es un momento del año que me trae siempre mucha felicidad y mucha nostalgia por los recuerdos de mi infancia y de mis seres queridos que ya no están entre nosotros. Diciembre también me llama a valorar mi presente, la vida que atesoro al lado de mi esposa y de mi hija. Y esta espiritualidad decembrina comienza para mí, como cada año, con la celebración de mi Virgencita de Juquila, de la que me confieso orgullosamente devoto.
Son millones los que a lo largo del año peregrinan al Santuario y el Pedimento en Santa Catarina Juquila, pero específicamente en esta época. Y me gusta recordar al primer peregrino de todos, el mítico Fray Jordán, que llevó a la sagrada imagen de la Virgen para depositarla en manos de la población chatina de la sierra, inaugurando con ese sencillo gesto una gran tradición que nos da identidad a los oaxaqueños y que en su particular sincretismo constituye uno de los bienes culturales más profundos y auténticos de nuestro estado.
Pienso en ti, peregrina, peregrino, que partiste quizá de California o de Nueva York o del estado de Washington, en los Estados Unidos, o de uno de los estados de la República Mexicana o de algún rincón de Oaxaca y que subes a la sierra con tu fe a cuestas, emulando a Fray Jordán, para llevarle a la Virgencita tu regalo de amor y cariño.
La fe es un don de Dios, como dicen los Evangelios y como nos enseñan desde niños en el catecismo, y es una de las tres vitudes teologales, junto con la esperanza y la caridad, que son los hábitos que Dios infunde sobre la inteligencia y la voluntad de las personas. La fe es una luz que guía nuestros pasos cada día. “La fe abre los ojos del corazón”, dice San Pablo en su Carta a los Efesios. La fe que nos lleva a peregrinar es una gran riqueza del alma y hay que saber valorarla y cultivarla.
Diciembre, entonces, es un mes de fe que debe inspirarnos a reflexionar sobre lo divino y lo profano. Porque si están por un lado las celebraciones de la Virgen María en algunas de sus advocaciones más queridas —ella misma verdadero modelo de fe— y está también la Navidad, con sus posadas previas y sus pesebres y sus Niños Dios, también en el ámbito personal y cotidiano es necesaria la fe. Es natural que cuando se va terminando hagamos un balance del año transcurrido, donde hay de todo: momentos felices y momentos difíciles, éxitos y fracasos, bienaventuranzas y tragedias, y debemos mantener la fe en la vida que nos ha tocado vivir. Tener fe en que el año que entra va a ser mejor, para uno mismo, para nuestra comunidad, para nuestro estado, para nuestro país y para el mundo entero. Tener fe en el pójimo y sobre todo en nuestros seres queridos. Tener fe en nuestros sueños y nuestras ilusiones, en nuestros proyectos y en nuestras metas. Tener fe en nosotros mismos.
Por esa fe tuya, peregrina, peregrino, por esa fe del pueblo oaxaqueño, que yo comparto con tanto fervor, que disfruten de este diciembre ¡y que viva Oaxaca!