Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Oaxaqueñología | Raúl Ávila Ortiz | Hacia el 1-D
OAXACA, Oax., 2 de septiembre de 2018.- La simbología y el contraste son constantes en la historia de México.
El símbolo y contraste del vencido y la resistencia. La colonización y la independencia. El líder y el revoltoso. La constitución y la ilegalidad. La mayoría y la minoría. La libertad y la desigualdad. La riqueza y la pobreza. La dictadura y la democracia.
Lo global y lo muy local. El aguante y la esperanza. Ciclos largos y cortos. Gran proyecto nacional y sub-desempeño en la coyuntura.
En la instalación de las legislaturas del Congreso de la Unión, de nuevo grandeza y pequeñez.
La grandeza del hombre pensante de Estado, Porfirio Muñoz Ledo, cuyos trazos sobre la historia política reciente pintan el escenario en que nos movemos: hacia una nueva transformación institucional del país.
Luego de la transición vendrá el cambio de régimen al que estamos todos convocados, porque todos –unos más y otros menos– trajimos al país hasta aquí.
Pero, ante la altura de miras, también apareció la eterna politiquería del discurso subjetivo. Aprovechar el escenario para llamar la atención, cobrar una cuenta inútil y soñar con la escalera al cielo.
Atacar al Presidente saliente o condenar en blanco y negro la acción gubernamental. Focalizar lo malo sin ponderar lo bueno. Utilizar la falacia de la generalización sin pudor alguno. Manchar uno de los momentos estelares de la historia política del país. Penoso y lamentable para quienes lo protagonizaron.
Hay pocos momentos en la historia como el que estamos viviendo.
No sólo está concluyendo en México el ciclo económico neoliberal y la etapa de la transición democrática.
Estamos inmersos en un complejo contexto en que cambia la época, se realinean potencias extranjeras, se desestructuran y recambian los pueblos, y aumenta la dificultad para gobernar.
La situación del momento no es fácil. Mantener la estabilidad financiera y no diluir la frágil gobernabilidad. Manejar las altas expectativas de la mayoría en desventaja y no acentuar la radicalización, la ira y la ruptura.
Los símbolos son relevantes. Al parecer, los contrastes se niegan a declinar.
Hay que exigir mejor información pública, diagnósticos bien documentados, proyectos justificados, eficacia al máximo. No hay tiempo ni recursos que perder.
No a la miseria de la demagogia y la guerrilla faccional sin fin.
El destino de México está en nuestras manos. Más símbolos y menos contrastes.
Mantengamos y reinventemos nuestros mejores símbolos: la majestad de los congresos autónomos, críticos y propositivos, y un nuevo equilibrio y cooperación entre poderes.
Reducir el principal contraste histórico, que habita en la opulencia y la indigencia.
Recuperar los ideales de la Constitución y hacerlos realidad.