Historia de una hacienda africana
CIUDAD DE MÉXICO, 21 de diciembre de 2018.- Como primera premiación de la Belisario Domínguez de un nuevo gobierno con siglas diferentes al PRI, impulsado por la mal llamada 4ª Transformación y salido de la disidencia priista, la entrega de la presea al periodista Carlos Payán Velver se debe medir por el discurso de aceptación: el viejo modelo de loas al presidente en turno para significar la sumisión de la prensa crítica y del legislativo.
Como dato anecdótico se debe registrar el hecho de que Payan nació en 1929, año de la fundación formal del Partido Nacional Revolucionario que perfeccionó el presidencialismo santanista-juarista-porfirista-obregonista y cuyos protocolos de poder han dominado no sólo la era del PRI 1929-2000 y 2012-2018, sino que fijaron las reglas del juego del poder en el ciclo panista 2000-2012 y por lo visto ya pusieron su sello real en los comportamientos morenistas 2018-2024.
Payán se subió el tren de los iluminismos religiosos pagano-cristianos del bastón de mando indígena y la solicitud de permiso a la Madre Tierra, además de sus referencias a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis bíblico:
“Ha llegado al poder un incansable luchador que, con la población a su favor, arrasó en casi todo el país. No ha tenido esta gloria otra nación, como dice el letrero luminoso que corona la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México”. Además de augurarle al nuevo gobierno “buen viento y buen mar”, a nivel de tierra, Payán pidió –con el perdón de don Belisario– un reparto más equitativo de la publicidad gubernamental.
Y nada, pero nada de nada, en recuerdo de don Belisario y su lucha a muerte contra el usurpador Victoriano Huerta; nada sobre los discursos del chiapaneco pre-EZLN contra el cuartelazo de 1913; nada que recordara aunque fuera de pasada que el discurso de don Belisario fue critico a los abusos del poder y que por ello le cortaron la lengua; nada, pues, que cuando menos justificara el premio a un periodista sin más significancia que su papel como director de La Jornada, un periódico del establishment priísta, un poco a la izquierda, pero dentro, hoy despidiendo trabajadores por luchar por sus derechos como cualquier periódico de derecha, como el viejo Heraldo de México de los Alarcón.
Ni una palabra de Payán al hecho histórico que prohijó la medalla con su nombre para reconocer la lucha contra los poderes opresores. No ha sido, de todos modos, el único: la Medalla Belisario Domínguez ha sido demeritada por los legisladores de todos los partidos hasta llevarla a nivel de mero corcholatazo: la recibió Fidel Velázquez en 1979; Salvador González Blanco (1984), el secretario del Trabajo de los tres presidentes –Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz– que reprimieron físicamente a los trabajadores; el empresario Gilberto Borja que recibió contratos del gobierno; el periodista Miguel Angel Granados Chapa (2008) por imposición perredista; el creador del desarrollo estabilizador que empobreció a los mexicanos Antonio Ortiz Mena (2009); el empresario Alberto Bailleres (2025) sin ninguna significancia social ni de apoyo al país; el gasolinero Gonzalo Miguel Rivas Cámara (2016) que murió tratando de salvar a una persona en un atentado de la CNTE; y la funcionaria Julia Carabias Lillo (2017) con escasa presencia en labores sociales.
Por tanto, la asignación de la Medalla Belisario 2018 a Payán no se salió del guion de usar la presea como premio político al grupo político dominante. De nueva cuenta quedó al margen Rosario Ibarra de Piedra, la mexicana que sin duda representa la verdadera lucha disidente –no meramente institucional– contra el régimen priísta en sus versiones panista y ahora morenista, quien, como don Belisario, encaró a los gobiernos de Echeverría y López Portillo por el arresto ilegal, secuestro, tortura y desaparición física de su hijo Jesús Piedra Ibarra un luchador guerrillero.
Doña Rosario hizo visible la parte más cruel y criminal del periodo priísta: la represión mortal a disidentes. Su lucha llevo a la cárcel al cancerbero de la temible Dirección Federal de Seguridad y agente al servicio de la CIA, Miguel Nazar Haro, pero el propio sistema lo liberó. Nazar fue señalado con pruebas de haber torturado a Jesús y ordenado su desaparición. Y con Jesús comenzó la etapa de represión clandestina del régimen priista: la desaparición de disidentes. Por esa lucha que abrió la cloaca de la política criminal del sistema priísta la Medalla Belisario la debieron de haber recibido doña Rosario y su sacrificado hijo Jesús, y más cuando el candidato López Obrador había afirmado que su voto presidencial el pasado 1 de julio había sido justamente para doña Rosario.
Pero no. El gobierno de Morena prefirió una salida menos conflictiva para el PRI, más de compromiso con un periodista que no se dignó a mencionar a don Belisario, que hizo un discurso internacionalista y que solo pidió más publicidad gubernamental para los medios.
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