La posverdad judicial
CIUDAD DE MÉXICO, 11 de agosto de 2019.- El 7 de mayo de 1932, el joven periodista campechano Héctor Pérez Martínez, autor de la columna Escaparate de El Nacional, reprochó nada menos que a don Alfonso Reyes –en aquel momento embajador de México en Brasil– su “distanciamiento” de la literatura mexicana, y le expuso el descontento de un grupo de escritores –después conocidos como nacionalistas–, porque los Contemporáneos, grupo en donde Reyes era ejemplo, ni ponían interés en los problemas del país, ni volvían la mirada a la literatura de los grandes maestros mexicanos:
“Dentro de sobres inexpresivos”, escribió Héctor en su columna, “Monterrey –correo literario de Alfonso Reyes–, nos visita: notas sobre Góngora, charadas bibliográficas, la eterna cuestión de las aclaraciones al Cementerio marino de Válery, y una evidente desvinculación de México […] Y si es penoso contemplar el desarraigo de valores completos como Reyes, lo será, aún más, la comprobación del desligamiento de la juventud que está, contra su deseo, unida biológicamente a México.”
No faltó un buen cristiano que enviara a Reyes el recorte hasta el lejano Brasil y este no tardó en responder, A vuelta de correo. Su “desvinculación” con México, precisó, no era más que una leyenda, un malentendido propalado por sus malquerientes, encerrados y aislados en pequeñas luchas de campanario.
Se preguntó: “¿Qué tendremos los mexicanos que no podamos ir a donde todos los pueblos van? ¿Quién nos impide hurgar en el común patrimonio del espíritu con el mismo señorío que los demás?”
Este ríspido inicio de una relación epistolar y personal que habría de mantenerse durante los siguientes 15 años, abonó el campo para el encuentro de dos espíritus, que si bien separados por la edad –el campechano contaba 25 años y 43 el regiomontano–, estaban equilibrados en su amor por México.
De Reyes se dice que su figura amparó a todos los escritores mexicanos de la segunda mitad del siglo veinte. El episodio con el joven columnista habla de que su influencia fue quizá mayor y más profunda.
Héctor Pérez Martínez, periodista y político, escritor, polemista e historiador, formó parte de una generación de intelectuales que orientaron su vida y su trabajo a transformar el rumbo del país durante la primera mitad del siglo 20.
La suya fue una trayectoria ejemplar que arroja nueva luz sobre un tema frecuentemente desdeñado por la Academia de la historia: la relación entre periodismo, literatura y nacionalismo.
Recuerda una joven estudiante en un breve ensayo sobre Pérez Martínez: En 1929 entró de corrector de estilo al recién fundado diario El Nacional Revolucionario; luego fue reportero, cronista parlamentario, jefe de información, columnista y subdirector del periódico.
En voz de Carlos J. Sierra: “Cuando ingresó al periodismo llevaba su carcaj repleto de ideas, ilusiones… que lo hizo parte de una generación nueva… heredera del movimiento revolucionario de 1910”.
Su carrera política lo llevó a ser diputado federal, gobernador de su estado, oficial mayor, subsecretario y secretario de Gobernación en el régimen de Miguel Alemán.
La política no apartó a Pérez Martínez de las actividades intelectuales y creativas. Al contrario. Puso estas al servicio de aquella: inusual recurso hoy escasamente –por no decir casi nunca– visto.
En una entrevista poco antes de dejar el gobierno de Campeche, expresó al reportero que inquiría sobre su futuro: “Tengo 37 años y un oficio: el de usted, el periodismo”. Nótese que no expresó que su oficio fuera “la política”.
Cultivó la novela (Un rebelde; Querido amigo, dos puntos; Imagen de nadie; Juárez el impasible; Cuauhtémoc, vida y muerte de una cultura); el ensayo (Historia y crónica de Xac Xulub Chen; Fray Diego de Landa; Orígenes económicos de la guerra de castas; Piraterías en Campeche; Facundo en su laberinto; Trayectoria del corrido) y la poesía (A la sombra del patio; Se dice de Amor en cinco sonetos).
Pérez Martínez el periodista no se limitó a reseñar los acontecimientos de su tiempo. No fue “neutral” ni “objetivo”, como exigía la Academia de la comunicación hacia mediados del siglo pasado. Vamos, ni siquiera estudió periodismo: cursó la carrera de odontología por razones familiares y tan pronto le fue posible se entregó a su verdadera vocación.
Su militancia era con la pluma y a favor del esclarecimiento y la defensa de los valores que son esencia de lo humano y de lo mexicano. Su intercambio epistolar y posterior amistad entrañable con Alfonso Reyes son muestra de ello. Entre las cuestiones de su tiempo intervino y dejó huella en las cardinales: Una polémica en torno de frailes y encomenderos; Una polémica sobre literatura nacional; Presencia del indio y otros comentarios; En los caminos de Campeche.
“Héctor Pérez Martínez”, dijo el escritor Alí Chumacero, “fue un escritor dado a la polémica. Desde su columna ‘Escaparate’ –y él era profesionalmente y ante todo un periodista– solía procurarse opiniones a fin de cernir, mediante la discusión o el cotejo de creencias contradictorias, el significado de ciertos temas nacionales que despertaran la curiosidad e interés”.
Alfonso Reyes escribió de Pérez Martínez: “A quienes tuvimos la fortuna de tratarlo y de frecuentarlo, nos deja un imborrable y cariñoso recuerdo, así como en la vida pública de México señala un hito por su alta y ejemplar conducta de gobernante”.