Cortinas de humo
Miguel Ángel Sánchez de Armas | Juego de ojos
CIUDAD DE MÉXICO 8 de septiembre de 2019.- Algo tiene de inquietante el mes de septiembre. Para los gringos en particular su onceavo día y para la raza de bronce el décimo noveno.
Un once de septiembre tuvo lugar la destrucción de las torres gemelas de Nueva York hace ya 18 años, fecha en la que, dice el filósofo, parió el verdadero siglo 21.
Hace 35 años, el 19 de septiembre un terremoto de 8.1 grados devastó la Ciudad de México. Y en la misma fecha, hace dos años, ocurrió lo que una cábala civil y un Pentateuco social habrían desechado como totalmente imposible: otro sismo de magnitud semejante puso de rodillas al altiplano mexicano. Las posibilidades eran más altas que las que yo tengo de sacarme el Melate ¡y sucedió!
Un repaso histórico revela acontecimientos de escalofrío sucedidos una y otra vez en este mes cuya etimología es “expiación” y “purificación”. Muchos dirán que fueron casualidades y otros sostendrán que no. Pero no siendo la parapsicología hagiográfica el fuerte de JdO, permítaseme alguna reflexión ociosa en lugar de la esperada apología patriótica de la temporada.
En la noche del 10 al 11 de septiembre de 1541 tuvo lugar en la hoy Guatemala la tragedia en la que perdió la vida doña Beatriz de la Cueva, viuda del conquistador Pedro de Alvarado, noticia que nos llegó con el título de “Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha sucedido en las Yndias…”.
Un año después, las fuerzas de Michimalonco destruyeron la ciudad de Santiago de Nueva Extremadura, en territorio que hoy llamamos Chile, y en 1649 Cromwell se cubrió de gloria con la masacre de Drogheda.
En 1943 los nazis iniciaron el exterminio de los judíos en los guetos de Minsk y Lida; en 1965 llegó a Vietnam la primera división de caballería del ejército yanqui y quedó sellado el destino de cientos de miles de jóvenes gringos y vietnamitas, peones en un tablero de ajedrez manipulado desde Washington, Moscú y Pekín.
En 1972 el comando palestino “Septiembre Negro” secuestró a once israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich. En 1973 el general Augusto Pinochet derrocó al presidente Salvador Allende. En 1982 Israel invadió Líbano y se dieron las masacres de Sabra y Shatila.
De todos esos acontecimientos, sólo uno, el de Guatemala en 1541, fue un desastre natural. Los demás tienen que ver con lo humano. Permítaseme el lugar común, “Homo lupus hominem”.
Más el tiempo, que todo pone en su lugar, un día levanta los velos y nos enteramos de las razones ruines, frecuentemente cobardes, casi siempre impunes, con que los poderosos siegan vidas y destruyen pueblos por “razones de Estado”, cuidando siempre que tales “razones” se cumplan puntualmente en los hijos del vecino y no en los propios.
Hay en el documental “Fahrenheit 9/11” de Michael Moore una escena patética. El robusto director se apuesta a las afueras del Congreso en Washington e invita a los Padres de la Patria que votaron la invasión de Irak a que enlisten a sus hijos en la defensa de la tierra que los vio nacer. Todos sin excepción huyen con risas nerviosas. En mi rancho a eso le llamamos mariconería. Claro, en mi rancho somos unos pelados sin remedio, como le consta a G.
El Archivo Nacional de Seguridad de la Universidad de Georgetown (NSA, por sus siglas en inglés), publicó las transcripciones de telefonemas entre el señor presidente Nixon, el señor profesor Kissinger, el señor secretario de Estado Rogers y el señor director de la CIA Helms, que confirman lo que todos sabíamos: en 1973 el gobierno de Estados Unidos organizó y estuvo tras el golpe militar de Pinochet, tal como organizó y estuvo tras los asesinatos de Madero y Pino Suárez en 1913. Nixon murió hace 25 años, Rogers hace 13 y Helms hace 17.
Pero don Henry -nacido en Alemania como Heinz- sigue vivito y coleando a los 96. ¿Pisará la cárcel por acciones que hubiesen tenido cabida en el tribunal de Núremberg? Apueste usted a que no.
Poco después de la asunción de Allende en 1973, este feroz retoño de Metternich gritaba a Helms: “¡No permitiremos que Chile se vaya por el caño!”
Dice el NSA: “Después de que Nixon habló personalmente con Rogers, Kissinger grabó una conversación en la que el Secretario de Estado estuvo de acuerdo en que, ‘como tú dices, deberíamos decidir a sangre fría qué hacer y después llevarlo a cabo’; mas aconsejó proceder ‘con prudencia para que no nos salga el tiro por la culata’.
El secretario Rogers consideró que ‘después de lo que hemos dicho acerca de las elecciones, si la primera vez que un comunista gana los Estados Unidos intentan impedir el proceso constitucional, nos vamos a ver muy mal’”.
Las transcripciones revelan que apenas nueve semanas antes del golpe de Pinochet y la CIA, el 4 de julio de 1973, Nixon llamó a Kissinger y le dijo: “Creo que el tipo chileno ése podría estar en problemas”. “Sí”, respondió Kissinger, “definitivamente está en dificultades”.
Nixon, dice el NSA, procedió a culpar al director de la CIA y al antiguo embajador en Chile, Edward Korry, por no haber impedido la asunción de Allende tres años antes. “La regaron”, dijo el Presidente.
Demos gracias a la diosa Walpurga o a nuestra deidad favorita del Olimpo teutón, de que el señor profesor Kissinger, a imagen y semejanza de los represores de izquierda y derecha con los que seguramente no estaría dispuesto a convivir, haya grabado secretamente sus conversaciones telefónicas como la que tuvo el 16 de septiembre (¡de nuevo septiembre!) de 1973 con su jefe Nixon.
Es posible que tenga efectos eméticos en algunos lectores, por lo que se recomienda precaución:
(Saludos respetuosos. Nixon pregunta si hay novedades.)
K. No. Nada de importancia. El asunto chileno se está consolidando. Claro que los periódicos están desgarrándose porque un gobierno pro-comunista fue derrocado.
N. Vaya, vaya. Qué cosas.
K. Digo, en vez de celebrar. En la administración de Eisenhower seríamos héroes.
N. Bueno, no lo hicimos –como sabes- no aparecimos en esto.
K. No lo hicimos. Quiero decir los ayudamos ______ generamos condiciones tan amplias como fue posible (¿?).
N. Así es. Y así es como se va a jugar. Pero escúchame, en lo que toca a la gente, déjame decir que no se van a tragar ninguna mierda de los liberales en esta.
K. De ninguna manera.
N. Saben que es un gobierno pro-comunista y eso es lo que es.
K. Exactamente. Y pro-Castro.
N. Bueno, lo principal fue… Olvidémonos de lo pro-comunista. Fue un gobierno totalmente anti estadounidense.
K. Ferozmente.
N. Y los fondos de que dispusiste. Vi el memorándum que giraste acerca de la plática confidencial _________ para una política de reembolsos para expropiaciones y cooperación con Estados Unidos y por romper relaciones con Castro. Bien; diablos, ese es un gran aliciente si lo piensan. No, de ninguna manera te fijes en las columnas y en los desgarres sobre eso.
K. Oh. No me molesta. Sólo se lo informo a usted.
N. Sí. Me lo informas porque es típico de la mierda a la que nos enfrentamos.
K. Y la increíblemente sucia hipocresía…
N. Eso lo sabemos.
K. De esa gente. Cuando se trata de Sudáfrica, si no los derrocamos arman un escándalo.
N. Sí. Tienes razón.
Hasta aquí la edificante conversación. Perdón por la necedad de citar continuamente a los grandes filósofos, pero realmente veo que pensadores como Jesús Hernández Toyo en verdad conocieron el alma de los políticos y crearon una tipología universal para su análisis.
Si bien nadie podría regatearle a Kissinger el mérito de una patológica obsesión por la imagen histórica que nos legará y que se ha traducido en gruesos volúmenes y en un matusalénico tiempo en las aulas, después de leer la anterior conversación tampoco nadie podría estar en desacuerdo con que la sentencia de nuestro llorado compatriota le va como anillo al dedo: “La política apendeja a los hombres inteligentes y enloquece a los pendejos”.
Amén.