Día 18. Genaro, víctima de la seguridad nacional de EU
Ricardo Alemán | Itinerario Político
CIUDAD DE MÉXICO, 11 de agosto de 2019.- La siguiente, como saben, es una frase coloquial de quienes defienden los básicos de la democracia: “pueden existir partidos sin democracia, pero no hay democracia sin partidos políticos”.
A pesar del tiempo, la anterior no deja de ser una máxima puntual y certera, por trillada que parezca.
Por eso, sorprende que el presidente mexicano, López Obrador, demuestre, todos los días, que ignora no sólo la máxima anterior sino los básicos de la democracia.
¿Y cuáles son los principios básicos que ignora el presidente mexicano?
Básicos como la irrenunciable pluralidad de pensamiento y de creencias políticas; básicos como el fortalecimiento de los partidos políticos opositores; básicos como la consolidación de una prensa libre y crítica; básicos como la defensa de un riguroso Estado de derecho –que no es otra cosa que someter las instituciones del Estado al derecho–; básicos como promover la unidad nacional y combatir la división entre los mexicanos y, sobre todo, básicos como no mentir y no robar.
La realidad, sin embargo, es totalmente contraria a esos básicos de la democracia. Y es que todos los días el mandatario mexicano promueve todo lo contrario a lo que debe ser su principal responsabilidad.
Todos los días señala que quienes no están con él, con sus peculiares formas de gobierno, son sus enemigos y hasta son traidores al “pueblo bueno”.
Todos los días fustiga y difama a la prensa libre y a los periodistas críticos; todos los días anuncia que pasará por encima de la ley para hacer realidad sus caprichosos proyectos; todos los días polariza a los mexicanos y todos los días miente y solapa evidentes pillerías de sus colaboradores.
Pero la mayor muestra de que el presidente Obrador en realidad trabaja contra los básicos democráticos y contra la democracia toda, la exhibió en días pasados cuando asomó la intención perversa de matar a los partidos políticos, sobre todo a los opositores.
En efecto, el presidente parecer empeñado en acabar con el financiamiento publico a los partidos. Por eso, como primer paso, propuso la reducción del 50 por ciento de las prerrogativas.
¿Qué significa lo anterior? En los hechos significaría el debilitamiento y luego la muerte de los partidos políticos opositores y, como consecuencia, el inicio de la muerte de la democracia mexicana.
En el fondo, el presidente Obrador busca la extinción de los opositores partidistas, por la vía de la cancelación de recursos económicos, con el pretexto de gastar más dinero para los pobres; dinero que les quitará a los partidos; dinero que repartirá en programas sociales y dinero que engordará el clientelismo “lopezobradorista”.
En el fondo –por si no lo han visto los estudiosos del tema–, asistimos a la reedición de las estrategias clientelares utilizada por Hugo Chávez, quien repartió las montañas de dinero que en su momento le dio el petróleo a Venezuela, para inundar al pueblo con programas sociales que compraron las conciencias y terminaron por matar a los partidos.
¿Cómo conseguirá el presidente modificar la Constitución para arrebatarles a los partidos el dinero público?
La respuesta todos la conocen. Y es que todos saben que López Obrador utiliza –también todos los días–, el señuelo de la pobreza y la corrupción para justificar ocurrencias y hasta violaciones constitucionales.
Para el presidente mexicano todo se justifica –incluso la violación de la Carta Magna y el solapamiento a las bandas criminales–, si eso sirve para el supuesto bien mayor que es –según la idea presidencial–, ayudar a los pobres y acabar con la corrupción.
Lo cierto es que la lucha contra la pobreza y la corrupción son sólo zanahorias populistas y electoreras. ¿Por qué? Porque la realidad es que a López Obrador le importa poco acabar con la pobreza y menos combatir la corrupción. Lo que le importa es el uso político y electorero de la pobreza y la corrupción.
Y si lo dudan basta recordar que, el de López Obrador, siempre fue un movimiento político profundamente corrupto, como lo atestiguan escándalos como los de René Bejarano y las “recaudadoras” como Roció Nahle; además de mecenas como Jaime Bonilla y Carlos Lomelí.
En el fondo, cuando el presidente Obrador se empeña en debilitar a los partidos políticos, lo que busca es asfixiar la democracia hasta su muerte.
Y sin oposición partidista no existe democracia.
Al tiempo.