Día 22. Palacio perdió dominio de la agenda de la crisis
CIUDAD DE MÉXICO, 16 de agosto de 2020.- En los últimos días, el caso Lozoya se ha convertido en tema principal del circo mediático mexicano. Las revelaciones del ex asesor de campaña del ex presidente Enrique Peña Nieto son motivo del morbo, incluso del propio presidente de la República que, casi excitado, dijo, “yo ya quiero ver el video”; será algo así como pago por evento.
Sin embargo, hasta el momento, lo más que ha salido a la luz pública es que el ex director de Pemex, acusó directamente al ex presidente y al ex secretario de Hacienda, Luis Videgaray, de ordenar la entrega de más de 100 millones de pesos en sobornos, para el pago de “asesores electorales extranjeros”.
También se dice que hubo reparto de dinero a ex senadores y ex diputados de todos los partidos, para apoyar la serie de reformas en materia energética y educativa que impulsó Peña Nieto desde el inicio de su mandato. Se han filtrado algunos nombres sin que la fiscalía haya dicho “esta boca es mía”.
Es pues, un proceso plagado de rumores pero que, en los hechos, no ha abierto expedientes reales. Pareciera que se está dosificando la información para, por un lado, diluir un poco el escandaloso fracaso del aparato de salud en México para detener la mortandad de infectados por el Covid19, y por otro lado, para detener la caída de las preferencias electorales de Morena.
La pregunta aquí es: ¿qué tanto le sirve al presidente y su partido abrir tan amplias expectativas de detenciones y encarcelamientos si, en los hechos, el PRI ya es un cadáver político? Puede decirse que el triunfo de López Obrador se debió a ese hartazgo de los mexicanos con el viejo partido, y a la decepción que causaron Fox y Calderón en el combate al crimen organizado y la corrupción.
Meter a la cárcel a Peña Nieto o de perdida a Videgaray, sería un espectáculo mediático internacional, pero no cambiaría mucho los cálculos electorales que ponen a Morena en un primer lugar a nivel de gubernaturas, por encima del PAN, que sería su más cercano perseguidor. Quizá sólo lograrían, paradójicamente, arrastrar más votos al partido de Felipe Calderón.
El problema para los estrategas electorales de Morena -si es que los hay-, es que no es remoto que en los comicios del año próximo se presenten votos diferenciados para gubernaturas, alcaldías, diputaciones locales y principalmente, para diputaciones federales. La joya de la corona está en el Congreso de la Unión.
Si Morena y López Obrador alcanzan la mayoría absoluta, ya no habrá nada que detenga la andanada de reformas y leyes que acomoden la balanza de un poder absoluto y omnímodo en favor de la figura presidencial. Sin embargo, lo cierto es que amplios sectores de la población ya se han dado cuenta de esto, y el voto cruzado, para varios partidos, no se debe descartar.
Basta ver lo ocurrido este fin de semana en Acapulco, donde un grupo bloqueó el paso de la comitiva presidencial para protestar, entre otras cosas, contra líderes locales de Morena, entre gritos de “¡Fuera Adela, Fuera Adela!”; o lo que pasó en Morelia, donde literalmente acallaron el segundo informe de gobierno de Raúl Morón, en Morelia, por el asesinato del joven Julio César Chagolla.
Por ello, en el cálculo político del Lópezobradorismo, pesa también la idea de no destrozar totalmente al PRI pues, al igual que con el PT, PVEM y PES, le son más útiles como partido rémora, que lo puedan acompañar en caso de no obtener la tan deseada mayoría absoluta en el Congreso de la Unión.
A López Obrador no le conviene, tampoco, que algún grupo interno de Morena se haga del control político del partido, pues ello podría propiciar un indeseable adelantamiento de los tiempos para posicionar a un candidato presidencial. De por sí ya se barajan los nombres de Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal.
De hecho, esto último es lo que más debiera preocuparle a los Lópezobradoristas, pues las reyertas internas cada día son más notorias y algunos como Martí Batres, ya hablan de restarle facultades al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) para que sea la Suprema Corte la que diga la última palabra en disputas de esta materia. Los monrealistas están en contra.
Parece que al presidente de la República le interesa más un PRI aliado. Por eso el evidente acercamiento con José Murat Casab y su hijo Alejandro Murat, Gobernador de Oaxaca, uno de los consentidos de López Obrador junto con Héctor Astudillo, gobernador de Guerrero, a quien acaba de mencionar como “un buen gobernante”; y con el propio Alejandro Moreno, gris presidente del PRI.
Moreno y los Murat, tienen virtualmente secuestrado a ese partido. Serán ellos quienes decidan las candidaturas, impondrán alfiles, negociarán el sentido de sus votos en el Congreso de la Unión. No sería la primera vez que el famoso “Pepe” juega ese doble juego de las contras. Así lo hizo durante las movilizaciones de la APPO, en Oaxaca, para eliminar a Ulises Ruiz y al grupo de Roberto Madrazo.
Alardes y balandronadas
Por todo esto, es que no vemos hasta ahora más que alardes y balandronadas de un régimen que, evidentemente, no imparte justicia, solamente la dosifica, para tratar de mantener el control del ambiente político del país que, sin embargo, ya está descompuesto. Más de 56 mil muertes por la pandemia es algo más que un escándalo: es una verdadera tragedia nacional.
López Obrador sabe que se equivocó desde el principio, por eso instrumentó el decreto del minuto de silencio, que hace más escandalosa la frase aquella de: “como anillo al dedo”. Él y López Gatell quedaron envueltos entre sus propias palabras y, de aquí a lo que resta del año, si les va bien, tendrán que cargar ese Karma, que bien podría traducirse en pérdida de preferencias electorales.
Que Dios los perdone… porque sus familiares no.