
Iniciarán proceso de canonización del arzobispo Atenógenes Silva
MORELIA, Mich, 13 de septiembre de 2018.- Es una prisionera sin haber cometido ningún delito. Se convirtió en una esclava del dolor sin opción de emanciparse. La granada fragmentaria no la mató, pero la condenó de por vida al dolor. Aquellos cuerpos extraños incrustados abruptamente en sus pies, llamados esquirlas, se quedaron alojados dentro de sus tejidos en un callejón sin salida. Las diminutas, casi microscópicas astillas de metal de ese explosivo que usó La Familia Michoacana para causar tragedia le ocasionan un sufrimiento, un tormento y una tortura con la cual Aurora Bravo aprendió tristemente a convivir.
Ella dice haber sobrevivido para poder contar, de generación en generación, y mientras respire, la historia en primera persona del atentado terrorista más sangriento que se haya escrito en la historia de Morelia. Ese 15 de septiembre de 2008, en el que el Grito de la Independencia se disipó entre los alaridos de desesperación y auxilio. Aquella noche en que el cielo se tiñó de los más oscuros colores llenos de sangre. Las secuelas en su cuerpo que dejó el acto de odio no le permiten olvidar. Está prohibido para ella, pasar la página no es una opción, y el perdón tampoco.
Cada vez que camina revive el dolor. Sus pies son la prueba más fidedigna de que pertenece a la centena de heridos de El Granadazo. Una especie de herida abierta en el interior de sus talones que diez años después no ha podido ser curada y mucho menos cicatrizada. Los restos de la explosión, los vestigios de tanta maldad se convirtieron como en un órgano más de su cuerpo. Ella no lo eligió así, la vida lo decidió por ella.
La nota completa aquí:
Quadratín Michoacán