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De la misma manada
Oaxaca, Oax., 15 de diciembre de 2011 (Quadratín).- Muchos gobernantes creen que, al ganar la elección, los problemas se resuelven como si sus pensamientos y deseos fueran milagrosos y cambiaran la realidad como por arte de magia. Por eso, ya en el cargo, se dedican al autoelogio, la autopromoción y el descuido de las tareas de gobierno. Así ocurrió en Guerrero, en donde el todavía nuevo gobernador, Ángel Heladio Aguirre Rivero, ha actuado con descuido, exceso de confianza y hasta irresponsabilidad.
Para él no fue novedad recibir un Estado al punto del estallido. Seguramente sabía que Guerrero estaba (hoy con mayor gravedad aún) en el límite de las tensiones sociales y la ingobernabilidad. Han pasado 8 meses desde que tomó posesión y más rápido de lo que duró el bono democrático hoy está sumido ya en una crisis que plantea ya su salida.
Claro que Aguirre Rivero se dedicó a otros asuntos menos importantes, por ejemplo, hacer oficial, con bombo y platillo, su afiliación al PRD y desde ahí apuntalar y convertirse en la vanguardia de la candidatura presidencial de Marcelo Ebrard, que ya perdió estrepitosamente. También se dedicó a gimotear la ayuda federal y fue así que le enviaron refuerzos junto con un slogan que se volvió maldición: Guerrero Seguro.
Es decir sólo lo que de relumbrón o el glamour para codearse y sentirse parte de la high society que posiblemente este fin de año opte por otros lugares más tibios y seguros en vez del tradicional Acapulco, que se convertía en una auténtica romería de las clases altas del país.
Claro que atender las demandas de estudiantes normalistas, obvio pobres, cuya solución no se convertía en nota de primera plana o espacio en el radio y la televisión. Por eso también el gobernador guerrerense se vio de pronto sorprendido e inmerso en una crisis que, en su esfera, no se vislumbraba.
En pocos meses ha tenido grandes logros: conflictuarse prácticamente con todos los sectores locales y a nivel nacional en un ridículo que, con toda certeza, no está dispuesto a aceptar y mucho menos a enfrentar con humildad e inteligencia. Guerrero es más que Acapulco; enfrenta problemas de retraso, marginación y miseria ancestrales. Cualquiera tendría la justificación para evadirse porque la realidad le abruma, pero ya es tiempo que los gobernantes se den cuenta que gobernar implica no nada más ganar las elecciones y apuntarse para el siguiente cargo sea administrativo o de elección popular, sino mucho trabajo, mucha política y estar dispuesta, de una vez por todas, a dejar de ser la figura protagónica por excelencia.
Guerrero es una lección dolorosa, difícil, pero tan clara que debiera prender las alertas de todos los gobernadores. El campo está seco y hay muchos prendiendo cerillos, aparte están los tanques de combustible cerca, por lo que una chispa puede, en un instante, incendiar la pradera lo que ocasionaría que todos los afanes democráticos se fueran al precipicio.
Aguirre Rivero llegó a la gubernatura después de un oportuno brinco del PRI (que le otorgó la candidatura a su primo Manuel Añorve), a la alianza PRD, PT y Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano) y, abrió una expectativa de que, habiendo sido ya gobernador sustituto a la caída de Rubén Figueroa Alcocer, por la matanza de Aguas Blancas, gobernaría con decisión, inteligencia y mucho trabajo.
Ya puede cambiar al gabinete completo, no sólo a los responsables de la seguridad, pero su gobierno está tocado, sin credibilidad, con un creciente desprestigio que solo podrá superarse con aceptación de que existen problemas personales e institucionales. Ni a gritos ni a sombrerazos. Tampoco esperando que otros problemas más graves en el propio estado y en el resto de la República sepulten la muerte de Jorge Alexis Barrera y Gabriel Echeverría de Jesús, los dos normalistas sacrificados en la autopista del Sol.
Si los problemas se resolvieran con solo cambiar a los funcionarios, también el gobierno del presidente Felipe Calderón tendría otra calificación. Pero no, se hacen muchas promesas y buenos propósitos pero la conducta diaria es la que cuenta. Resolver los problemas o buscar los reflectores, ese es el dilema, parafrasearía Shakespeare.
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