Isidoro Yescas / Farsas y comparsas

1. En la época de oro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), cuando las elecciones no se ganaban se arrebataban, era común hablar de farsa electoral. Y había mucha razón para ello: con órganos electorales bajo control gubernamental, partidos de oposición escasamente competitivos, casi testimoniales, medios de información generalmente controlados por el gobierno y una ciudadanía de baja intensidad, el binomio PRI-Gobierno tenía asegurada mucho antes de las elecciones el triunfo de sus candidatos.
Con toda la maquinaria electoral y oficial al servicio del PRI desde el momento de ser ungidos como candidatos los aspirantes a un cargo de elección popular ya daban por hecho que tenían en la bolsa la gubernatura, la diputación local o federal o la presidencia municipal.
De ahí que las campañas simplemente sirvieran para cubrir el expediente legal, para legitimar decisiones ya tomadas por el jefe máximo del partido en el poder y hasta para que una buena cantidad de candidatos conocieran por vez primera el distrito, municipio o entidad que gobernarían. No faltaba razón, entonces, para hablar y asegurar que las elecciones en México y en Oaxaca , eran sólo una farsa en donde los ciudadanos tenían la opción de aceptarla o rechazarla, no así los partidos políticos de oposición que debieron hasta la primera mitad de la década de los setentas, convalidar este tipo de contiendas inequitativas, parciales y fraudulentas.
2. La reforma política de 1977 entreabrió la puerta para un nuevo sistema de partidos y un modelo electoral menos inequitativo que alentó en cierta medida un mayor interés de los ciudadanos por las contiendas electorales, sin embargo desde el gobierno federal y los gobiernos de los estados se mantuvieron los controles de los órganos electorales. Se aseguró así que lo que el PRI perdiera en las urnas pudiera ser revertido por las autoridades electorales. Tuvieran que transcurrir otras dos décadas para que nuevas reformas electorales generaran condiciones de mayor equidad, apertura mediática y certeza jurídica en los comicios federales y locales, destacando en este sentido la ciudadanización de los órganos electorales.
3. Con nuevas reglas, medios de información más abiertos y receptivos a otras expresiones partidistas, una sociedad más participativa y partidos de oposición con mayores niveles de competencia, la geografía política y electoral del país empezó a modificarse radicalmente al punto de que en el año 2000 se produjo la alternancia en la Presidencia de la República. Las elecciones habían dejado de ser farsa y comparsa y se habían convertido en una opción viable de cambio político, no exenta de irregularidades de todo tipo y de impugnaciones por parte de partidos y candidatos derrotados.
4. En la última década la democracia mexicana se ha debatido entre su consolidación y/o su regresión. La ruta por la que se camina en los procesos electorales federales no es la misma que la que siguen los procesos electorales locales. En estos últimos casos son evidentes los retrocesos, la reimplantación de la vieja escuela del fraude electoral, el uso y abuso de recursos públicos del partido en el poder para fines electoreros y, en fin, de la feudalización de la política por los gobernadores en turno, traducido en la revitalización de un ejercicio autoritario del poder, de una corrupción galopante y a gran escala y de mucha simulación.
Por eso tiene mucho significado que aún bajo esas condiciones, en Oaxaca una coalición electoral opositora derrotara al PRI en la disputa por la gubernatura y el Congreso local y modificado la correlación de fuerzas en el control de los ayuntamientos.
Pero es apenas el primer paso. Queda el reto y el compromiso de empezar a cambiar las formas de hacer política y de legislar, de conducir los asuntos de gobierno, de encarar los asuntos públicos desde el gobierno del estado y los gobiernos municipales, de dejar atrás la simulación y las componendas y de ir abandonando las farsas y comparsas de antaño .
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