La Constitución de 1854 y la crisis de México
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 25 de agosto de 2019.- Es claro que persiste y por momentos se agudiza el malestar en las sociedades contemporáneas y los remedios solo parecen funcionar en partes localizadas del planeta y de manera transitoria.
En la balanza del capitalismo global que depreda la naturaleza física y humana pesan más las fuerzas que lo utilizan en su beneficio y no las que lo padecen, critican y buscan opciones para superarlo.
Así, por ejemplo, si no es posible revertir el cambio climático, entonces el problema principal de la humanidad –su viabilidad– no podrá ser resuelto.
Lamentablemente, el colapso natural y las extinciones de seres vivos se agravarán.
Si la producción y distribución equitativa de recursos básicos y suficientes no es asegurada en los años que corren, las hambrunas, desesperación, migraciones, ilicitud, violencia y crimen oscurecerán más todavía el horizonte de antiguas y nuevas generaciones.
Será así en el Norte y en el Sur, aunque se erijan muros físicos o mentales para tratar de aislarse.
Y es que la desproporción y distancia entre los pocos que tienen de sobra y los muchísimos que no tienen, nada sigue ampliándose.
Sin un piso social mínimo para todos no será posible siquiera paliar los síntomas del malestar, ya no se diga las causas.
Hacerlo es un compromiso ético que los más aventajados deberían concretar mediante métodos consistentes y no con dádivas y migajas.
Esa situación económica y social prevaleciente se torna insoportable cuando la discriminación, violencia y exclusión se ceba en los más débiles y por motivos de identidad, ya sea por ser mujer o de otro género no masculino, aborigen, extranjero, menor de edad o persona con discapacidad.
El malestar contemporáneo con el estado y las instituciones políticas hinca raíces profundas en tales causas, a la vez que en sus propias disfunciones cuya corrección no es menos urgente.
Por ello, es que se requiere recuperar y traer al centro de la acción pública los mejores valores y prácticas de los pueblos originarios y las sociedades fruto de la modernidad, no solo unos u otras y no solo desde arriba sino desde abajo y de todos lados.
Hoy resulta indispensable entablar un diálogo abierto y sincero entre culturas, que sea crítico y creativo para formular e instrumentar nuevas respuestas a crisis tan prolongadas, profundas y complejas.
Es imperativo, por ejemplo, que el pensamiento liberal y socialdemócrata incorpore y conjuge principios alternativos como los del constitucionalismo populista moderado, el de los derechos privados y sociales, y el de la ciudadanía cosmopolita, y, desde luego, que estas expresiones accedan a la conversación que incluye disensos y mejores argumentos empíricos.
Urge pactar garantías innovadoras de la producción sustentable, el bienestar social, la diversidad de las identidades y la participación política.
Experiencias y casos ilustrativos en cada una de esas áreas se han generado ayer y hoy dentro y fuera del país y en los cinco continentes.
Es un gran reto para las ciencias y los saberes el sistematizar y actualizar lo más pronto posible los antídotos a la degradación de la humanidad.
Pero sin liderazgos responsables y congéneres con mayor conciencia crítica y dispuestos a la acción coherente, muy poco será factible.